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¿QUIÉN ES DIOS PARA MÍ?
Rafa Matas y Jorge A. Sierra
«A Dios nadie le ha visto jamás» (Jn 1,18a), pero la imagen que tengamos de Dios, quién es Dios para cada uno nosotros ocupa un lugar central en el proceso de fe y es fundamental para la pastoral con adultos. En el modelo pastoral «de asimilación», el clásico hasta el Concilio Vaticano II, la respuesta viene de la teología: quién debe ser Dios para mí, así que lo que necesito es una buena formación. En una pastoral personalizada que quiera ser verdadera pastoral de Iglesia, pero desde la primacía de la persona, la teología ha de confrontarse con la psicología y la experiencia vivida, así como la historia religiosa de la persona. Por lo tanto, no nos sirven las respuestas estándar.
De forma natural, la propia imagen de Dios se basa en la relación con él, un diálogo que abarca tanto el inconsciente configurado en las relaciones de la infancia como la riqueza simbólica e inagotable de las relaciones humanas (Dios es un guerrero y un amante, el padre que manda y la madre que protege, lo envolvente y lo distante, energía y autoridad soberana…) y el propio mundo de la Revelación (nunca podríamos ni sospechar quién es Dios hasta ver y oír cómo se ha relacionado con Abrahán, profetas… y con Jesús, su Hijo).
El paso de ideología a fe, fundamental para cualquier pastoral con jóvenes y adultos, exige distinguir la idea que se tiene de Dios y la imagen afectiva, asentada en el inconsciente. Por ejemplo, es normal decir que Dios es «padre bueno»; pero, a nivel afectivo, el contenido real puede ser polivalente:
- En unos, un padre sin autoridad, que se utiliza para evitar el conflicto y la responsabilidad.
- En otros, la idea que enmascara el miedo inconsciente y los sentimientos de culpa.
- Por último, en otros puede ser el descubrimiento gozoso del amor incondicional que me posibilita lo mejor de mí mismo.
¿Por qué son fundamentales las imágenes de Dios? Porque, desde el punto de vista psicológico, el ser humano es idólatra. La imagen de Dios solo la construye el Espíritu Santo, único que lee la Sagrada Escritura. Las personas hablamos de Dios desde nosotros y la psicología religiosa nos lo demuestra. Y Dios ha querido hablar de sí mismo con nuestra palabra humana. La gran pregunta teológica y pastoral es descubrir cómo Dios, que es absolutamente Otro, habla de sí mismo. La respuesta es clave: en la Biblia, ¿qué datos tenemos? ¿Se me da en la Biblia percibir en una palabra humana a Dios en sí mismo?
Se dice con frecuencia en nuestras conversaciones pastorales que a Dios solo lo conocemos en nuestra historia, desde nosotros, y no en sí mismo, cuando el principio de la revelación es que, a través de la palabra humana, Dios habla de sí mismo, si no, no lo podríamos conocer. Pues, si yo no puedo conocer a Dios, es que él no se ha revelado. Esta es una cuestión central. Respuestas: es llamativo el monoteísmo, es decir, Dios no tiene sexo en la Biblia, Dios que se revela en la historia prohíbe imágenes, Dios cada vez que se revela, nunca permite que sea objetivado, siempre se revela en la historia, de paso; Dios siempre que se revela lo hace en función de las imágenes, transcendiendo las imágenes.
El término «imagen de Dios» no hace referencia a las imágenes-recuerdo del pasado, sino a la imagen-símbolo, que permite organizar la relación en bipolaridad (conflicto): la madre representa la confianza básica, pero el padre la incondicionalidad y la ley. La estructuración de estas relaciones no va a depender de la perfección de los padres, sino de una infinidad de circunstancias; en la práctica los padres viven la relación con sus hijos como les sale y de una forma espontánea; sin embargo, hay aspectos que van a ser decisivos para la historia afectiva futura. De aquí que todo proceso psicológico y religioso tiene que abordar la propia historia, concienciar cómo se configuró la relación afectiva a partir de las primeras experiencias y vínculos psico-afectivos de pertenencia, e intentar resolver los problemas no resueltos; si no se pueden resolver, por lo menos, tomar conciencia de ellos y asumirlos. En realidad, en los momentos importantes de la vida, debemos ocuparnos de reubicar la configuración de nuestra afectividad relacional.
La experiencia de la relación con Dios requiere un talante existencial de percibirse en proceso para poder estructurar la relación con Dios; el proceso nos revela el discernimiento: bien se puede estar en búsqueda o vivir la experiencia desde la autonomía, bien desde sentimientos de culpabilidad, o bien su estar perdido en el caos de la finitud y necesitar el seno materno. La búsqueda es lo propio de uno que vive en un talante de proceso. La experiencia religiosa responde a una experiencia global de la vida; cuando se experimenta la finitud y el caos, se busca un origen, un seno materno. El seno materno es fundamental, es nuestra matriz, pero no se puede confundir el amor de Dios con el seno materno. En la Biblia está muy clara la alteridad de Dios, que es lo típico de la figura del Padre.
Las imágenes de Dios también son propiciadas por el ambiente cultural; el sincretismo cultural de hoy propicia que la experiencia religiosa vaya adquiriendo componentes de tipo oriental y de la new age; en ambientes reducidos de las religiones institucionales sigue prevaleciendo la ley, los dogmas y las normas; otros viven al margen de lo institucional, etc. Cada caso es diferente. ¿Cómo podemos acompañar este proceso?
De forma natural, la propia imagen de Dios se basa en la relación con él.
La experiencia religiosa responde a una experiencia global de la vida.