¿QUIÉN ES DIOS PARA MÍ? – Rafa Matas y Jorge A. Sierra (La Salle)

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Rafa Matas y Jorge A. Sierra (La Salle)

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En el anterior número de la RPJ nos centrábamos en la importancia de las imágenes de Dios, que pueden ser un obstáculo para el encuentro con Dios con el que nos podemos encontrar en la Pastoral. Pero ¿cuál es la imagen «correcta» de Dios? O, mejor aún, ¿qué pedagogía usa Dios para comunicarse?

En la Biblia leemos que Dios se comunica con el hombre. Primero con el «pueblo elegido», a través de imágenes (tormenta, brisa, columna de fuego…), de forma pedagógica, es decir, usando medios que el hombre puede entender. Esto es aún más claro en lo que los cristianos consideran la revelación definitiva, es decir, Jesús de Nazaret, en el que Dios se hace hombre, culmen del antropomorfismo de Dios en la Sagrada Escritura.

Según la fe cristiana, Dios quiere y puede comunicarse personalmente; así lo ha hecho, sobre todo, a través de la Palabra, dándonos la posibilidad de percibirlo y comunicarnos con él. La experiencia de fe auténtica consiste en llegar a percibir y vivir esa autocomunicación de Dios.

Pero Dios se comunica humanamente, de una forma real y perceptible, con un lenguaje capaz de percibir su presencia, aunque no de objetivarle. Este lenguaje es una historia de amor que coge toda la estructura personal. Este es el atrevimiento de Dios: su aventura de amor con los hombres y mujeres en nuestra historia, psicología y contexto cultural. El lenguaje del Dios vivo y revelado está basado en la experiencia y en la representación cultural humana. Puesto que la Palabra no solo es palabra de Dios, sino también respuesta de los humanos a Dios (es historia relacional del amor), esta respuesta está realizada desde los distintos niveles de la persona humana con todos los sentimientos habidos y por haber. Y lo sorprendente es que Dios siempre responde y es fiel a esta historia de amor. El antropomorfismo bíblico es una riqueza y una pedagogía extraordinaria divina para comunicarse con la persona desde sus niveles del inconsciente, preconsciente y consciente.

En el Antiguo Testamento, el llamado «lenguaje antropomórfico» de Dios crea importantes problemas de lectura. A muchos les escandaliza la manera tan humana de hablar de Dios: se enfada, es celoso, castiga, interviene, habla, ama con ternura, promete, deja en suspenso sus decisiones en función de la respuesta… Algunos hacen la misma crítica que los filósofos griegos hicieron de sus mitos: no es compatible la idea de la trascendencia de Dios con pasiones tan humanas. En algunos casos, determinadas objeciones contra el lenguaje bíblico son racionalizaciones, que ocultan conflictos emocionales en la relación con Dios.

Lo chocante es que ninguna religión ha tenido la idea de la absoluta trascendencia de Dios como Israel. No tiene sexo y prohíbe hacer imágenes de Él. ¿De dónde nace, entonces, el lenguaje antropomórfico? La respuesta más cómoda es atribuirlo a que Israel no creó nunca un pensamiento abstracto, como los griegos, pero la respuesta también puede ser inversa: hay lenguaje antropomórfico porque se habla de una historia de relación, del encuentro dramático del señorío creador y salvador de Dios y de la libertad pecadora del hombre. Cuando no se tiene relación con el Dios vivo, se discute de conceptos; pero si de amor interpersonal se trata, la simbólica del lenguaje se impone. De ahí la importancia de la metáfora, o mejor, del relato.

El lenguaje antropomórfico de la Biblia no oculta la identidad de Dios; la revela. En cuanto un creyente hace la aventura de tener una historia de relación con el Dios de Moisés, los profetas y Jesús, el lenguaje bíblico le posibilita síntesis inesperadas:

  • Dios inmanipulable y una cercanía de amor entrañable.
  • Y, a la vez, un Dios cada vez más grande, el inaccesible, y cada vez más fiel, implicado en favor nuestro hasta la locura de la cruz.

Además, debemos tener en cuenta que la Palabra y el lenguaje bíblico que usa pertenecen a una cultura «precientífica», es decir, que no distingue ni diferencia la causalidad inmanente de la causalidad trascendente. El que Dios intervenga en la historia del pueblo de Israel a su favor y en contra de otros pueblos, no entra en una mentalidad racional, científica y defensora de los derechos humanos. Que Dios para salvar a Israel de Egipto tenga que endurecer el corazón del faraón, luego enviar las plagas y después ahogarles en el mar Rojo (núcleo del libro del Éxodo), no cuadra con un Dios bueno y salvador de todos; y, además, ¿por qué se va a meter Dios en la libertad de decisión del faraón? Evidentemente, este antropomorfismo no tiene sentido para una cultura científica. Sin embargo, el lenguaje «precientífico» y mitológico ofrece experiencias que permanecen y están más allá de lo que expresan, pues hacen referencia a una fe y comunicación espiritual y, por otra parte, nos permite el acceso a la palabra de personas que viven situaciones parecidas en la vida, oprimidos, carentes del amor gratuito.

Sin duda, la Palabra lo trasciende todo y no siempre tiene que estar sujeta al momento en que vivimos. Está mucho más allá de nosotros mismos y de nuestras imágenes. Por tanto, la Palabra tiene que ser escuchada y orada desde su propia soberanía y desde la autoridad de la revelación personal de Dios. Lo determinante será integrar lo humano y lo espiritual, «espíritu y vida». Cuando la Palabra es escuchada en fe como revelación y autodonación del Dios vivo, ya no podemos controlar la existencia; en ese momento se ha introducido el mundo de Dios en la existencia humana (encarnación) y eso nos permite percibirle como Dios y Señor en una relación que siempre remite a Jesucristo y que, por lo tanto, no puede vivirse si no es en grupo, porque Dios es comunidad. 

La experiencia de fe auténtica consiste en llegar a percibir y vivir esa autocomunicación de Dios

La Palabra lo trasciende todo y no siempre tiene que estar sujeta al momento en que vivimos