“Quería ver cómo era Jesús, pero no lo conseguía en medio de tanta gente, pues era de baja estatura.”
(Lc. 19, 3)
LLAMADME ZAQUEO
Llamadme Zaqueo, y recordadme que habito la gloriosa Jericó de los afortunados.
Llamadme Zaqueo y habladme de Jesús, pero no dejéis que le conozca sólo de oídas, pinchadme con la curiosidad de verle de cerca.
Llamadme Zaqueo para que me reconozca rica, con más bienes de los que necesito y con más necesidades de las que me convienen para ser felizmente libre.
Llamadme Zaqueo para obligarme a mirar en derredor, bien cerquita en las calles de mi barrio, o en los informativos, al otro lado del mundo.
Llamadme Zaqueo y hacedme ver que tengo más de lo que es justo, y que lo justo es devolver aquello de lo que nos hemos apropiado.
Llamadme Zaqueo y haced que me sienta corresponsable de la sinrazón de tanta desigualdad, y busque mi pequeña aportación para darle la vuelta.
Llamadme Zaqueo y aupadme a un sicomoro porque soy baja de estatura, y aunque el corazón me bulle de ganas de avanzar mis ojos no alcanzan a ver nada entre el gentío.
Llamadme Zaqueo y aupadme más allá de mis miedos y ataduras, porque sé que sólo así tendré la enorme suerte de recibir a Jesús en mi casa.
Os pido, pues, que me llaméis Zaqueo con todas las letras, con todo lo que ello conlleva. Y recibidme Zaqueo a pesar de mis dudas, turbulencias e incoherencias, con mirada amorosa y exigente, como la de Jesús.
Dadme esa oportunidad.