Que sople el Espíritu en tiempo de cambio – Juan Carlos de la Riva

Lectura del santo evangelio según san Juan (20,19-23):

AL anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo:
«Paz a vosotros».
Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió:
«Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo».
Y, dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo:
«Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos».

Estamos en el primer día de una nueva semana. Esto tiene mucha miga, porque la semana para aquella cultura era el tiempo en que Dios creador había hecho todo, y la semana culminaba con el día de agradecimiento a Dios por toro lo creado.

Este Evangelio se da en una nueva semana. Algo nuevo ha empezado, una nueva semana significa, ni más ni menos, una nueva creación. Está comenzando algo nuevo.

Mucho hemos leído estos días sobre la nueva normalidad, sobre la realidad a la que nos enfrentaremos “cuando pase todo esto” de la pandemia. Y muchas voces se están alzando pidiendo un cambio, un no a la misma normalidad de la injusticia, la brecha social, la expoliación del planeta… Lo normal era ya una crisis insostenible. La semana anterior era una semana vieja, necesitada de nuevos aires, de nuevo espíritu.

Nos unimos a una de las respuestas a estas preguntas clave, expresada en el breve manifiesto publicado por el diario francés Le Monde «Non à un retour à la normale» (No a un regreso a la normalidad), firmado por doscientos artistas y científicos: llamamos solemnemente a los dirigentes y a los ciudadanos a salir de la lógica insostenible que aún prevalece, para trabajar por fin en una refundación profunda de nuestros objetivos, valores y economías. La transformación radical que se requiere, a todos los niveles, exige audacia y coraje. No tendrá lugar sin un compromiso masivo y determinado. ¿Cuándo llegarán los actos? Es una cuestión de supervivencia, tanto como de dignidad y de coherencia.

Leonardo Boff nos dice: “Cuando pase la pandemia del coronavirus no nos estará permitido volver a la «normalidad» anterior. Sería, en primer lugar, un desprecio a los miles de personas que han muerto asfixiadas por el virus, y una falta de solidaridad con sus familiares y amigos. En segundo lugar, sería la demostración de que no hemos aprendido el mensaje de lo que, más que una crisis, es un llamado urgente a cambiar nuestra forma de vivir en nuestra única Casa Común. Se trata de un llamamiento de la propia Tierra viva, ese superorganismo autorregulado del que somos su parte inteligente y consciente”.

El mismo papa Francisco propone que hagamos frente sin miedo a los cambios necesarios: “¿Estaremos dispuestos a cambiar los estilos de vida que sumergen a tantos en la pobreza, promoviendo y animándonos a llevar una vida más austera y humana que posibilite un reparto equitativo de los recursos? ¿Adoptaremos como comunidad internacional las medidas necesarias para frenar la devastación del medio ambiente o seguiremos negando la evidencia? La globalización de la indiferencia seguirá amenazando y tentando nuestro caminar… Ojalá nos encuentre con los anticuerpos necesarios de la justicia, la caridad y la solidaridad. No tengamos miedo a vivir la alternativa de la civilización del amor.”

 

¿Para cuándo entonces el avanzar en esa nueva creación en la que Jesús nos quiere involucrar dándonos su Espíritu? La celebración de Pentecostés, en medio de una crisis global como nunca se había vivido, ha de despertar en la comunidad el ímpetu renovador que sólo el Espíritu encarnado puede traer al mundo. El texto de esta fiesta de Pentecostés nos trae algunas de las claves más importantes de este cambio:

  • El miedo que levanta paredes, superado y atravesado por un Jesús que es capaz de vencerlo y de plantarse en medio de nuestras dudas y vacilaciones.
  • La paz, tan necesaria, que durante esta pandemia hemos llegado a tocar con las manos en esa inquebrantable sensación de que nadie se salva solo, sino que nos salvamos juntos.
  • Las heridas a la vista, sin desviar la mirada, aunque nos duela ver los datos pandémicos en Africa, el hambre que el confinamiento ha supuesto para tanta gente, las soledades que desconocíamos…
  • El envío, que es el mismo que el de Jesús y que viene del Padre, que me hace contar con su fuerza más allá de mi fragilidad.
  • Y la urgencia de llevar al mundo el perdón y la misericordia. A veces no se entiende esto de que a los que les retengáis los pecados les serán retenidos. Yo lo entiendo como una urgencia tremenda de eliminar el pecado, de liberar del pecado a la humanidad entera: a los que lo sufren como víctimas, a los que lo ejercen como victimarios, y a los que lo contemplan desde esa “globalización de la indiferencia”. Para todos, el envío apremiante de un grupo de apóstoles con el antídoto para ese mal: la solidaridad, la humanidad reconciliada. Hacedlo con urgencia, la humanidad sufre encadenada a sus esclavitudes. Que nadie se sienta bajo el peso de sus egoísmos, la inercia de sus inmovilismos o el dolor de sus incomodidades. Que a todos les llegue el aire nuevo del Espíritu que hace nuevas todas las cosas.

Te interesará también…

Newsletter

Recibirás un correo con los artículos más interesantes cada mes.
Sin compromiso y gratuito, cuando quieras puedes borrar la suscripción.

últimos artículos