¿Qué pasa en política? – Pedro Ibarra

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La reflexión que sigue es solo una aproximación sobre lo que pasa. Solo acercamiento porque no se puede –no puedo– analizar todas las noticias, historias y chascarrillos que inundan la política. ¿Habrá alianza entre los socialistas y Podemos? ¿Por qué compite Ciudadanos con Vox para ver quién es más nacionalista español? ¿Absolverán a los presos políticos catalanes? ¿Qué pasaría si Trump decide que los españoles son una cuadrilla de rojos-separatistas (a lo peor ya lo tiene pensado)? ¿Dónde van lo votos que el PP pierde en Euskadi? ¿Es verdad que Messi se ha hecho independentista? Así hasta el infinito. No hay espacio para evaluar lo que pasa cada día. Por eso haré algo más de conjunto. Ver algunos procesos de fondo que en cierto modo enmarcan los acontecimientos y sustos cotidianos. Procesos de fondo, coyunturas generales (tan estables que se les ha quedado ya cara de estructuras) y genéricas transformaciones culturales sobre lo que el personal piensa sobre la política.  Todos ellos conforman un escenario que marca, orienta y además limita el juego de los acontecimientos políticos diarios. 

UNO. Para empezar, coger distancia de la super-presencia en los medios de la bronca política. 

Se supone que nos enteramos de la política a través de lo que los medios dicen que dicen los políticos. Ha empeorado lo que dicen los políticos. Lo que dicen cada vez se aleja más de lo que es la Política. La Política es lo que decide el Poder –desde el Estado y sus instituciones– estableciendo leyes e inversiones, dirigidas a lograr el interés general; todavía mejor…  a incrementar y extender la igualdad, las libertades y las no dependencias. Eso es la Política.

Pero el discurso de los políticos está cada vez más limitado a descalificar a sus contrincantes. El grado de cretinismo (categoría superior a la imbecilidad) en esta descalificación ha alcanzado excelentes cotas en los últimos tiempos. También a manifestar grandes deseos de felicidad a los ciudadanos sin por supuesto especificar como se van a ganar esa felicidad. Y en todos los casos, cada vez se miente más. O sea, ninguna referencia a la Política

El deber de los políticos es contar lo que han decidido, han hecho y van a hacer para lograr –o al menos incrementar– la igualdad y la no subordinación. Deber que sin más… ya no se cumple. Porque la distancia entre representantes y representados y el vaciamiento de la democracia es ya de tal envergadura, que los mismos consideran una pérdida de tiempo dedicarse a contarnos estos detalles. Lo único que quieren hacer (parece que les funciona) es lograr que nos emocionemos a través de un discurso –objetivamente limpio de contenidos– que moviliza nuestras altas, bajas y medianas pasiones. Que nos conduzca a adherirnos a su política, o a votarlos sin preguntar. Es lo que hay. O sea que vamos a peor.

DOS. Ahora, al margen de lo que digan los medios sobre los políticos, habría que ver qué es lo que está pasando con lo que hacen. Ver lo que están haciendo, o se supone que van a hacer, en las instituciones en las que discuten lo que debe hacerse para lograr el bienestar de sus representados, y luego ejecutar lo que se ha decidido mediante el establecimiento de las normas, dineros e inversiones correspondientes.  Esto –insisto– se supone que es la Política. Habría que ver si ahora –últimas elecciones– han accedido a esas tareas otras categorías de políticos de los que había antes. Si es así, el cambio podría influir en que las decisiones que ahora se tomen sean distintas a las que se tomaban antes. 

No puedo entrar ahora en un pormenorizado análisis sobre las específicas motivaciones de los distintos votantes que, animadas por los discursos o imágenes electorales de los candidatos, han orientado su voto. Por supuesto que es algo relevante a analizar, pero también creo que por debajo de estas             específicas      motivaciones existen unas convicciones –o quizás actitudes– generales asumidas por muy       amplios            conjuntos         de ciudadanos que determinan en última instancia los resultados electorales. 

Los votantes no están interesados en que los políticos elegidos lleven a cabo grandes cambios. La situación de incertidumbre existente –se puede decir que vivimos una nueva época definida por la incertidumbre– provoca una actitud de cautela. Los ciudadanos viven la sensación de que no está nada claro qué es lo que va a pasar en el futuro, entre otras razones porque observan que los políticos tampoco lo saben.

El panorama alimentado de esta incertidumbre es el de un sistema –el Sistema– en el que los distintos poderes que lo conforman –sobre todo algunos– han decidido que la crisis que extiende, radicaliza y fija la desigualdad, es ya sistema. Desigualdad y democracia vacía son y deben ser rasgos, estructuras y formas permanentes del sistema. Los poderes están constitutivamente desinteresados en diseñar y poner en marcha estrategias que reajusten en esta situación, que logren que se recupere en cierto modo el viejo estado de bienestar. La desigualdad es ya naturaleza. La estrategia de los poderes reales consiste en actuar con decisiones cortas pero contundentes para mantener y ampliar sus poderes económicos y corporativos. Instituciones, grupos y redes políticas que, en mayor o menor medida, están a su servicio y operan, asimismo –a lo mejor en algunos casos sin excesivo entusiasmo–, con esta dinámica de cortoplacismo. Nos dicen (o como si no dijeran): lo único que podemos hacer es mantener la correlación de fuerzas que hay entre los distintos poderes dentro del sistema que determina las condiciones de vida sociales existentes. Las que hay. Y punto.

Los ciudadanos reciben esta imagen del poder, de las instituciones. Y empiezan a considerar que ese no saber –esa incertidumbre– acerca de que las cosas puedan cambiar de verdad, es inevitable. Los ciudadanos asumen esta incertidumbre como no deseable, pero sí como natural en cuanto que proviene y se defiende por una poderosa estrategia. Así viven con alarma las propuestas que afirman la viabilidad de opciones dirigidas a grandes cambios y reajustes.

Les asusta este tipo de propuestas porque entienden que van contra la naturaleza y que por tanto su puesta en marcha puede provocar situaciones de grave e irresoluble conflicto. Por eso, al margen de la exaltada retórica electoral, saben que están votando propuestas moderadas que no van a establecer un camino hacia una situación de justicia, igualdad y libertades para todos. No. Saben que quizás se establezcan algunas mejoras en algunas condiciones de vida. Les resulta suficiente y… prudente.

El dominante marco cultural de incertidumbre ha llevado ya a muchos a la conclusión de que no hay futuro distinto a la reproducción de lo que hay. Algo que a los más maduros les conforma y conforta. Algo que los más jóvenes ya conocen. Saben que su futuro solo es luchar –cada día– por sobrevivir. 

La convicción –o quizás solo actitud– de generalizada moderación o reserva frente los grandes cambios generada por lo que podemos llamar esa incertidumbre sistémica (incertidumbre como estado de naturaleza) marca una nueva situación y escenario político. A lo que nos interesa, la situación afecta también a la izquierda en general. Antes quizás fuese bajo el nivel de creencia en la posibilidad de sustanciales cambios, pero sí existía el deseo de que se llevasen a cabo. Hoy en día ni se cree, ni se consideran deseables. 

Claro que hay diferencias entre los votantes a la izquierda en general con los votantes de la derecha en todas sus familias. Pero las diferencias no son tanto de definición, conceptuales, como de intensidad. Así, los primeros bien porque lo necesitan o bien porque así lo quieren (todavía en muchos permanece un cierto sueño sobre la solidaridad) o por las dos cosas, demandan más igualdad, aunque no la igualdad, porque saben que la incertidumbre y detrás de ella el escenario de la desigualdad sistémica, hacen inviable, sino muy arriesgada, esa opción. 

Los segundos quieren menos igualdad o simplemente apoyan la existente desigualdad, porque no están personalmente interesados; entienden que este asunto de la igualdad no mejorará sus intereses individuales y aún puede empeorarlos. Y también bastantes de ellos la apoyan porque consideran muy conveniente creer que la desigualdad es un designio divino o un mandato de la naturaleza.

Lo común es el rechazo. Unos se han resignado a rechazar estrategias radicales por considerar oscuro y peligroso el túnel de las grandes transformaciones. Otros porque lo asumen con entusiasmo.

En los bordes, en los extremos del escenario electoral, se sitúan posiciones que operan con convicciones más ideológicas. En un lado afirmando que los actuales espacios de poder –reales e institucionales– se pueden transformar en escenarios más participativos e igualitarios y en consecuencia ello puede llevar hacia unas políticas menos de tierra quemada, más de un profundo reajuste en los repartos de poderes, de establecer unas políticas públicas dirigidas a la extensión de la igualdad y de poner en marcha procesos de profundización democrática.

En el otro lado –en el de los malos– la convicción opera con la afirmación de que desigualdad, autoridad y dependencia son los rasgos que definen y estructuran la sociedad y la política. Constituyen el inevitable y al tiempo deseable horizonte futuro.  

Ambos, sin embargo, están en los márgenes. Uno desafortunadamente y otro muy afortunadamente.

Las dos últimas series electorales han supuesto cambios de actores políticos en las distintas instituciones. Sin embargo, todos van a participar en el mismo delimitado terreno de juego. Sus reglas –las reglas de la gestión de la crisis como sistema– no hacen posible ni permisible los cambios sustanciales en las relaciones de desigualdad basada en el sistema económico vigente existente, ni en las relaciones entre gobernantes y ciudadanos basadas en la democracia vaciada

Por supuesto los nuevos gobernantes van a establecer normas sociales mejores que las que hasta ahora existen. Muchas de las decisiones políticas que se tomen establecerán cambios en favor es una mayor igualdad y justicia. Esperemos. Pero en todo caso dentro de unas reglas de juego. Dentro de unos límites.  

TRES. La Política es lo que deciden los políticos, pero también es una relación entre Estado, dirigentes políticos, instituciones políticas por un lado y, por otro, ciudadanos en general y sociedad civil –organizaciones sociales– muy en particular.

En la relación de arriba hacia abajo, gobernantes toman decisiones, leyes que los ciudadanos se supone deben obedecer y también disfrutar de sus contenidos y también ¿por qué no? cabrearse por sus contenidos. En la relación de abajo a arriba, ciudadanos y sociedad civil demandan, piden, proponen que el Estado y sus dirigentes tomen determinadas decisiones políticas. Aquí la política es la sociedad moviéndose hacia el poder. Demandándole.

Habría que ver en qué medida esta política de abajo hacia arriba logra (o no) impactos y cambios en la política, en la de arriba. Para empezar, ver cómo funciona el sistema –en última instancia el poder político– cuando se le cuestiona, cuando se le exige cambios desde la sociedad.

El sistema es el conjunto de poderes –el poder económico y el político, y más que poder, la cultura dominante– que se relacionan entre sí para tener una sociedad marcada en sus múltiples espacios de convivencia por la desigualdad y la dependencia; unos mandan –y dentro de los que mandan hay jerarquías– y otros obedecen. A partir de esta afirmación estática, hay que señalar que el sistema se reajusta, se reequilibra, cuando es atacado.      Se        exigen cambios, transformaciones a las instituciones que conforman la red del sistema y estas se conceden. En estos casos lo que pierde el sistema, lo que ya no puede imponer, es compensado por el aumento de otras imposiciones. El

resultado final es un reequilibrio que mantiene en lo fundamental las estrategias constitutivas del sistema dirigidas a la dependencia y desigualdad. 

Así se reajustan las relaciones, manteniéndose la jerarquía entre ellos. En esta línea por ejemplo se reorientan las prácticas de las instituciones democráticas –poder político– para mejorar su servicio al poder económico “tocado” por ese cambio exigido. Y los discursos que conforman la cultura dominante son dirigidos a ampliar las legitimidades del sistema o sin más a reforzar la conformidad con el mismo; y así

compensar una derrota (siempre parcial por supuesto) de algunos de sus poderes por ese cambio proveniente de una exigencia exterior.

Funciona el reajuste porque el sistema se asienta y mueve en una institucionalización muy operativa de la división de funciones, de la clasificación y diferenciación en su seno de las distintas acciones sociales y políticas. Y esa división y clasificación constituyen hoy la cultura dominante en la sociedad. En ella, sus ciudadanos entienden que lo natural es operar a hacia el sistema o dentro del mismo respetando esa clasificación de funciones. Eso quiere decir que cada exigencia implicara tanto una específica reivindicación y canal de acceso al sistema, como una específica forma de organizarse y moverse para reclamarla 

Las reclamaciones sociales dirigidas hacia el sistema político en la medida que son específicas, se auto-limitan, solo afectan a una también delimitada política pública de la institución correspondiente. Cuando se obtiene la reclamación, el proceso de reajuste y compensación antes descrito se pone en marcha manteniéndose las opciones estratégicas generales del sistema. La reivindicación es absorbida por el sistema para que éste siga funcionando como siempre 

CUATRO. ¿Y si no? Por un momento hagamos el esfuerzo de romper el manto de la incertidumbre. Imaginarnos como posible una sociedad futura basada en la cooperación y la igualdad, en la participación de todos en todas las decisiones. Continuando la apertura del manto, considerar la posibilidad de que una transformación de la sociedad actual puede ser la vía de alcanzar esa futura sociedad.

La existencia de determinadas redes sociales, de organizaciones, y movimientos aliados entre sí en nuestra sociedad, puede a través de, a su vez determinadas prácticas de acción y organización, prefigurar esa sociedad del futuro.  Por otro lado, mediante la confluencia de esas determinadas organizaciones y prácticas en la confrontación con el sistema, podrían lograr el impacto y ruptura suficiente para alcanzar esa deseada sociedad (suena impresionante).

¿Como sería –como en algunos casos lo es ya– un movimiento, una organización concreta de estas características? ¿Cuáles son esas determinadas prácticas de acción y organización prefiguradoras?

Es una organización o movimiento que en su definición y en su práctica rechaza la división y la clasificación. Entiende que sea cual sea su reivindicación original –el interés agraviado que le ha hecho ponerse en marcha– el logro de esa reivindicación solo es posible en la medida que se logren cambios sustanciales en el conjunto de agravios dentro del que está y con lo que se relaciona esa injusticia, ese agravio.

No es posible lograr unas condiciones plenas de igualdad y libertad para inmigrantes y refugiados si al mismo tiempo no se cambia sustancialmente la situación de miseria del Sur debida a la explotación del capital, y las políticas militares y armamentísticas, y la política de seguridad, y las situaciones consolidadas de dependencia de género, etc., etc. Romper la barrera de la clasificación implicaría asumir –y se asume– en mayor o menor medida, la movilización en contra de todas esas otras dimensiones.

No se pueden lograr condiciones de trabajo y salariales dignas y estables para todos los trabajadores, si al mismo tiempo no se dan sustanciales reformas fiscales, no se otorga a los trabajadores una relevante posición decisoria en las empresas, no existe una banca pública dominante frente a las privadas dirigida a la financiación de corporaciones cuya finalidad fundamental sea el desarrollo del empleo estable, etc., etc. Como en el caso anterior, romper la división funcional exigiría –exige y así se hace– operar también en todos esos otros campos. Un grupo de trabajadores organizados en una empresa social o cooperativa logran mejores, más justas e igualitarias, condiciones de trabajo y salariales. Pero la supervivencia de su opción cooperativa laboral exige transformar su entorno. Transformaciones ambientales, en la cultura y prácticas de consumo, radicales cambios financieros, etc. Igual que antes. Romper los límites de las auto-asignaciones reivindicativas y entrar en la estrategia –como veremos– de la totalidad. Así se hace en ocasiones.

Son organizaciones que además de esta opción por la totalidad frente a la clasificación, entienden que ejercer su poder de forma colectiva, decidir entre todos, no solo es algo operativo, sino que tiene valor por sí mismo en cuanto que configura, hace posible que una sociedad futura logre la igualdad y el autogobierno. Además, incorporan esta concepción radical de la democracia en sus reivindicaciones, exigiendo estar presentes también en los correspondientes procesos decisorios del espacio institucional

La variable comunitaria: son organizaciones que pretenden percibirse y en lo posible vivirse –con mayor o menor intensidad– como una comunidad. En cualquier caso, no aceptan la vieja clasificación de considerar las relaciones de solidaridad, afecto y reconocimiento mutuo como un espacio ajeno, separado las prácticas organizativas y movimentistas dirigidas a obtener los objetivos de la organización. Entienden una vez más que son parte del todo. Que están en el todo 

Una situación de confrontación institucional por un extenso conjunto de organizaciones como las descritas, podría provocar una situación de bloqueo, de parálisis del sistema.  Dada la estrategia de totalidad reivindicativa, el sistema no puede hacer el juego del reequilibrio compensando la concesión a un solo objeto de demanda, con la mejora de sus posiciones dominantes en otras políticas no cuestionadas, manteniendo así la situación de dependencia, desigualdad, etc. No puede hacerlo porque todas las políticas están cuestionadas. Además, está cuestionando también el cómo de la concesión del conjunto en cuanto que esas organizaciones, dada su concepción participativa de la democracia, pretenden estar presentes en el proceso decisorio. En una situación así, en vez del proceso convencional de reivindicación específica, absorción y reajuste sistémico, se establece una situación de bloqueo.

Puede ser pura especulación, pero una extensa confrontación de estas redes alternativas totalizantes con el apoyo a nivel institucional de organizaciones convencionales de izquierda, hace más posible una ruptura del bloqueo hacia nuevos escenarios de igualdad sin limitaciones y presencia social en el poder democrático, que una estrategia muy centrada en acciones convencionales de partidos de izquierda aun con el apoyo de organizaciones sociales también de tendencia tradicional

Si así se lograse, la sociedad que aparecería después de la profundización y extensión de esa ruptura del bloqueo sería expresión de la prefiguración

Una sociedad muy autogobernaba en sus distintos ámbitos y muy coordinada entre esos diversos ámbitos. Políticas asentadas en procesos democráticos muy densos, participativos y continuados. Políticas en las que siempre prevalecerán los intereses de la comunidad frente a los intereses particulares, especialmente los económicos

CINCO ¿De quién carajo estamos hablando? Ya existen organizaciones y movimientos sociales que están en esta nueva dinámica totalizante. No voy a dar nombres (sí daré el de Ongi etorri errefuxiatuak), pero sí creo que hay algunos movimientos/organizaciones sociales, algunas experiencias comunitarias, algunas empresas cooperativas más o menos metidas en esta onda, etc. Desde distintos ámbitos y con mayor o menor cumplimiento de todas esas prescripciones que configuran la alternatividad descrita, de estas organizaciones están surgiendo opciones como las descritas.

Por otro lado, estas opciones organizativas surgen de momentos, de acontecimientos que a su vez pueden poner en marcha este tipo de organización. El caso del 15 M es paradigmático. Ahí se cuestionó de forma colectiva, comunitaria –radicalmente democrática– todo el sistema. Ciertamente no construyó una organización estable que asumiese en la práctica todos estos rasgos. Pero algunas de sus propuestas y de sus ideas influyeron en otras organizaciones con vocación alternativa.

Lo importante no sería tanto cuantificar los que andan hoy con estas estrategias, sino apuntar que se percibe el crecimiento de una conciencia –quizás solo intuición– de que se puede construir, de que se está construyendo un nuevo modelo organizativo con posibilidades de lograr verdaderos impactos políticos. Que así sea.

 

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