¡Qué importante es soñar juntos! – Borja Llamas Díaz

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Borja Llamas Díaz

El papa Francisco en su última encíclica titulada Fratelli Tutti expresa de manera muy clara y concisa la dinámica que está desarrollando la sociedad actualmente, ofreciendo pautas y herramientas para el desarrollo de la fraternidad y la amistad social.

Si observamos detalladamente esas dinámicas, vemos cómo predomina un individualismo indiferente e inhumano que nos lleva al aislamiento y a la soledad. Muchísimas veces estamos ante una gran paradoja, ya que personas que conviven juntas avanzan por la vida separadas entre sí.

Ante una vida ajetreada, ansiosa y estresante, estamos perdiendo la capacidad de conversar y de compartir lo que somos con los demás. Esto nos instala en un monólogo con nosotros mismos y caemos en descalificaciones rápidas de lo que nos suena diferente o, simplemente, huimos de aquello que va más allá de nuestras convicciones personales. Por tanto, dividimos el mundo entre los que piensan, sienten, sueñan, aman… (y un largo etcétera) como «yo» y los que no.

Los medios de comunicación y las redes sociales no hacen sino avivar estas dinámicas. Actualmente, se conversa más a distancia que cara a cara y perdemos muchos de los aspectos que implican el encuentro con el otro. Perdemos el lenguaje, el ingenio y el tono de nuestras conversaciones. Además, constantemente nos estamos evaluando, midiendo y exigiendo unos a otros. La sociedad de la información está más desinformada que nunca y lo que llamamos «verdad» se encuentra enmascarada y desfigurada.

Y ante todo esto, me pregunto: ¿se puede ser realmente «amigos» en este mundo conectado, pero también distante en el que vivimos? Admito que las redes sociales y los medios de comunicación, en general, son una herramienta esencial en nuestras vidas y que nos facilitan mucho el trabajo y las relaciones, pero creo que el concepto «amigo» en las redes sociales es exagerado e ilusorio. 

La mayoría de las veces creamos vínculos a través de una pantalla solo desde lo que uno quiere mostrar. No somos sinceros del todo con nosotros mismos ni con los demás. Por lo tanto, tendemos a enmascarar vacíos, ocultar los miedos y distraer nuestras carencias. Y a todo esto debemos unir la presión constante por tener más likes que los demás y el miedo a ser rechazados por lo que somos. Todo esto condiciona nuestras relaciones y encuentros. 

Ante todo esto, nuestro papa Francisco nos propone la cultura del encuentro. No somos personas aisladas dispuestas a alejarnos lo más posible de los demás. Todo lo contrario, necesitamos del otro para establecer nuestras necesidades, nuestras búsquedas, nuestras relaciones y, muchas veces, nuestras diferencias. 

 

El verdadero concepto de comunidad empieza donde hay diálogo y encuentro. Y no estoy hablando de un encuentro casual o efímero preparado con mucha anterioridad, sino desde encuentros sencillos y cotidianos. Este encuentro empieza cuando dedicamos un tiempo pausado a conocer al otro y cuando mis relaciones se basan en el diálogo que busca el bien común, no cuando me preocupo por imponer mi forma de pensar.

Esta forma de actuar nos lleva a conjugar nuestras acciones de un modo muy diferente. Pensamos menos en singular (en el «yo») y comenzamos a pensar más en plural (en el «nosotros»). Esto implica irremediablemente ofrecer algo de lo que somos y de nuestra propia libertad a los demás como condición para llevar a cabo un proyecto común y compartido. Solo cuando somos capaces de salir de nosotros mismos aceptando y cuestionando las convicciones de los demás seremos capaces de generar procesos de encuentro.

Se cuestiona de manera clara en la encíclica: ¿y si las razones del otro, que aparentemente no me gustaban, son capaces de cuestionar mi vida y mis seguridades? Debemos ser generosos y amables para luchar por una sociedad donde las diferencias conviven complementándose y enriqueciéndose unas con otras, aunque esto implique discusiones. 

La paz social, que tanto echamos en falta, debe estar basada en esta amabilidad. Debemos fomentar una convivencia sana donde se superen las incomprensiones que nos separan y prevenir los conflictos y desencuentros que tanto mal nos hacen y con los que no llegamos a ningún puerto seguro.

Termino con las palabras textuales del papa Francisco de su discurso en uno de sus encuentros ecuménicos e interreligiosos con jóvenes y que a mí personalmente tanto me ayudan a poner voz a mis sentimientos actuales:

«He ahí un hermoso secreto para soñar y hacer de nuestra vida una hermosa aventura. Nadie puede pelear la vida aisladamente. Se necesita una comunidad que nos sostenga, que nos ayude y en la que nos ayudemos unos a otros a mirar hacia delante. ¡Qué importante es soñar juntos!».

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