¡Qué bonito es sentirse querido! Y que difícil a veces, es poder reconocerlo en medio de la cantidad de cosas que hacemos en el día a día… Cuantas veces me he podido quejar de no sentir ese calor, esa cercanía de los otros, pero, ¿es verdad? ¿O no será más bien que no soy capaz de verlo?
Si pienso cuando estaba en el colegio estudiando, preparando exámenes, saliendo con los amigos, en actividades, grupos, etc… ¡Qué difícil era reconocer el cariño y la cercanía de mis padres! Pero ahí seguían ellos, al pie del cañón, a su manera.
Si pienso en los compañeros de clase, ¡cómo me gustaría sentirme más reconocido, más importante por quién considero que es mi amigo/a! Pero quizás, ellos están dispuestos, solo esperando a que dé el primer paso.
Ahora que vivo en una comunidad con mis hermanos, ¡cuán lejanos puedo sentir a la gente con la que vivo y comparto espacio y tiempo! Pero, he podido experimentar que sólo basta mirar un poco más allá de ti para ver que el otro, no solo está igual de necesitado de amor que tú, sino que está deseando de poder trasmitirlo, aunque no sepa cómo.
Y es que a veces nos centramos en nuestros problemas, en nuestras rutinas, en nuestras necesidades, y demandamos a los demás una atención para sentirnos reconocidos y valorados. Incluso cuando estamos en una relación más profunda, podemos sentir ese vacío, incluso sabiendo que la otra persona nos ama con locura.
Y todo esto a qué viene??
Pues que, como nuestros padres, como nuestros amigos, como nuestra pareja o nuestros hermanos de comunidad, Dios está siempre ahí, esperando que nosotros estemos listos para recibir ternura, cariño, acogida. Y es que “Dios es amor”, y un amor que llena y sacia.
En mi vida, como en la de cada uno de vosotros, ha habido momentos mejores y peores, de altibajos entre una felicidad radiante que inunda cada pequeño detalle y otros en los que cualquier cosa que me intente sacar del problema en el que estoy metido me crea rechazo.
Y es que estoy convencido, porque lo he vivido, que cuando Dios está por medio, y le dejo entrar en mi vida, la tónica general suele ser la primera. Porque los problemas y las pequeñas rayaduras que nos hacemos se vuelven más pequeñas.
Cuando a través de la oración, de compartir con un amigo, de darte a los demás, descubres la fuente de vida que sale de ese amor, todo parece encajar mejor. No es que las demás cosas pasen a un segundo plano, sino que toman un sentido más hondo.
Y además, no es un amor, bucólico de corazoncitos y flores – que por otro lado, lo necesitamos a veces- . Es un amor que te hace salir de ti, entregarte a los demás, anteponer al otro, comprometerte y complicarte la vida. Y es que así es el amor de Dios, un amor encarnado en la realidad, como la vida del mismo Jesús, “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo”.
¿Es difícil poder vivir esto? Lo único difícil es empezar. Cuando en el centro de tu vida está Jesús y el Evangelio, todo lo demás cuadra solo. Empezamos un camino en el que poder vivir este amor, un camino de encarnación, un camino de sorpresas y dudas, como afrontó María en aquel primer adviento.
No creas que este amor es absurdo, o sin sentido. Sabes como terminó la historia de Jesús, el amor y la coherencia le llevó a dar su vida hasta el final, pero el Amor de Dios venció a la mismísima muerte, como en tantos cristianos que gastan su vida por los demás ¿Estás dispuesto a adentrarte en este camino del Amor de Dios?