Joseph Perich
En uno de los días más fríos del invierno, un grupo de erizos se refugió en una madriguera.
Con el deseo de aprovechar el calor de sus cuerpos, se acercaron con tanta precipitación que se clavaron sus afiladas púas. Rápidamente se separaron, quejándose del mal que les había provocado la búsqueda de un bien común. Sin embargo, una vez separados, se dieron cuenta de que morirían congelados. Tenían que tomar una decisión: o aceptar las espinas de sus compañeros o desaparecer de la Tierra. Con sabiduría, y un cierto temblor, decidieron volver a juntarse, acercándose con prudencia. De esta manera aprendieron a controlar la justa distancia con la que se beneficiaban de un calor respetuoso, sin perder la privacidad de cada uno.
Aprendieron a convivir con las pequeñas heridas que la relación con un ser muy cercano puede ocasionar, y que lo prioritario es el calor que me brinda el vecino.
De esta forma pudieron sobrevivir.
REFLEXIÓN:
Más de una vez habremos oído:
– Mira, hacía cuatro días que se habían casado y ya están separados.
Visitas a un familiar y te dice:
– ¡Yo, que ella, ¡no aguantaría a su marido un día más!… ¡Y prefiere aguantar!
Resulta que el matrimonio se ha roto, pero, por falta de recursos, deben continuar conviviendo, sin decirse nada, en un pequeño piso con los hijos de por medio. No se me olvida el caso de un madre soltera de Vila-roja, que hizo pareja con un chico, y éste le obligó a ahogar a su niño de meses por que no podían ir a la «discoteca».
Podríamos ir alargando la lista en la que a buen seguro también nosotros seríamos de alguna manera protagonistas. Cuántas veces habremos idealizado proyectos (también personas) sin prever o tener conocimiento directo de las debilidades de las personas con las que deberemos colaborar. Debilidades que nunca podré cambiar del todo, pero sí con mucha paciencia podré aprender a convivir, sin rebajarse al otro.
Los novios, antes de casarse, firman: «Me comprometo a amarlo (a) con un amor fiel, a ayudarle (a) en su promoción humana… y confortarle en todos los momentos de la vida». Este compromiso, que presupone una madurez humana, lo podríamos hacer extensivo o interiorizar en todo tipo de proyecto comunitario o colectivo. La estimación está en la raíz, pero es un amor siempre provocativo de cara a la mejora del otro. En la cultura africana xhosa tienen una palabra magistral: «Ubuntu» = «yo soy porque nosotros somos». O como nos diría además Martín Luther King: «Hemos aprendido a volar como los pájaros, a nadar como los peces, pero no hemos aprendido el sencillo arte de vivir como hermanos».
Uno de los secretos de la supervivencia solidaria entre los erizos es, sin duda, el saber encajar el problema de las púas o pinchos en su relación, en su mano a mano diario. A los humanos nos cuesta más. Haciendo un chiste, alguien ha dicho o «alguien lo tenía que decir»: «nuestro progreso no ha sido que los hombres dejemos de comernos unos a otros, sino que hoy nos comemos unos a otros con cuchillo, con tenedor y servilleta… «.
Posiblemente nunca nos habremos dado cuenta que cuando señalas con un dedo a alguien hay tres dedos que te señalan a ti. O expresado con palabras más llanas: nadie se ve la propia joroba. Es el caso de aquel maestro interpelado por uno de sus alumnos:
– «Perdone, pero no he sido capaz de descifrar la observación que me ha escrito en mi examen.
– Te decía que tenías que escribir de forma más comprensible.
Cuando no se quiere reconocer nuestras faltas, nos adentramos fácilmente en una espiral de «malos rollos», comparaciones, reproches, agresividad descontrolada…, podemos incluso llegar al rencor que no es otra cosa que «tragar veneno pensando que haces mal al otro».
Para aprender a convivir con los pinchos del erizo, sin hacerse daño, saboreamos:
Estos versos del poeta: «Voy con las riendas tensas y refrenando mí vuelo, porque no importa llegar pronto y primero, sino todos juntos y a tiempo» (León Felipe).
Y esta oración: Dios mío, concédeme: SERENIDAD para aceptar las cosas que, a pesar de mi esfuerzo y mi buena voluntad, no puedo cambiar del todo. VALOR para cambiar las cosas que, con mi esfuerzo, con tu ayuda y la de los demás, puedo cambiar. SABIDURÍA y DISEÑO para reconocer lo que puedo cambiar y mejorar, y lo que no puedo cambiar ni mejorar.