Profetas sacerdotes y reyes – Chema Pérez-Soba

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Chema Pérez-Soba

chema.perez@cardenalcisneros.es

«Los cristianos del siglo XXI serán místicos o no serán». Esta rotunda frase de Karl Rahner (que otros atribuyen en origen a Raimon Panikkar) ha sido repetida miles de veces en nuestros ambientes cristianos. El problema, como siempre pasa con los lemas, es llenarlo de contenido.

Una de las formas de abordarla es caer en la cuenta de lo que señala el Vaticano II y en lo que insiste el papa Francisco: la llamada básica del Espíritu hoy es a tomar conciencia de nuestra unción bautismal y todo lo que conlleva. Esto es lo que quiere significar «místicos» en la frase rahneriana: los cristianos del siglo XXI (y me temo que ya lo llevamos avanzado) o son cristianos por opción, por que han vivido una experiencia personal de Dios y sienten su vida como una misión, o, simplemente, no serán cristianos.

Por ello en nuestros procesos es clave proponer a los jóvenes lo que vivimos: estamos ungidos en el Bautismo como sacerdotes, profetas y reyes. Todo un proyecto de vida, toda una aventura por vivir. De eso es de lo que se hacen cargo, como adultos en la fe, en el sacramento de la Confirmación. En la fuerza del Espíritu, asumen como propia la unción bautismal, abrazan libremente una forma de vida.

¿Una forma de vida? En efecto, la triple unción no es solo una serie de títulos, es un proyecto.

Cuando somos ungidos como sacerdotes asumimos una imagen de Dios. Si todos los bautizados somos sacerdotes, no entendemos un Dios controlado por «especialistas de lo sagrado», un Dios al que hay que acercarse tras purificaciones rituales. Esa es la diferencia con el sacerdocio judío original (solo son sacerdotes una tribu especial) o del mundo grecolatino (una función social, parte del funcionariado civil). No. Nosotros estamos todos y todas consagrados como sacerdotes para ser presencia de Dios para nuestros hermanos en medio de mundo. Estamos llamados a consagrar el mundo entero, las relaciones personales, las relaciones sociales, las relaciones político-económicas, a Dios Abba.

Y, por eso, estamos llamados a disfrutar del cristianismo no como una serie de creencias estáticas, sino como un camino de espiritualidad, a vivir en Dios nuestra vida entera: las alegrías, los dolores, las decepciones y las rupturas, los encuentros y la creatividad. Somos, como decían las primerísimas comunidades «los del camino», los que vivimos con Dios nuestra vida y así, ayudamos a consagrar el mundo.

Cuando somos ungidos como profetas, asumimos un estilo de vida que, como los profetas del Antiguo Testamento y como Jesús profeta, denuncia el anti-reino, los ídolos del mal y la muerte y anuncia que otro mundo, más humano (y por tanto más divino) es posible. Todos los medios son útiles para ello: igual que Jesús, las personas de las que nos rodeamos y cómo nos relacionamos con ellas, pueden ser profecía. En un mundo individualista, vivir en comunidad se convierte en una llamada de atención; acoger a todos, más allá de su nivel social o económico, romper, de hecho, las fronteras invisibles entre clases sociales, se convierte en profecía; optar por vivir el trabajo como misión y no como una competencia en busca de una éxito absurdo y superficial, es profético. Apostar por un modo de vida que controla su consumo por el bien de la hermana tierra y de toda la humanidad, es llamar la atención hacia el cuidado mutuo, hacia una forma de vida entrañable, honesta, verdadera, que rompe con el mercado de sentimientos y apariencias en el que se nos invita a vivir.

Ser ungidos como reyes implica que sabemos el camino para ser profundamente humanos: ser servidores. El primero entre nosotros es el servidor y sentimos que nuestra plenitud está en el cuidado mutuo, gratuito, libre, que rompe con las jerarquías, con los liderazgos verticales y con los mecanismos habituales de poder. Identificados con Jesús, que muestra su liderazgo arrodillándose a los pies de sus discípulos, nos sentimos parte de un pueblo fraterno que camina, sencillo y humilde, junto con sus hermanos de otras creencias y descreencias, de toda edad, cultura y condición, en la comunión de los santos, hacia el futuro de una humanidad nueva.

¿Es a esto a lo que invitamos a nuestros jóvenes en nuestros procesos pastorales? ¿O basta con que sigamos celebrando nuestros ritos? Cuidado, porque, como bien sabemos, los jóvenes se sienten cada vez más libres para romper con nosotros y acudir a cualquier otro espacio donde encontrar sentido positivo a su vida. Y los reclamos son infinitos, en una sociedad en la que estamos a un clic de móvil de absolutamente todo.

Ayudar a tomar conciencia de la llamada que asumimos en el Bautismo es el compromiso básico de toda comunidad cristiana: de los padres que asumimos ese reto al bautizar a nuestros hijos, de nuestras comunidades cristianas que quieren evangelizar y de los centros educativos que animamos justo para eso, para ayudar a descubrir, al joven que quiera, una forma de vida basada en el Dios de la Vida, que nos reúne en un pueblo de sacerdotes, profetas y reyes.

 

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