PROCESO CON EVENTOS, BUENA COMBINACIÓN PARA UN ACOMPAÑAMIENTO INTEGRAL DE JÓVENES – Juan Carlos de la Riva

Etiquetas:

 ACOMPAÑAMIENTO INTEGRAL DE JÓVENES RPJ 559 ​Descarga aquí el artículo en PDF

Juan Carlos de la Riva

rpjrevista@gmail.com

¿VAMOS A LA JMJ 2023?

A lo mejor no ocurre en tus equipos pastorales que acompañan a jóvenes o entre tus mismos jóvenes, pero en mi equipo sí pasa: lanzar esta pregunta es generar una cierta polémica. Salen los defensores diciendo que es fantástico, que a los jóvenes les cambia la vida, que les da un subidón de fe y de Iglesia, que hay un antes y un después… Y en seguida salen los detractores diciendo que la fe no está hecha de calentones, que lo importante es el día a día, el grupo, que estas cosas son sentimentalismos y fuegos de artificio, que después no queda nada…

Si nos creemos en serio esto de la sinodalidad, tan de moda y tan en boca de todos, pero a veces tan mal entendida, habrá que decir que ambos tienen razón y, al mismo tiempo, no la tienen, y que la verdad estará seguramente un poco más allá de las verdades parciales que ambos argumentan. Y es que sinodalidad es caminar juntos sumando perspectivas. Esta es la línea e impronta que quiero dar a este artículo: sumar perspectivas, integrar ambos planteamientos en una misma propuesta pastoral, porque se puede.

Sinodalidad es caminar juntos sumando perspectivas

QUÉ ENTENDEMOS POR PROCESO Y QUÉ ENTENDEMOS POR EVENTOS

Desde RPJ venimos años (más de 64, no te lo pierdas) apostando por una pastoral de proceso. Y en eso no somos originales, porque la Iglesia siempre ha defendido este planteamiento, cuando habla por ejemplo de una catequesis de inspiración catecumenal, es decir, entendida como camino en el tiempo, con sus etapas, sus momentos de paso, sus ritos y entregas catecumenales… El último Directorio para la catequesis emitido por el Vaticano, en el 2020, nos lo cuenta así en su número 63:

«El catecumenado, “verdadera escuela de formación para la vida cristiana” (AG 14), es un proceso estructurado en cuatro tiempos o períodos, dirigido a guiar al catecúmeno hacia el encuentro pleno con el misterio de Cristo en la vida de la comunidad, y es considerado, por tanto, un lugar típico de iniciación, catequesis y Mistagogia. Los ritos de paso entre los períodos evidencian la gradualidad del itinerario formativo del catecúmeno».

La propia estructura narrativa del ser humano parece invitarnos a estructurar itinerarios lineales que acompañen a las personas en su crecimiento humano y cristiano. Algunos pensadores nos alertan de la sensación actual de desnarrativización de la sociedad, en la que se viven momentos sueltos y dispersos, que no generan proceso ni sentido, sino desorientación y pérdida de libertad. Así, nos lo hace notar el filósofo Chul Byul Han. Para él, «la moderna pérdida de creencias, que afecta no solo a Dios o al más allá, sino también a la realidad misma, hace que la vida humana se convierta en algo totalmente efímero. Nunca ha sido tan efímera como ahora. Nada es constante y duradero»; «la vida actual ha perdido la posibilidad de concluirse con sentido. De ahí proceden el ajetreo y el nerviosismo que caracterizan a la vida actual. Se vuelve a empezar una y otra vez, se hace zapping entre las “opciones vitales”, porque ya no se es capaz de llegar hasta el final de una posibilidad. Ya no hay historia ni unidad de sentido que colmen la vida». Para Han, vivimos en un tiempo discontinuo, un «tiempo de puntos», un «tiempo sin aroma». Vivimos la sensación de que “el tiempo da tumbos sin rumbo alguno». Hoy la mayoría presume de «vivir al día», «vivir el momento», pero «la ausencia de pautas temporales no comporta un aumento de la libertad, sino desorientación».

El papa Francisco, frente a 7000 jóvenes de Bangladesh, les hizo una invitación a «viajar en la vida», y no «vagar sin rumbo». Quien viaja es capaz de ir hacia adelante, pero eligiendo el camino correcto. Lo primero es bien propio de la juventud, que es capaz de hacer que todo suceda y de arriesgar. Ir hacia adelante, especialmente en aquellos momentos en los que os sentís oprimidos por los problemas y la tristeza y, mirando alrededor, parece que Dios no aparece en el horizonte. Para lo segundo, los jóvenes necesitan recordar que «nuestra vida tiene una dirección; tiene un fin que nos ha dado Dios. Él nos guía, orientándonos con su gracia. Es como si hubiese colocado dentro de nosotros un software, que nos ayuda a discernir su programa divino y a responderle con libertad».

Normal entonces que los pastoralistas nos empeñemos en los itinerarios y en dotar de sentido a las distintas experiencias que viven nuestros niños y jóvenes, nombrándolas e iluminándolas a la luz de la Palabra. Y normal también que nos dé miedo a algunos que las experiencias religiosas o místicas, incluso que consigamos hacer que vivan en una JMJ o en un Camino de Santiago o en un concierto religioso o en un campo de trabajo… sean un punto más, inconexo, una foto más en el álbum inverosímil de experiencias de un joven que, quizá, después de un campo de trabajo entre los pobres, se vaya a Salou a derrochar sus ahorrillos en juergas.

Podríamos seguir dando argumentos a los defensores del proceso, pero nuestras revistas están plagadas de artículos sobre esto.

Pero, ¿cuál es el peligro aquí?: generar unos procesos formalmente perfectos, meticulosamente estructurados con objetivos y acciones coherentes, pero que no consigan transformar el corazón del joven. Podemos generar incluso una pertenencia meramente sociológica, un asentimiento a lo que se pide en el guion del proceso y requerimientos del grupo, que, sin embargo, no ha despertado un verdadero proceso vocacional en el ser profundo del joven.

Y aquí es donde toca defender este conjunto de experiencias a las que no deberíamos llamar ya eventos, sino eso, experiencias de cambio de nivel, de trascendencia, de intuir que más allá de lo que normalmente vivo en mi vida cotidiana hay felicidades que ni sospecho y que tienen que ver con salir de uno y encontrarse con el otro y con el Otro.

Toca defender este conjunto de experiencias a las que no deberíamos llamar ya eventos sino experiencias de cambio de nivel

Un proceso pastoral carente de experiencias significativas y fundantes se quedará en mero adoctrinamiento ideológico en el mejor de los casos, cuando no en una simple pertenencia sociológica mantenida por la inercia, pero no por verdaderos anclajes en la identidad profunda de la persona. Para que estos se den, hacen falta experiencias de saltos de nivel, momentos en la vida del joven en que se abra su conciencia y se vislumbren estados de vida que le hagan ser quien de verdad está llamado a ser.

Pero ¿de qué tipo de experiencias estamos hablando? Podemos hacer una larga lista en las que está incluida la JMJ pero no exclusivamente. Puede ser también un sencillo retiro de grupo con especial densidad de silencio y oración. Puede ser un campo de trabajo con jóvenes en situación de exclusión social. El Camino de Santiago; peregrinaciones a santuarios que nos lleven al conocimiento experiencial del itinerario de santos y santas o mártires; pascuas juveniles; experiencias en países del Sur o en contextos de pobreza; ejercicios espirituales; encuentros juveniles entre iguales de diversas presencias; conciertos de alabanza y adoración; marchas juveniles…

Podríamos agruparlas según el acento predominante esté en la oración y el encuentro con Jesús, en lo comunitario y el encuentro fraterno, el compromiso solidario… Pero en la habilidad de los acompañantes estará el que en todas estas experiencias se den estos tres elemento, y todos lleven a una pregunta de fondo vocacional: ¿qué despierta en ti?, ¿te llama todo esto a algo más?, ¿qué se ha movido? Es decir, que siempre estará de fondo la pregunta por la identidad más profunda, pregunta que no puede ser respondida sino en la autenticidad de una búsqueda sincera de la voluntad de Dios sobre uno mismo. Cada una de estas experiencias necesita de un antes y un después que la convierta en parte de un proceso y no una foto más para el álbum.

Cada una de estas experiencias necesita de un antes y un después que la convierta en parte de un proceso

Pero antes vamos a justificar su pertinencia con algunos párrafos sacados de los últimos documentos pastorales que nos orientan en nuestro quehacer con jóvenes. En concreto, hemos extraído algunos párrafos del Documento final del Sínodo de los Jóvenes, la fe y el Discernimiento Vocacional, de la Exhortación Christus Vivit y del Directorio para la catequesis de 2020 antes mencionado.

PISTAS DEL MAGISTERIO DE LA IGLESIA

Sí, os vamos a dar algunas citas. Son importantes porque marcan la pauta de toda la iglesia en el mundo. Las ordenaremos en cuatro categorías: la pedagogía de la experiencia, como justificación de unos momentos cumbre que toquen todas las dimensiones de la persona; el encuentro con Jesús, hacia el que deben conducir; la idiosincrasia de los jóvenes de todos los tiempos, y más los de ahora, y la concreción en algunos formatos de experiencia especialmente relevantes.

  1. La pedagogía de la experiencia

Comenzamos por aquellas citas que corroboran que para que un itinerario sea realmente mistagógico ha de tener experiencias de ruptura o de bofetada, que muevan seguridades e inviten al salto. No podemos hacer de la catequesis una mera trasmisión de contenido. Se trata de experimentar el amor.

ChV 212: «Calmemos la obsesión por transmitir un cúmulo de contenidos doctrinales, y ante todo tratemos de suscitar y arraigar las grandes experiencias que sostienen la vida cristiana. Como decía Romano Guardini: “en la experiencia de un gran amor […] todo cuanto acontece se convierte en un episodio dentro de su ámbito[112]».

Directorio catequesis 2020, 3: «importancia de que la catequesis acompañe la maduración de una mentalidad de fe con una dinámica de transformación, que en definitiva es una acción espiritual».

Pero esto no quita para que esa experiencia necesite una palabra de iluminación. La experiencia muda puede quedarse en sola experiencia. Por eso los momentos cumbre de una JMJ o de un trabajo entre los más pobres necesitan de momentos de nombrar lo que está pasando por dentro, y de referirlo al proceso que el propio Jesús despierta en la persona cuando la llama a su seguimiento. Por eso son tan importantes los previos a la experiencia, que abonen el terreno de lo que se va a vivir, acompañados por guías que transitaron ya esas sendas, y los aterrizajes de la experiencia en la vuelta a la vida, al grupo, a la rutina, que es también el lugar de la encarnación real de lo experimentado.

Directorio catequesis 2020, 199: «La catequesis, siguiendo el ejemplo de Jesús, ayuda a iluminar e interpretar las experiencias de la vida a la luz del Evangelio. El ser humano de hoy experimenta situaciones fragmentarias de las que él mismo lucha por captar el sentido verdadero. Ello puede incluso conducirle a una vida separada entre lo que cree y lo que vive. La relectura de la existencia con ojos de fe le ayuda a tener una mirada sabia e integral. Si la catequesis descuida esa relación entre experiencia humana y mensaje revelado, cae en el peligro de yuxtaposiciones artificiales o en la incomprensión de la verdad».

Se precisan por tanto unas buenas sesiones de relectura de la experiencia para captar su sentido verdadero, el paso de Dios por ellas, y hacer que el paso del Espíritu dé su fruto en la persona.

Son experiencias que hoy el joven no suele vivir de un modo natural

Estamos proponiendo experiencias que van más allá de lo habitual en la vida de un joven. Quizá una vida normal tenga ya una fuente suficiente de experiencias que, bien iluminadas, puedan llevar a replanteamientos vitales. Pero en pastoral juvenil podremos provocar nuevas experiencias, sobre todo, para completar las carencias de experiencias que un joven puede no haber vivido en el día a día: contacto con el dolor y el sufrimiento, experiencias de Iglesia plural y multicolor con la seguridad de hablar un mismo lenguaje, experiencias de belleza, de desierto, de conocer testigos del amor en la práctica de su misión… Son experiencias que hoy el joven no suele vivir de un modo natural y que los eventos a los que hacemos referencia pueden provocar.

Directorio catequesis 2020, 200: «Jesús utiliza las experiencias y situaciones humanas para señalar realidades trascendentes y al mismo tiempo indicar la actitud que se debe seguir. Al explicar los misterios del Reino, recurre de hecho a situaciones cotidianas de la naturaleza y de la actividad humana (por ejemplo, la semilla que crece, el comerciante en busca de un tesoro, el padre que prepara la fiesta de bodas para su hijo…). Para hacer inteligible el mensaje cristiano, la catequesis debe valorar la experiencia humana, que sigue siendo la mediación prioritaria para acceder a la verdad de la Revelación».

  1. El encuentro con Jesús siempre es mezcla de enamoramiento y susto.

Sabemos también que Jesús quiere encontrarse con cada joven y descubrirle la belleza de su vocación para el amor, y que un proceso pastoral necesita que ese encuentro se dé de un modo radical y directo, sin mediaciones. También sabemos que este encuentro puede producirse de muchas maneras y en situaciones muy normales: una Eucaristía, una entrevista de acompañamiento, una canción especial… Sin embargo, hay situaciones donde desaparecen las barreras, el joven deja de esconderse en su rol, o deja de distraerse en sus múltiples entretenimientos, y como que el ambiente de la experiencia ayuda a ponerse más a tiro.

ChV 129: «Si alcanzas a valorar con el corazón la belleza de este anuncio y te dejas encontrar por el Señor; si te dejas amar y salvar por Él; si entras en amistad con Él y empiezas a conversar con Cristo vivo sobre las cosas concretas de tu vida, esa será la gran experiencia, esa será la experiencia fundamental que sostendrá tu vida cristiana. Esa es también la experiencia que podrás comunicar a otros jóvenes. Porque “no se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva[69]».

ChV 213: «Cualquier proyecto formativo, cualquier camino de crecimiento para los jóvenes, debe incluir ciertamente una formación doctrinal y moral. Es igualmente importante que esté centrado en dos grandes ejes: uno es la profundización del kerygma, la experiencia fundante del encuentro con Dios a través de Cristo muerto y resucitado. El otro es el crecimiento en el amor fraterno, en la vida comunitaria, en el servicio».

Directorio catequesis 2020, 76: «El encuentro con Cristo involucra a la persona en su totalidad: corazón, mente, sentidos. No atañe solo a la mente, sino también al cuerpo y sobre todo al corazón. En este sentido, la catequesis, que ayuda a la interiorización de la fe y, con esto, brinda una contribución insustituible al encuentro con Cristo, no está sola en la promoción de la búsqueda de este propósito. A esto contribuye con las otras dimensiones de la vida de fe: en efecto, en la experiencia litúrgico-sacramental, en las relaciones afectivas, en la vida comunitaria y en el servicio a los hermanos tiene lugar algo esencial para el nacimiento del hombre nuevo (Cf. Ef 4,24) y para la transformación espiritual personal (Cf. Rom 12,2)».

En alguno de los innumerables momentos que se viven en peregrinaciones o marchas, retiros o encuentros, habrá algo que cuestione, que pregunte, que lleve al joven a sentir que en aquello que vive hay alguien interesado a la puerta, llamando, enamorando.

DF 77: «Aprenden de buena gana de las actividades que desempeñan y de los encuentros y las relaciones, implicándose en la vida cotidiana. Sin embargo, necesitan que se les ayude a dar unidad a las diversas experiencias y a leerlas desde una perspectiva de fe, venciendo el riesgo de la dispersión y reconociendo los signos a través de los que Dios habla».

  1. El joven de la generación Zeta impone sus maneras

Por un lado, es la edad, pero también, por otro lado, el momento cultural en el que vivimos, que no dejan reposo para cocinados lentos (desgraciadamente), e imponen sus leyes de inmediatez frente al proceso paciente; de autenticidad emocional y existencial frente a los argumentos abstractos, y de funcionalidad y practicidad en el presente frente a los sacrificios para el futuro. Es por esto que los eventos se adaptan mejor a esta psicología de la edad y a esta cultura.

Así nos lo explica la Christus Vivit:

ChV 204: «Mientras los adultos suelen preocuparse por tener todo planificado, con reuniones periódicas y horarios fijos, hoy la mayoría de los jóvenes difícilmente se siente atraída por esos esquemas pastorales. La pastoral juvenil necesita adquirir otra flexibilidad, y convocar a los jóvenes a eventos, a acontecimientos que cada tanto les ofrezcan un lugar donde no solo reciban una formación, sino que también les permitan compartir la vida, celebrar, cantar, escuchar testimonios reales y experimentar el encuentro comunitario con el Dios vivo».

Y también en un diálogo en Colombia con jesuitas que preguntaron por cómo atraer a los jóvenes a Jesús, Francisco nos da alguna clave:

«Me sale, para decirlo un poco intelectualmente: meterlos en espiritualidad de Ejercicios. ¿Qué significa eso? Ponerlos en movimiento, en acción. Hoy la pastoral juvenil de pequeños grupos y de pura reflexión no funciona más. La pastoral de jóvenes quietos no anda. Al joven lo tienes que poner en movimiento: sea o no sea practicante, hay que meterlo en movimiento. (…) Si nosotros ponemos al joven en movimiento, lo ponemos en una dinámica en la que el Señor le empieza a hablar y comienza a moverle el corazón. No seremos nosotros los que le vamos a mover el corazón con nuestras argumentaciones, a lo más lo ayudaremos, con la mente, cuando el corazón se mueve. Lo que yo les digo es que metan a los jóvenes en movimiento, inventen cosas para que ellos se sientan protagonistas y así, después, se pregunten: «¿Qué pasa, qué me cambió el corazón, por qué salí contento?». Como en los Ejercicios: cuando uno se pregunta acerca de las mociones interiores. Dejen que les cuenten las cosas que han sentido, y a partir de ahí, involúcrenlos poco a poco».

La pastoral de jóvenes quietos no anda

  1. Algunas experiencias significativas que se nos proponen.

Jornadas Mundiales de la Juventud y otros encuentros multitudinarios de jóvenes. En los documentos se las destaca como aportadoras de sentido para buscar el puesto en la sociedad y en la Iglesia, experimentar la lógica de la peregrinación, de la alegría del encuentro, de contemplar la belleza del Señor. Lo mismo que estas citas van a argumentar sobre las JMJ, podríamos aplicarlo, en menor medida, a encuentros diocesanos, de la propia congregación, o del movimiento, repitiéndose en ellos las mismas claves aportadas.

DF Sínodo 2018, 16: «La Jornada Mundial de la Juventud —nacida de una intuición profética de san Juan Pablo II, quien sigue siendo un punto de referencia también para los jóvenes del tercer milenio—, así como los encuentros nacionales y diocesanos, desempeñan un rol importante en la vida de muchos jóvenes porque ofrecen una experiencia viva de fe y de comunión, que los ayuda a afrontar los grandes desafíos de la vida y a asumir responsablemente su puesto en la sociedad y en la comunidad eclesial. Estas citas remiten así al acompañamiento pastoral ordinario de cada una de las comunidades, donde la acogida del Evangelio debe ser profundizada y concretada en decisiones para la vida».

DF 142: «En muchas ocasiones durante el Sínodo se habló de la Jornada Mundial de la Juventud y también de muchos otros eventos que se llevan a cabo a nivel continental, nacional y diocesano, junto a los organizados por asociaciones, movimientos, congregaciones religiosas y por otras instancias eclesiales. Esos momentos de encuentro y de participación son muy apreciados, porque ofrecen la posibilidad de caminar en la lógica de la peregrinación, de hacer experiencia de una fraternidad con todos, de compartir con alegría la fe y de crecer en su pertenencia a la Iglesia. Para muchos jóvenes han sido experiencias de transfiguración, en la que han contemplado la belleza del rostro del Señor y han tomado importantes decisiones de vida. Los mejores frutos de estas experiencias se recogen en la vida cotidiana. Por ello es necesario plantear y realizar estas convocatorias como etapas significativas de un proceso virtuoso más amplio».

Directorio catequesis 2020, 254: «Entre las experiencias relevantes, además de los eventos diocesanos, nacionales o continentales, vale la pena señalar la Jornada Mundial de la Juventud, que es una oportunidad especial para dirigirse a muchos jóvenes, de otra manera inalcanzables. Sería bueno que, en preparación a esa Jornada, y en su realización, sacerdotes y catequistas desarrollen caminos que les permitan vivir plenamente esa experiencia de fe. No se debe olvidar la fascinación que la peregrinación ejerce sobre tantos jóvenes: es útil que sea vivida como un momento de catequesis».

Los voluntariados entre los más pobres. Especialmente adecuados para un joven burgués y acomodado que nunca ha tenido que luchar para salir adelante y todo le ha sido dado. En estas experiencias entre los más vulnerables se juegan conceptos como el sentido del dolor y el sufrimiento, el análisis de la realidad en la que todos somos cómplices, la amistad social como anticipo del Reino, el compromiso transformador como algo tangible y real, la esperanza, que supera el optimismo y lo ilumina poniendo el futuro en las manos de Dios.

ChV 169: «Sean capaces de crear la amistad social[90]. No es fácil, siempre hay que renunciar a algo, hay que negociar, pero si lo hacemos pensando en el bien de todos podremos alcanzar la magnífica experiencia de dejar de lado las diferencias para luchar juntos por algo común».

Hay que acompañar y alentar para que emerjan los talentos, las competencias y la creatividad de los jóvenes

ChV 170: «Al lado de algunos indiferentes, hay muchos otros dispuestos a comprometerse en iniciativas de voluntariado, ciudadanía activa y solidaridad social, que hay que acompañar y alentar para que emerjan los talentos, las competencias y la creatividad de los jóvenes y para incentivar que asuman responsabilidades. El compromiso social y el contacto directo con los pobres siguen siendo una ocasión fundamental para descubrir o profundizar la fe y discernir la propia vocación».

El apostolado, las misiones de evangelización con niños, adolescentes, jóvenes y adultos. Involucrar a jóvenes como protagonistas en la misión evangelizadora de la Iglesia, ponerles al frente de misiones populares en ámbitos urbanos o rurales, de colonias urbanas o campamentos, de actividades de primer anuncio como jóvenes que evangelizan jóvenes. Son eventos que marcan la vida de los jóvenes y les hacen vivir durante unos días lo que podría concretarse en un ministerio eclesial más definitivo.

Directorio catequesis 2020, 160: «El camino sinodal insiste en el deseo creciente de dar espacio y forma al protagonismo juvenil. Es evidente que el apostolado de jóvenes hacia otros jóvenes no se puede improvisar, sino que debe ser el fruto de un camino formativo serio y adecuado: ¿Cómo acompañar este proceso? ¿Cómo ofrecer a los jóvenes mejores herramientas para que sean testigos auténticos del Evangelio? Asimismo, esta pregunta coincide con el deseo de muchos jóvenes de conocer mejor su fe: de descubrir sus raíces bíblicas, entender el desarrollo histórico de la doctrina, el sentido de los dogmas y la riqueza de la liturgia. Todo esto hace posible que los jóvenes reflexionen sobre las cuestiones actuales que ponen a prueba la fe, para saber dar razón de su esperanza (cf. 1 P 3,15). Por esto el Sínodo propone la valorización de las experiencias de misión juvenil, institucionalizando centros de formación para la evangelización destinados a los jóvenes y a las parejas jóvenes mediante un proceso integral que concluya enviándolos a la misión».

Solo hay que estimular a los jóvenes y darles libertad para que ellos se entusiasmen misionando

ChV 210: «Con respecto a lo primero, la búsqueda, confío en la capacidad de los mismos jóvenes, que saben encontrar los caminos atractivos para convocar. Saben organizar festivales, competencias deportivas, e incluso saben evangelizar en las redes sociales con mensajes, canciones, vídeos y otras intervenciones. Solo hay que estimular a los jóvenes y darles libertad para que ellos se entusiasmen misionando en los ámbitos juveniles. El primer anuncio puede despertar una honda experiencia de fe en medio de un “retiro de impacto”, en una conversación en un bar, en un recreo de la facultad, o por cualquiera de los insondables caminos de Dios. Pero lo más importante es que cada joven se atreva a sembrar el primer anuncio en esa tierra fértil que es el corazón de otro joven».

SALTOS DE NIVEL EN UNA VIVENCIA DE PROCESO

Me gustaría dedicar unos párrafos a un análisis más profundo de la necesidad de estas experiencias cumbre para que el proceso tenga sus momentos de ruptura, crisis positiva y avance en la conciencia cristiana y vocacional.

En esta reflexión soy deudor de los análisis de la antropología de la vocación cristiana que Rulla e Imoda desarrollaron hace unos años con el nombre un tanto abstruso de autotrascendencia en la consistencia (en su libro Antropología de la vocación cristiana). Dichos planteamientos han sido desarrollados en España por el también jesuita Luis M,ª García Domínguez, especialmente en su libro Discernir la llamada, recientemente reeditado por Sal Terrae. Son planteamientos, sin embargo, coherentes con muchos de los elementos propuestos por la psicología humanista integradora, y también por la psicología transpersonal, que ahonda en una visión espiritual del ser humano postulando su desarrollo en niveles de conciencia más allá de la etapa de autonomía y madurez de la persona. Podemos encontrar un planteamiento semejante al que voy a relatar en el precioso libro de Amedeo Cecini Desde la aurora te busco, evangelizar la sensibilidad para poder discernir. Y para un desarrollo más personal del tema, mi trabajo La trascendencia humana en el amor que puedes encontrar en nuestra página: https://rpj.es/wp-content/uploads/2021/04/LA-TRASCENDENCIA-HUMANA-EN-EL-AMOR-Juan-Carlos-de-la-Riva-escolapio.pdf

Su propuesta subraya la existencia de la dimensión espiritual en el centro del ser humano, a la que llamaremos dimensión teocéntrica, y describe la finalidad humana como un camino de trascendencia que lleva una internalización de los valores teocéntricos, incluido el amor de entrega. La búsqueda de esos valores en sí mismos, vinculados y fundamentados en Dios, y vividos «en salida» hacia los otros ofrece al ser humano una verdadera posibilidad de expansión de su libertad real. Dios aparece como el fundamento y sentido de todo valor.

La propuesta que sugiero es que estas experiencias o eventos de los que venimos hablando pueden ser superficiales o fundantes, y serán lo segundo, es decir, lo deseable, en la medida en que reorienten al joven en la dirección de su identidad más profunda. En cambio, serán una experiencia de consumo más si lo que hacen es alimentar dinámicas inconscientes en la persona que lo estancan o incluso hacen retroceder en su proceso espiritual. Se trata de ir de bien en mejor, o de mal en peor.

En el libro de Cencini se nos propone evangelizar la sensibilidad, es decir, toda la dinámica motivacional de la persona, para poder decidir y elegir lo mejor, que sin duda es la voluntad de Dios para hacerme vocación de amor. El camino consiste en trascenderse para reencontrarse, ser persona en salida, para descubrir la auténtica identidad, mi mejor versión, mi vocación. Pero es un camino que, aunque puede avanzar de un modo espontáneo, sin embargo, tiene muchos peligros y tentaciones en el camino, la mayoría de ellos inconscientes, que hacen que la persona no se despliegue en este proceso de trascendencia hacia el amor.

El camino consiste en trascenderse para reencontrarse, ser persona en salida

Hablaremos de una evangelización o liberación en cuatro pasos y de cómo las experiencias fundantes que venimos proponiendo colaboran a cada uno de estos avances: evangelización de la dimensión sensorial o corporal, esclava de las necesidades; de la dimensión emocional o relacional, esclava de valores vinculados al éxito o fracaso; de la dimensión intelectual o valorativa, vinculada a la autorrealización, y de la dimensión decisional o moral.

Todos vivimos estos niveles: el nivel siguiente no niega el anterior, sino que lo incluye y habrá momentos en que ciertas decisiones se tomen desde los niveles más bajos. Pero la persona habrá alcanzado ya niveles madurativos superiores que le acerquen a su ideal del yo, y desde el que se tomen las decisiones más importantes.

Veamos qué pueden aportar estos eventos en ese camino de liberación y entrega.

  1. Conversión de la sensorialidad

Muchos de nuestros jóvenes, y también nosotros los adultos, tomamos las pequeñas decisiones del día a día atendiendo a los apetitos fisiológicos, sensaciones, instintos, que se dirigen a objetos específicos determinados por la naturaleza. Lo corporal, los sentidos y sensaciones toman el control de nuestra vida y nuestra motivación se dirige primordialmente a la satisfacción de estas necesidades. Se busca un objeto, concreto, específico y externo al sujeto: agua para calmar la sed, la preocupación por la salud y la enfermedad, la atención al dolor que nos bloquea en el trabajo, excitaciones y reacciones instintivas de nuestra sexualidad, etc. Hay temas vitales muy vinculados a esta dimensión sensorial y en los que nos jugamos mucho: la percepción de la realidad, la genitalidad, el equilibrio entre el trabajo y el descanso, la energía y el envejecimiento, salud y enfermedad, comunicación, etc.

Los sentidos tienen una potente fuerza movilizadora y una gran capacidad para ponernos en contacto con el aquí y ahora de nosotros mismos y de la realidad. Y hay quien afirma que el cuerpo y los sentidos son la puerta en la que las fuerzas inconscientes nos hablan, y que necesitamos escuchar más a nuestro cuerpo (el focusing de Gendlin, por ejemplo).

Sorprende que los milagros de Jesús, en su mayoría, están relacionados con los sentidos: sordos, mudos, ciegos, paralíticos. Como si nos quisiera decir que todos podemos tener sentidos que solo funcionan aparentemente, y que los tenemos embotados y condicionados a ver y oír ciertas cosas, y dejar de ver y oír otras. Jesús quiere hacer funcionar esa capacidad del ser humano para contactar, recibir estímulos de la realidad y reaccionar ante ellos.

Nuestra cultura nos está proponiendo las pantallas como vía prioritaria de acceso a la realidad, y nos están invitando a la omnipotencia de los sentidos, pues todo se puede ver y oír. Pero se termina con atracón de los sentidos, bulimia y atrofia sensorial, derivando en el mal de la indiferencia. En pandemia esto se ha agravado: jóvenes que ya no necesitan el contacto. Solo reciben estímulos a lo que no hay que responder, sino que están ahí simplemente para sen sentidos.

Elegir aquellos estímulos que entrenan mi sensibilidad para la acción compasiva

La propuesta consistirá en trabajar la capacidad de elegir aquellos estímulos que entrenan mi sensibilidad para la acción compasiva.

¿Cómo puede un evento pastoral aportar algo ante este embotamiento de los sentidos?

  • Un evento suele incluir elementos sensoriales muy potentes que reeduquen unos sentidos hiperestimulados: un silencio profundo y orante en una multitud de jóvenes, una música pausada y una letra internalizada, una puesta de sol o una noche estrellada, el susurro de una voz que narra su historia dolorosa o milagrosa…
  • Un evento nos educa también para la tolerancia al dolor: no derrumbarse por un simple pinchazo. Muchos eventos suponen esfuerzo de viaje, de caminata, de espera… ¡Quién no va a recordar la lluvia y el frio de aquella vigilia de oración en la JMJ de Madrid! ¡Cuánto aprendizaje me dejó aquel esfuerzo físico de la marcha en grupo por las montañas o en el Camino de Santiago!
  • Un evento en contexto de exclusión nos invita a trabajar a partir del contacto con los límites (pobreza, enfermedad, ancianidad…). Aprendemos entre los pobres, ancianos, discapacitados o enfermos a sentir con el que sufre: los sentidos exteriores activan los interiores y aprendemos a tener nuevos gustos espirituales para conmovernos. Solo saben mirar los ojos que han sido limpiados por las lágrimas, nos decía Francisco en la Christus Vivit. Enseñamos entonces a no apartar la mirada, a hacerse cargo, a darse cuenta, a ver lo que los otros no quieren ver, a oír los olores desagradables que trae la pobreza a las cloacas de la sociedad… y los sentidos se reeducan.
  • Pero también en estos contextos se da el disfrute de la solidaridad en positivo y lo que tiene también de gratificante para los sentidos, pues se trata de vivir ya el cielo que anticipamos: el olor de una comida cocinada en comunidad, el ruidoso reír de la multitud de niños y niñas de un barrio popular, el baile, el canto, el sentido de la fiesta que relaciona y vincula…
  • Cualquier evento que suponga encuentro con nuevas personas, como lo son la mayoría de ellos, invitará también al joven a descubrir la ambigüedad de la satisfacción placentera de un objeto, que tantas veces incumple lo que parece prometer, y a sustituirla por la fuente de gratificación que se da en el encuentro real con las personas, misterios insondables, interioridades plagadas de veredas a recorrer desde la sensación de estar pisando suelo sagrado.
  • También el Evangelio resonará de modo diferente en estas experiencias exódicas, de ruptura con la cotidianidad, si las sabemos leer en clave de desinstalación respecto de las propias comodidades, en clave de confianza en un Dios que acompañará las búsquedas, como acompañó al pueblo en el desierto. Viviremos unos días en Éxodo, en pos de una tierra prometida que exige necesariamente atravesar desiertos y olvidar las cebollas de Egipto.

Son experiencias que entran todas ellas por los sentidos y que cambian la manera de percibir y sentir la realidad, predisponiendo el gusto para ver, oír y palpar cosas para las que antes éramos ciegos, sordos y leprosos.

  1. Conversión de la dimensión emocional o relacional

Las personas podemos vivir en un segundo nivel que supera el anterior incluyéndolo: el nivel relacional-emocional. Se trata de tendencias activadas por la vida de relación con el mundo de personas: actividades como estar con otros, crear amistades, dar y recibir ayuda, formar parte de un grupo. Normalmente son experiencias de la propia limitación por percibir las necesidades de los demás, que igual que las mías, también han de satisfacerse. Se busca el bien para mí, los objetos se quieren por su valor para mí. Hablaríamos de un yo funcional, self, del desear emotivo, yo centrado en el ego. El objeto que satisface la tensión es algo exterior que no podrá llegar a ser interno, ya que no es una cosa sino una persona que nunca poseeré. Si las personas son vistas en función de una relación positiva, se abre el horizonte hacia la relación interpersonal, la convivencia, la preocupación por los demás. Pero si se les ve como competidores, como alguien que me quita espacio, protagonismo, reconocimiento… entonces aparecen dinámicas negativas y estancamientos. Se generan así emociones positivas y negativas que tienden a interpretarse como verdaderas, nuestro auténtico yo, porque ante ellas se da una valoración intuitiva inmediata. Las emociones se convierten en sentimientos más duraderos, en la medida en que se estabilizan y prolongan en el tiempo.

Se buscan en este nivel valores económicos y eudemónicos: prosperidad-miseria, éxito-fracaso. La ley que rige las decisiones de la persona podría resumirse en un perder o ganar. Cabe el sacrificio para conseguir un bien a largo plazo, aunque en el ahora tenga que sufrir.

En este nivel están en juego tanto la capacidad de soñar, motivarse e ilusionarse, somo la capacidad para establecer vínculos y relaciones sanas que reconozcan las necesidades del otro.

Hay quien ha llegado a decir que el actual crecimiento de la increencia y secularización no es un problema ideológico, sino que se fundamenta más bien en la castración de la emoción, que es un previo. Se pierde la ilusión y emoción por un cambio posible, por un cielo deseable.

Es también la religiosidad del hermano mayor del hijo pródigo, o la de los fariseos contra los que tanto discutió Jesús: una fe de cumplir y meritocracia, sin amor ni emoción, sin fiesta de perdón y futuro.

No cabe duda de que las experiencias de cambio de nivel que proponemos son un subidón emocional, pero es que estamos trabajando con una juventud castrada en el nivel de las emociones, y que no entienden el lenguaje religioso porque no experimentan la emoción que expresa dicho lenguaje. Estamos, como diría Vargas Llosa, ante la generación «del gran bostezo», que aunque lo dijo hace mucho tiempo creo que vale aún más que entonces para esta generación juvenil.

Se puede vivir de un modo alternativo, se puede anticipar el ideal, se puede sentir su emoción en el aquí y ahora

¿Cuál es la invitación de las experiencias cumbre para este nivel?

  • Por un lado, está la disposición para soñarse a uno mismo de otra manera a como uno es, abrirle al yo la posibilidad de un cambio, precisamente mediante un cambio en lo cotidiano de la experiencia. Y esa predisposición para un cambio personal va unida a la expectativa de un cambio social posible. Se puede vivir de un modo alternativo, se puede anticipar el ideal, se puede sentir su emoción en el aquí y ahora.
  • Si examinamos con detenimiento los números 163 a 167 de la Christus Vivit descubriremos una invitación a movilizar la emocionalidad a través del encuentro con los demás. El concepto de amistad social entronca con la experiencia connatural del joven entre sus iguales, extendido, eso sí, a toda la humanidad. Además, el encuentro con el otro, especialmente el diferente, no es una idea, es una realidad que nos salva al descubrir en el otro que su presencia nos hace mejores.
  • En los encuentros interpersonales que se producen en estos eventos, con personas desconocidas hasta entonces pero que misteriosamente se vuelven hermanos en dos días, se produce un curioso fenómeno: la comunicación se hace abierta frente a la comunicación defensiva a la que me obliga el mantenimiento de mi rol, de mi estatus, de mi lugar en el grupo habitual de pertenencia. Así, el rato de diálogo se convierte en grupo terapéutico, desde la escucha y la aceptación incondicional. Incluso la persona puede verbalizar los mecanismos escondidos incluso a sí mismo, en forma de envidias, agresividad, resentimiento, deseo de venganza… y se genera una relación de ganar-ganar, una dinámica de cooperación que rompe el círculo vicioso de la negociación permanente. Más aún cuando en un evento lo que encuentro son grupos igualitarios, con flexibilidad, creatividad, tareas compartidas, consensos normativos, responsabilidad personal de cada miembro, y comunicación sincera y auténtica. Pareciera que la utopía de la comunidad estuviera al alcance de la mano y nos liberase de muchísimas ataduras emocionales.
  • Es momento propicio de trabajar patrones emocionales y relacionales negativos heredados. Por ejemplo, la obsesión, que se manifiesta como una actitud de negatividad permanente; frente a ella surge el optimismo social: el cambio se puede. Por ejemplo, la fobia, que bloquea a la persona en sus miedos y se manifiesta en mecanismos de evitación; aparece la disposición a vivir la aventura de la relación. Por ejemplo, la histeria, que pone a la persona a la defensiva haciendo de sus relaciones una pelea continua, con una gran tendencia a echar la culpa a los demás; emerge la responsabilidad ante la propia vida y ante el mundo que nos rodea. Por ejemplo, los trastornos narcisistas, que perpetúan en el joven y adulto la omnipotencia del niño; aparece un verdadero altruismo sin paternalismos. Por ejemplo, los trastornos de déficit de narcisización, que degeneran en dependencias familiares que mutarán a otras personas; aparece el protagonismo en la propia vida y sus decisiones.
  • Es momento también para la búsqueda de la emoción solidaria: un corazón implicado, que escucha y empatiza con las emociones de otros/as. Sustituimos objetos que satisfagan necesidades egoicas por vínculos, sustituimos estímulos virtuales por emociones reales arriesgadas.
  • El cambio social aparece además desideologizado, que es el riesgo que corren muchos de nuestros procesos, generar un programa ético transformador poco incorporado al plano emocional (sueños) y al relacional (encuentros). Tener el corazón lleno de propuestas de vida y de nombres de personas evitará el peligro de ideologización y teorización de las estrategias para el cambio.

Descubrir el perder para ganar, la riqueza ganancial de lo vivido

  • En un momento especial como los que hemos descrito podemos desmontar poco a poco la lógica perversa del ganar o perder, y descubrir el perder para ganar, la riqueza ganancial de lo vivido, frente a otras ganancias materiales que no alegran el corazón.
  • También en estas experiencias cumbre Dios suele abrazar gratuitamente a su criatura, regalándole momentos de intensa consolación e incluso lágrimas, que derriban el castillo de religiosidad farisaica o de ética farisaica, en el caso de agnósticos o ateos, que la persona había construido. Aparece la elección por gracia, inmerecida, el disfrute del amor súbito de un Dios que no necesita mis méritos, sino tan solo mi apertura a su amor. Habrá momentos de experimentar la misericordia y la gratuidad del don recibido inmerecidamente: aprender a recibir, a ser amado, antes que a controlar la relación con Dios desde la negociación.
  • Y toda esta transformación emocional necesita de un anclaje simbólico y no racional: aquí el papel de los acompañantes es básico para generar un lenguaje que ponga nombre a todo lo vocacional, unas imágenes que expresen la pregunta y la respuesta que el joven se formula, unos relatos compartidos, una música, un ambiente, un espacio, unos ritos de paso y crecimiento… aspectos todos ellos simbólicos que se pueden cuidar mucho más en un evento que en el día a día de la reunión de grupo.
  1. Conversión del nivel racional, intelectual, personal

Avanzamos en nuestra propuesta de desarrollo espiritual recordándonos que las personas no somos sensaciones y sentimientos, afortunadamente. En la psicología transpersonal a estos niveles ya estudiados los denominan pre-personales: la persona aún no está hecha como persona, no es autónoma, depende de sus necesidades físicas o emocionales.

Así, llegamos al nivel personal con la experiencia de la autonomía y la libertad, de la obligación moral, el valor del conocimiento… Aquí ya no se da, como en los niveles anteriores, una valoración intuitiva inmediata, sino que media la reflexión. Los objetos se quieren por su valor en sí mismo, y no en relación con el ego y sus necesidades. Aparecen los conceptos abstractos, valores o ideales: surgen los valores espirituales de diversos tipos:

  • Noéticos (buscando la verdad), con un deseo-necesidad de saber, de resolver problemas fundamentales como el conocimiento de sí, del sentido de la vida.
  • Estéticos y artísticos (la belleza)
  • Valores sociales (conexión del grupo, afiliación, ayuda…).
  • Valores que se refieren a la voluntad como un don natural (carácter, resiliencia…).

Todos estos valores se buscan en función de la construcción de un yo autónomo, de una identidad. Pero como el objeto que satisface no es concreto, las preguntas continúan, la búsqueda de verdad y de sentido no se agota nunca. La herramienta del conocimiento y el análisis completa a la persona y la conforma en torno a un proyecto de vida con principios y valores. Pareciera haber un empuje trascendente que conduce hacia actividades espirituales y de donación altruista.

La búsqueda de verdad y de sentido no se agota nunca

El peligro en este nivel es el de confundir yo autorrealizado con ego satisfecho. Aquí el inconsciente nos puede jugar una mala pasada, y la dimensión ideológica o racional, puede, sin darse cuenta, encubrir y justificar decisiones tomadas en las etapas anteriores, lo sensorial y lo emocional.

Por eso es importante que en este nivel aparezca la capacidad crítica con uno mismo para pasar del inconsciente al consciente y detectar las verdaderas motivaciones: desenmascarar los mecanismos de defensa y los autoengaños que bajo apariencia de bien o ángel de luz (en terminología ignaciana) nos llevan, sin embargo, a las etapas anteriores del proceso. La tarea será la de objetivar y poner nombre a las decisiones. La persona puede preferir un proyecto de vida de mínimos y no de máximos: es el joven rico que se niega a dar el salto. Nombrar estos autoengaños se hace imprescindible. No pocas veces las experiencias de peregrinación tipo Camino de Santiago invitan a la persona a hacerse la pregunta incómoda y a ver con claridad las excusas que su inconsciente está poniendo al amor al que se siente invitado.

También el nivel racional es ocasión para mirar con lucidez el mundo que nos rodea y sus mecanismos de pecado. Es la pregunta por quién es la víctima y quién es el bandido de la parábola del samaritano. Es estudiar datos, causas y consecuencias, mecanismos de explotación. No se trata de culpabilizar, regresando al nivel emocional, pero sí mirar con responsabilidad, aguantar la mirada y reconocer nuestra participación en un sistema que mata. Ante esta verdad dolorosa, analizar la posibilidad de las alternativas reales para un cambio social. Frecuentar el futuro ayuda a anticiparlo.

Clave también para la autonomía de la persona, que es ya capaz de establecer relaciones de igual a igual, y no de dependencia-manipulación como en el nivel anterior, es preguntarse por la propia pertenencia: ¿cómo de grande es el nosotros al que perteneces? El peligro de este nivel es la autorreferencialidad: yo y mi pareja y amigos, yo y mi familia… Cabe la pregunta sobre si también pertenezco a una ciudad, a un movimiento, a un carisma, a una Iglesia, a una fraternidad, a un mundo que es familia… cuanto más grande el nosotros, mejor.

¿Cómo de grande es el nosotros al que perteneces?

Vamos entonces a describir el efecto que un evento de ruptura de nivel puede tener en nuestros jóvenes. Podríamos valorar las siguientes propuestas que un buen evento bien acompañado puedan ofrecer:

  • Es momento de catequesis. De hecho, es algo que se cuida en los encuentros tipo JMJ o peregrinación. Hay que iluminar la vida y el mundo con una propuesta de sentido, tanto para la propia vida como para el mundo. Aquí caben muchas actividades que ya se hacen: ratos de reflexión y revisión de vida, ratos de explicación de la Palabra, de diálogo y profundización… Visitas a proyectos y testigos que nos cuentan sus planteamientos transformadores… Cabe poner nombre a lo que pensamos sobre la vida y el mundo, y cabe traducirlo a los lenguajes actuales. Así, hablaremos de cambiar el mundo porque construimos Reino de Dios; hablaremos de ser alternativos porque vivimos las Bienaventuranzas; seremos optimistas pero hablaremos de esperanza porque el futuro no es incierto sino de Dios; leeremos los fracasos con la luz de la cruz y los logros con las parábolas de la levadura y la del grano de mostaza.
  • Es momento también de análisis de la realidad: viajar es también conocer el mundo tal y como es, con sus contrastes y contradicciones. Pero no basta que los sentidos vean la pobreza: alguien tiene que nombrar los mecanismos que la generan, y alguien tiene que apuntar los mecanismos que la solucionan. Recuerdo de una de las últimas «experiencias cumbre» que he vivido, lo atentos que estaban aquellos veinte jóvenes de diferentes países de Europa cuando los de la asociación 21 di Giulio de Roma nos contaban la trama de más de 30 bandas de narcotraficantes en el mismo barrio de las afueras de Roma, y los mecanismos que estaban implementando para desmontar esta situación a través de la educación, la formación de adultos, la denuncia social, etc. Buena ocasión también para dar a conocer la increíble Doctrina Social de la Iglesia, especialmente en los últimos regalos de Francisco: Laudato sii y Fratelli Tutti. O para desarrollar acciones de descubrimiento del contexto en el que se da la experiencia cumbre. También para dar a conocer las propuestas de los movimientos eco-sociales y las ONG que están ya siendo transformadoras de la realidad. Y para ofrecer herramientas para el análisis crítico de la realidad, teniendo la actualidad como material, desmontando prejuicios, ideologías encubridoras, etc.
  • Es momento de elaboración de un proyecto de vida con valores definidos y concreción de mediaciones que nos acerquen a ellos. Se trata de presentarlo como autorrealización, pero también como autotrascendencia. No contentarse con la felicidad que da el amor y el trabajo, sino haciendo que el proyecto construya también la felicidad de los demás, mi libertad liberándome a mí mismo de mi propio proyecto, para embarcarme en un proyecto que me trasciende.
  • Los espacios de oración y silencio que estas experiencias ofrecen pueden ser muy bien aprovechados como momentos para ponerse ante ese Tú trascendente que me llama a la mejor versión de mí mismo. El encuentro con Jesús, modelo necesario para la referencia personal a este nivel, dará a la persona la posibilidad de verificar también racionalmente que el proyecto de vida que él vivió y que tanta gente vive hoy tiene sentido, es pertinente y además le cuadra personalmente.
  • Se hace especialmente significativa además la posibilidad de un acompañamiento personal, durante la experiencia o después de la misma, de manera que lo vivido se concrete en decisiones en relación al propio proyecto de vida.
  • Es momento también de reconocerse como parte de la Iglesia y de la humanidad como respuesta a la pregunta de cómo de grande es el nosotros al que pertenezco: generar vínculos también desde las redes sociales para mantener contactos con aquellas personas que he descubierto como verdaderos hermanos y hermanas por compartir proyecto y destino, camino y meta. Es momento de comenzar a pensar más desde el nosotros que desde el yo. Y ese nosotros va a encontrar su mejor concreción en la comunidad de su lugar de referencia habitual, con toda su fragilidad pero también enraizada en una red mucho más grande que ella, y que se sostiene desde la gracia. Con esto estaríamos a las puertas del último nivel.

Comenzar a pensar más desde el nosotros que desde el yo

  1. Nivel de conciencia trascendida: conversión moral y teologal

El último nivel de crecimiento madurativo de lo espiritual se sitúa en el nivel decisional: los valores deseados emocionalmente y clarificados racionalmente han de ser encarnados en decisiones concretas. Algunas de estas decisiones serán para toda la vida. Otras consistirán simplemente en aceptar lo que la vida vaya trayendo, pero dándole todo un sentido.

Además, se decide desde ese nosotros en el que puedo entregarlo todo para también ganarlo todo. Se vive la ley de la comunión, no se piensa en sí sino en nosotros, se siente en conexión con todos, empatiza. La persona reconoce que la vida le trasciende y supera y que puede dejar de controlar y dejarse hacer.

Se comienza a intuir que la vida no es mérito propio o conquista personal, sino regalo (de Dios o de la vida misma) y, por tanto, hay que entregarla, regalarla, dejar que fluya por uno mismo…

Aquí cabe purificar el propio proyecto de vida: no hay necesidad de ser perfecto, impecable, completo. Se puede vivir con plena conciencia de la propia debilidad y fragilidad. Se toma conciencia de que hay que seguir liberando partes de uno mismo en esa entrega de la vida hacia los demás, pero que será un proceso no hecho de voluntarismo sino de disponibilidad para dejarse vaciar.

Las personas que llegan a este nivel no aman por moralismo, sino que aman porque entienden así la existencia, como amor. Son capaces de olvidarse de sí, darse a la comunidad, desgastarse… Se vive con serenidad interior frente a las tormentas exteriores: críticas, dificultades…

Los hay en todas las tradiciones espirituales y también en ambientes agnósticos o ateos. Sus características son las siguientes:

  • Se conocen a sí mismos a partir del análisis de capacidades y cualidades propias.
  • Elaboran la culpa de un modo sano no neurótico: cultivan el sentido de la responsabilidad, desplegando la necesidad de reparación, junto a un sano sentido de auto perdón.
  • Cultivan el sentido de sana indignación profética pero sin ansiedad ni agresividad.
  • Disfrutan y gozan de la relación interpersonal, del descubrimiento del tú como otro diferente, no solo digno de respeto sino también susceptible de ser ayudado por su actuación.
  • Viven con gran sentido del humor, la amistad y la fraternidad.
  • Mantienen contacto empático con el sufrimiento ajeno encarnado en seres humanos de carne y hueso, con el consiguiente desarrollo de la capacidad de sufrir con el otro.

Las experiencias cumbre, viajes, peregrinaciones, encuentros ¿consiguen llevar a los jóvenes a este nivel? Quizá sí, aunque sea por un tiempo de prueba. Se puede concretar de varias maneras.

  • Pueden ser una grandísima oportunidad para conocer a este tipo de persona que no son muchas numéricamente pero que irradian en derredor suficiente energía como para provocar decisiones.
  • Pero además podemos invitar a los jóvenes a vivir en ese nivel, al menos lo que dure la experiencia. Durante ese tiempo vivirán como bienaventurados. Así, durante la experiencia podremos No se trata de obligar a nadie, sino de despertar el deseo por la Vida, invitar a amar la Vida con un amor grande. Para ello hay que invitar al joven a un «Más», a algo que le lleve a trascenderse y a situarse en la órbita de la confianza y del amor de entrega. Liberando la propia libertad saliendo de «mi proyecto». Entendiéndome como regalo para los demás.
  • Después de la experiencia será importante evocar, recordar que han «tocado» en algún momento ese nivel superior, nombrar esos momentos, recordar a las personas que testifican su existencia, abriendo el apetito por vivir así siempre.
  • Se volverá a casa con esa propuesta de modelos de vida que por su carácter sorprendente y comprometido han hecho surgir la pregunta vocacional: ¿por qué no yo?
  • En la relación de pareja, o en la vida de grupo, se generará el sentimiento de ayuda recíproca y de complicidad en la tarea de comprometerse ante la realidad.
  • Será también momento de releer las heridas que los fracasos anteriores, en los niveles sensorial, emocional y racional han dejado en la piel, propiciando el reciclaje de las experiencias de límite, fracaso o frustración para reorientar la imagen de sí y la autenticidad de lo buscado y no encontrado en ellas. Se genera entonces un proceso de purificación de motivaciones, vinculado al bien aparente.
  • Y de nuevo aquí la necesidad de nombrar con lenguaje teologal, religioso, «tradicional» todo aquello que la persona va elaborando: y resucitar así la palabra pecado como errar en el blanco, o salvación como solución, sanación o plenitud, conversión como decisión, resurrección como gracia de vida regalada…
  • Y cuando uno no controla la vida sino que la recibe, se entiende la comunidad de una manera diferente: al lado de los pobres, mezclada con lo diferente, con relaciones sinceras basadas en el compartir fraterno, como lugar de perdón y de fiesta.

Experiencias sí, pero ubicándolas en un tiempo y en un lugar del proceso espiritual del joven

Espero que el recorrido que hemos realizado por el camino motivacional del joven y de toda persona haya ofrecido una buena hoja de ruta para los acompañantes de jóvenes o de personas en general. Solo con un buen mapa antropológico en la cabeza pueden las experiencias aprovecharse en lo que ofrecen. Lo contrario es hacer las cosas por hacer, gastar cartuchos en cuervos, perder energías. Experiencias sí, pero ubicándolas en un tiempo y en un lugar del proceso espiritual del joven, con un sentido.

TRABAJO EN RED: CONGREGACIÓN Y/O MOVIMIENTO, DIÓCESIS, REGIONES ECLESIALES…

Quisiera cerrar esta reflexión apuntando una oportunidad que los eventos nos regalan a los equipos de pastoral juvenil: el regalo de la Iglesia. Somos personas tan ocupadas que solemos reflexionar argumentando que bastante tenemos con sacar lo nuestro adelante, como para andar coordinándonos con otras instancias de Iglesia. Sin embargo, también tenemos la certeza de que cuando lo hemos hecho, hemos salido ganando en alegría y en ideas, en vínculos y en aprovechamiento de recursos. Las experiencias fundantes que estamos queriendo impulsar serán mucho más viables y fáciles de organizar si nos creemos la potencia de la red que, de hecho, formamos.

Es difícil montar campos de trabajo y voluntariados que le pongan al joven en contacto con colectivos diferentes si no trabajo en red con otras congregaciones y carismas. Es también difícil organizar una peregrinación o un encuentro más masivo si no parto de una plataforma de convocatoria más plural y abierta a nivel de movimiento o de diócesis.

Es por esto que tenemos que crear lazos, superar los miedos a juntarnos, a pensar que somos competencia, a creer que los demás no tienen nuestras mismas claves y acentos y, por tanto, no nos sirven y asustarán a los jóvenes. No menospreciemos la capacidad de nuestros jóvenes para entender las diferencias y matices que hay en la Iglesia y para aprovechar lo bueno que encuentren en cada uno. No proyectemos en ellos y ellas nuestros prejuicios y prevenciones, nuestras polaridades eclesiales… Quizá los jóvenes sean quienes nos evangelicen en este camino sinodal que, como Iglesia que pastorea jóvenes, tenemos que ir haciendo. «Ensancha el espacio de tu tienda» también para la pastoral juvenil y busca alianzas y redes para poder ofrecer al joven una experiencia completa de la bienaventuranza cristiana.

Quizá los jóvenes sean quienes nos evangelicen en este camino sinodal