PREGÚNTALE A SIRI – Jorge A. Sierra (La Salle)

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Jorge A. Sierra (La Salle)

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Seguro que has utilizado este recurso más de una vez. Si no sabes algo… «pregúntaselo a Siri» o a Google o a Alexa o a cualquier otra máquina. Siempre me ha gustado hacer preguntas y creo que es algo muy bueno, aunque canse (más al que responde que al que pregunta, como bien sabemos). Soy un usuario frecuente de Siri, el asistente virtual de Apple que nos libra de alguna que otra discusión, por ejemplo, sobre la edad de un amigo o por una distancia entre dos ciudades.

La brecha digital no es solo de acceso a la tecnología, también lo es cuando nos encontramos con preguntas a las que un ordenador no puede responder, ni siquiera el más potente. Decimos «Siri lo sabe todo», pero ¿qué ocurre cuando le hacemos preguntas realmente importantes? Prueben a preguntarle, a Siri o a su asistente virtual de confianza, por ejemplo, si existe Dios. Siri, con cierta simpatía, nos responde «mi política me obliga a separar el espíritu del silicio».

Ojo, porque quizás detrás de esa respuesta no haya una inteligencia artificial, quizás haya un teólogo oculto entre los programadores del Apple Park. Siri no tiene capacidad para responder a ese tipo de cosas y hay mucha verdad en ello: hay preguntas a las que no podemos encontrar respuestas con la tecnología del siglo XXI. ¡Y eso que lo intentamos con todas nuestras fuerzas!

La labor de animación pastoral con jóvenes es un servicio de «influencia». Y esta llamada sigue vigente, aunque no seamos influencers con tantos fans como Katy Perry, Justin Bieber ni el papa Francisco, todos con millones de fieles (no me atrevo a usar la palabra «seguidor», que tiene muchas resonancias bíblicas). Sigue vigente, aunque la forma de comunicarse sea diferente.

Es algo fantástico: basta con que uno de estos influencers se vista con una determinada ropa para que se ponga inmediatamente de moda. Incluso si no es algo bello. A veces, con cierta malicia, me pregunto cuántos followers tendría Jesús de Nazaret si viniera a nuestras redes hoy: ¿nos daríamos cuenta de quién es? Quizás María Magdalena y las humildes mujeres que se acercaron al sepulcro vacío en la mañana de Pascua no fueran grandes influencers, pero sin duda cambiaron la historia. ¡Demos gracias por las cosas aparentemente pequeñas!

Toda esta influencia tiene también su lado más oscuro, que parece que ha crecido últimamente. ¿Se han dado cuenta de lo difícil que es decir algo que no ofenda a nadie? De hecho, la única forma de no ofender a nadie es… esconderse en un agujero profundo e incluso así creo que recibiríamos críticas (quizás merecidas).

Vivimos ciertamente en un tiempo complicado y, naturalmente, necesitamos adaptarnos. Nosotros y toda la Iglesia. Ecclesia semper reformanda, que decían los antiguos. La Iglesia tiene que estar siempre reformándose, reformulándose sin perder lo esencial. Así lo expresa el Concilio Vaticano II en Gaudium et Spes: escrutar e interpretar los signos, acomodarse a cada generación, responder a los interrogantes, conocer y comprender el mundo en que vivimos… (cfr. GS 4).

No hay nada más ajeno a un animador de jóvenes, podríamos decir que a un cristiano, que estar encerrado en una «torre de marfil», sea un edificio, un despacho o una «zona de confort». Por naturaleza nuestra misión nos acerca a una realidad siempre nueva: la de los niños y jóvenes, siempre cambiantes. No podemos controlar la realidad: ni podemos ni debemos. Tenemos que conocerla y comprenderla, sin por ello perder el sentido crítico. 

¿Cómo podemos hacer este proceso de acomodación? Tengamos en cuenta que no será posible hacerlo sin indignar a alguien. El Concilio nos decía que debemos «escrutar a fondo los signos de la época» y para ello podemos asumir algunas de sus formas, pero siempre deberemos tener cuidado no sea que con las formas se nos vaya el fondo. O, peor aún, que nos quedemos solo con las formas exteriores, sin ahondar en lo realmente esencial. Si a esto le unimos el problema de la diversidad, vemos que el desafío es realmente importante.

Para ello conviene que nos demos cuenta de lo positivo de nuestra cultura conectada y aparentemente tolerante: hay enormes oportunidades de comunicación, un entorno multicultural, posibilidades de tener un «enorme altavoz» para nuestro mensaje, un acceso rápido al conocimiento… Uno de los libros más sorprendentes en los últimos años en el ámbito de la educación se titula Why Do I Need a Teacher When I’ve got Google?: The essential guide to the big issues for every teacher, que nos podría llevar a un interesante debate. Pero estoy seguro de que la tecnología no podrá sustituir al testigo —en eso podemos estar seguros— aunque sí que transformará —y está ya transformando— nuestra forma de anunciar a Jesús, espero que para bien.

Quizás el ejemplo de Siri nos pueda iluminar en nuestra tarea de acompañamiento de jóvenes. ¿Lo dejamos en manos de Siri? No creo que sea posible. De hecho, quizás nuestra labor pastoral tenga más que ver con formular las preguntas adecuadas y no tanto por encontrar la respuesta más exacta. Ese «hacerse preguntas» es clave para pensar a Dios, que es lo que llamamos teología. Y hay teólogos ocultos entre nosotros (y entre los programadores de Siri), estoy seguro.

La Iglesia tiene que estar siempre reformándose, reformulándose sin perder lo esencial

Quizás nuestra labor pastoral tenga más que ver con formular las preguntas adecuadas y no tanto por encontrar la respuesta más exacta