¿Se atreven los jóvenes a preguntar a los mayores?
No existen jóvenes en general, tampoco mayores. Si analizamos la situación encontramos realizadas todas las posibilidades: preguntar y ser atendido, preguntar y no ser atendido, no preguntar y ser atendido, no preguntar y no ser atendido. Lo cierto es que no siempre saben a quién preguntar y terminan no pocas veces en Google o YouTube. Pero completar un formulario y leer algo nada tiene que ver con ser escuchados. Más que la pregunta, de lo que descubro que hay sed es de ser escuchados en profundidad, es decir ser conocidos con respeto y amor. Por supuesto que hay jóvenes que encuentran «mayores» a quienes preguntar y debemos alegrarnos mucho por ello. Ahora bien, y siendo claros, la situación de precariedad y necesidad del joven concreto, de carne y hueso, no tiene un reflejo de necesidad parejo en el adulto. Lo del adulto es una sensibilidad y misión, una respuesta. Pero el joven es preguntón por sí mismo y para sí mismo. Algunas veces puede formularlo fuera de sí.
¿Cuál es la pregunta más difícil que te han hecho?
Ciertas preguntas no buscan respuesta, sino diálogo. Insisto en esto porque es como sacar del corazón algo escondido, que se vive en secreto y no pocas veces como una losa. Pero la pregunta más difícil, por no escabullirme con retórica, me la hizo una persona que sabía que se iba a morir, horas antes de su muerte. Me preguntó, mirándome a los ojos, por qué él si todavía tenía mucho que vivir. En la conversación hubo esperanza.
En el aula las preguntas más comprometidas tienen que ver con cosas que yo mismo vivo. Sobre Dios, por desgracia, muchas veces creemos tener no respuestas, sino más que respuestas. Como si se tratara de una cosa asequible y mostramos en pocas ocasiones su misterio con la radicalidad que merecería. Por eso en el joven no despierta absolutamente nada. Lo difícil es verse expuesto y, en cierto modo, reconocer que el joven y yo compartimos camino. Por no hablar de otras, que se pueden recibir como una agresión, relacionadas con la coherencia personal, es decir, con la propia imperfección y vida mediocre.
¿Qué predomina más en tus aulas, la discusión o la indiferencia?
Depende del asunto que tratemos, la hora que sea, la pregunta de partida, el grupo de alumnos/as y sus relaciones, el lenguaje empleado, la experiencia de vida que se tenga. El aula es un espacio muy complicado, para el que no hay «técnica» estrictamente hablando. Lo formamos un grupo de personas, cada uno con su historia. Pero estoy satisfecho con lo que vivo y el clima que hay en mis clases normalmente. Creo que mis alumnos/as saben que se puede hablar libremente de todo y que vamos a dar una cierta profundidad a lo que tratamos. El punto de partida en mis alumnos/as es más importante que el punto de llegada, al que algunas veces no alcanzan por motivos de juventud y experiencia meramente. Ahí queda algo, se abre un nuevo horizonte. Discusión, como enfrentamiento, no suele haber. Indiferencia, tampoco; incluso en aquellos que están en silencio hay una mirada de atención, por lo general.
¿Cuándo surgen en el joven las preguntas importantes?
Todas sus preguntas son importantes. Verlo de otro modo es una falta de respeto. Viven un tiempo de novedad extraordinaria, que tiene más que ver con ellos que con las cosas del mundo. Los nuevos en el mundo son ellos, pero la novedad diría que es la conciencia de sí mismos y la sorpresa de verse expuestos a acontecimientos que les suceden, que ni esperaban ni deseaban muchas veces: deseos, sentimientos, ideas, valores. El mundo que descubren principalmente es el suyo, su vida, que, a la vez, van forjando. Por eso sus interrogantes son siempre importantes y densos, y muchas veces poner palabras y saber qué está ocurriendo es un paso de gigante. Aunque al principio haya que funcionar arriesgadamente con palabras de otros, estableciendo analogías y paralelos, relaciones no siempre del todo fiables y con dudas. En la espiritualidad cristiana tenemos una bella y larga tradición que usa para referirse a esto de «discernimiento». Nada fácil, sin respuesta, solo un camino que se va abriendo y que cada cual tiene que andar. ¡Qué importante sería para los jóvenes darse de bruces con el tiempo y silencio necesarios para darle vueltas a todo esto!
¿Tenemos respuestas para todo?
Las preguntas se pueden clasificar de muchas maneras. Hay preguntas cuya respuesta, por simple que pueda parecer a otros, solo se conquista con un cierto esfuerzo. Por ejemplo, cómo se leen las siguientes letras juntas: «enamoramiento». Pero esta pregunta, una vez aprendida una cierta técnica de lectura no vuelve a aparecer jamás. Se trata simplemente de leer una palabra. Ahora bien, la pregunta sobre qué es estar enamorado, como cuestión general, es muy diferente. Y no digamos la que se formula en primera persona, ¿estoy enamorado de esta persona? ¿Por qué, a dónde me lleva, qué debo hacer y qué será de mi vida? ¿Será mutuo? ¿Me quieren como soy? Todo esto es muy diferente y diría, a las bravas, que no hay ninguna respuesta posible después de vivir, que ya es dar una cierta respuesta que lo condicionará todo. Ciertas preguntas llaman a vivir superando miedos. Lo que hacemos no es estrictamente responder sino vivirlas y, entonces, revelan toda su hondura y nos llevan, por tanto, mucho más allá de nosotros mismos de lo que podríamos pensar en un principio.
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