Iñaki Otano
En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: “En aquellos días después de una gran tribulación, el sol se hará tinieblas, la luna no dará su resplandor, las estrellas caerán del cielo, los ejércitos celestes temblarán. Entonces verán venir al Hijo del Hombre sobre las nubes con gran poder y majestad; enviará a los ángeles para reunir a sus elegidos de los cuatro vientos, del extremo de la tierra al extremo del cielo.
Aprended lo que os enseña la higuera: Cuando las ramas se ponen tiernas y brotan las yemas, sabéis que la primavera está cerca; pues cuando veáis vosotros suceder esto, sabed que él está cerca, a la puerta. Os aseguro que no pasará esta generación antes que todo se cumpla. El cielo y la tierra pasarán, mis palabras no pasarán. El día y la hora nadie lo sabe, ni los ángeles del cielo ni el Hijo, solo el Padre. (Mc 13, 24-32)
Reflexión:
“¿A dónde vamos a parar?”, dicen algunos a menudo… La juventud está como está; las desigualdades en el mundo crecen; masas enormes de personas mueren de hambre; se relativizan o arrinconan valores morales importantes; si sigue el calentamiento de la tierra a este ritmo, en pocos años se producirá un cataclismo; existen guerras y violencia; está extendida la droga que a tantos arruina; la economía hace aguas y crea incertidumbre en individuos, familias y sociedad… Las personas no nos sentimos seguras… Algunos ya dicen que es el fin del mundo. ¿Qué será de nosotros y, sobre todo, de nuestros hijos y sus hijos?
En medio de esa tempestad, escuchamos el evangelio que, en un lenguaje apocalíptico, dice que el sol se hará tinieblas, la luna no dará su resplandor, las estrellas caerán del cielo, los astros se tambalearán. Pero añade que el Hijo del Hombre salvará a gentes de los cuatro vientos, de horizonte a horizonte. Es decir, el final no será la catástrofe sino Jesús que promete salvación. Ya lo había anunciado el profeta Daniel: “Serán tiempos difíciles… Entonces se salvará tu pueblo”.
Tenemos una hermosa tarea en nuestro mundo difícil: proclamar la bondad y la justicia, ser portadores de esperanza para tanta gente que ha perdido la ilusión. Porque creemos en Jesús, trabajamos en mejorar el mundo. Procuramos luchar contra lo que lo empeora, contra lo que degrada a la persona humana, contra todo lo que augura un futuro negativo para la humanidad.
Debemos ser los primeros en responder positivamente a las llamadas que piden la colaboración de las personas, las familias y los grupos para un futuro mejor. Por ejemplo, no malgastar el agua y la electricidad, no contaminar la naturaleza, reciclar…
Para asegurar un futuro mejor, con una tierra más habitable y un mundo menos convulso, no basta el esfuerzo ecológico. Se necesita también oponerse a lo que el humanista cristiano Francesc Torralba llama “crueldad del mundo”. Dice él: “La opción por Cristo exige tolerancia cero hacia cualquier forma de crueldad, ya sea infligida a personas o a otros seres capaces de experimentar sufrimiento. La intolerancia a la crueldad, sin embargo, se ejerce con la palabra, con los buenos ejemplos, con la educación y la no violencia”. El obispo Casaldáliga lo resume en “humanizar la humanidad practicando la proximidad”.