Mi artículo va a ser muy muy simple. Tan simple, que en realidad podría ser considerado un plagio. Voy a transcribir un fragmento de una peli, que en ocasiones me pongo cuando creo que mi vida o el mundo, me parecen que van mal. O cuando pienso que es muy difícil luchar contra corriente (cosa que últimamente me pasa más que nunca). Hablo de ese fragmento memorable de “El Señor de los anillos” en el que Sam le intenta infundir ánimo a Frodo en un momento terrible.
- Soy yo. Soy su Sam. ¿No conoce a su Sam? – dice Sam entre lágrimas mientras Frodo sujeta sobre él su espada.
- No puedo hacer esto, Sam – cede exausto Frodo derrumbándose.
- Lo sé, ha sido un error. No deberíamos ni haber llegado hasta aquí. Pero henos aquí –Se levanta y observa un paisaje con ruínas desoladas-. Igual que en las grandes historias señor Frodo –comienzan a aparecer imágenes de victorias de agentes del bien-. Las que realmente importan. Llenas de oscuridad y grandes peligros. Esas de las que no quieres saber el final porque, ¿cómo van a acabar bien? ¿Cómo volverá el mundo a ser lo que era después de tanta maldad como ha sufrido?
(voces de fondo: ¡¡victoria, nuestra es la victoria!!)
Pero al final, todo es pasajero. Como esta sombra. Incluso la oscuridad se acaba para dar paso a un nuevo día. Y cuando el Sol brilla, brilla más radiante aún. Esas son las historias que llenan el corazón, porque tienen mucho sentido aún cuando eres demasiado pequeño para comprenderlas. Pero creo Señor Frodo, que ya lo entiendo. Ahora lo entiendo. Los protagonistas de esas historias se rendirían si quisieran, pero no lo hacen. Siguen adelante. Porque todos luchan por algo.
- ¿Por qué luchas tú ahora, Sam? – mirándose frente a frente los dos amigos.
- Para que el bien reine en este mundo, señor Frodo. Se puede luchar por eso.
¿Algún alegato más bello para afrontar la vida y adversidades? ¿No podría ser acaso un fragmento bíblico? Me habla de la Resurrección y su significado. Sobre el grano que cae en tierra y muere para dar fruto. También me lleva a ese paseje de Isaias 49, 1-7: “Mientras yo pensaba: En vano me he cansado, en viento y en nada he gastado mis fuerzas; en realidad mi derecho lo defendía el Señor, mi salario lo tenía mi Dios. Y ahora habla el Señor, que ya en el vientre me formó siervo suyo, para que le trajese a Jacob, para que le reuniese a Israel –tanto me honró el Señor, y mi Dios fue mi fuerza–: Es poco que seas mi siervo y restablezcas las tribus de Jacob y conviertas a los supervivientes de Israel; te hago luz de las naciones, para que mi salvación alcance hasta el confín de la tierra.”
No estaría de más que nos apelara la pregunta: ¿Por qué luchas tú? ¿Por qué luchamos en nuestras comunidades cristianas? ¿Luchamos?