PONTE EN PIE EN EL MONTE – @EAzpilikueta

Mendizale es como se denomina en euskera a aquella persona que tiene pasión por subir al monte. Cada vez que practico esta afición (menos de lo que me gustaría), supone toda una experiencia. No solo como deporte, sino por la filosofía que lleva consigo. Y es que, el contacto con la naturaleza, nos pone en contacto con muchos aspectos de la realidad humana y la existencia, que en el día a día, es fácil que queden velados. Intentaré explicarme.

El acto de pasear por la naturaleza, puede antojarse como un acto de penitencia para la mente urbanita. O puede convertirse en el máximo exponente del domminguerismo, cuando se limita al mínimo esfuerzo. Pero hay que mirar más allá. Primero, efectivamente, hay que superar la pereza en busca de algo no material que requiere todo el esfuerzo de uno mismo.

Mientras uno poco a poco va entrando en contacto con la realidad concreta que le rodea (las rocas, los árboles, uno mismo), va descubriendo lo que las junglas de hormigón que llaman ciudades, nos han escondido. Uno de esos hallazgos que fácilmente se perciben, es que lo que vemos como cotidiano, en realidad conlleva esfuerzo. Hoy se trabaja por el dinero primero, y lo demás después, pero quien vivía de la naturaleza, trabajaba por el agua o el sustento, sin intermediarios alienadores. La inmersión en la naturaleza, nos recoloca.

Al mismo tiempo, y este hallazgo es muy bello, uno se va percatando de sus limitaciones y su pequeñez. Comenzamos a admirar la belleza de la inmensidad en la que estamos insertos, ante la cual solo cabe sentirse como una pequeña hormiguita, frente a la visión urbanita en la que el hombre y la mujer burgueses exitosos constituyen el centro del universo. No dejamos de ser hormiguitas insignificantes y únicas a la vez, que necesitan de la comunidad. Una hormiguita, que sin embargo, es capaz de admirarse por ese universo misterioso, que apenas comprende.

Otro de los grandes descubrientos que pueden realizarse es el de empezar a deshacerse de todo lo virtual de lo que nos rodea. El “ahora” toma sentido. Empezamos a desconectar de las realidades paralelas e irreales que hemos creado, y que tantas veces nos anestesian, para tomar conciencia de la realidad del aquí y ahora. De la persona que tengo enfrente.

Y finalmente, es en esta inmensidad que nos ofrece la tierra, donde pese a sentirse una mota de polvo de estrellas, es sencillo percibir el sentido trascendente. Ponerse ante Dios se vuelve más fácil ya que uno toma actitud de agradecimiento y escucha y queda expuesto a quien lo creó, sin artificios. Y percibe de nuevo su pequeñez y dependencia, en medio de una naturaleza inmensa y hermosa. Es en el ruido de ese silencio donde se hace más fácil escucharlo.

El Señor le dijo: —Sal y ponte de pie en el monte ante el Señor. ¡El Señor va a pasar! Vino un huracán tan violento, que descuajaba los montes y resquebrajaba las rocas delante del Señor; pero el Señor no estaba en el viento. Después del viento vino un terremoto; pero el Señor no estaba en el terremoto. Después del terremoto vino un fuego; pero el Señor no estaba en el fuego. Después del fuego se oyó una brisa tenue;al sentirla, Elías se tapó el rostro con el manto, salió afuera y se puso en pie a la entrada de la cueva. Entonces oyó una voz que le decía: —¿Qué haces aquí, Elías? (Re 19, 11-12).

Toma aire, y respira. Siente como la vida es un gran regalo.