Creo que desde que nos hablamos midiendo las palabras que desean expresar nuestros sentimientos nuestra comunicación ha perdido en veracidad. Y la verdad es lo único que nos hace libres.
Sabemos que siempre una palabra es un boceto de la realidad pero difuminar los bocetos acaban haciendo la realidad irreconocible. No soy muy amigo de utilizar eufemismos, y tiendo a decir lo que veo aun a costa de ser molesto. Os pondré un ejemplo: cuando surgió el partido de PODEMOS y leí su Programa electoral para las últimas elecciones generales, dije que me parecía el que más argumentos evangélicos tenía. Me tacharon de rojo, progresista y no sé cuántas cosas más. Al escuchar algunos argumentos de VOX ahora, y he dicho ‘algunos’, me parecen interesantes o, al menos, para ser dialogados; me dicen que soy un facha y un carca casposo. Parece ser que expresar opiniones conlleva que te pongan un traje lo necesites o no.
En Pastoral me pasa lo mismo. Según qué digo y dónde lo digo algunos me sitúan en la vanguardia eclesial y otros en la reserva tradicional. Con esta sección me gustaría decir lo que veo, con respeto y educación, pero sin necesidad de callarme lo que pueda parecer molesto o de poner palabras bonitas a realidades que se definen perfectamente con vocablos castellanos pintiparados.
Así que allá voy con mi primera ‘in-corrección’ pastoral.
SÍ PERO, ¿QUÉ SE ESTÁ HACIENDO?
Desde hace dos años y cuatro meses, concretamente desde que el Papa convocó en octubre de 2016 el Sínodo sobre los jóvenes, he podido leer casi todo lo que ha salido oficialmente al respecto. He seguido con dedicación cada comunicado de prensa del Sínodo y finalmente su documento conclusivo (¡que tardó casi un mes en ser traducido al castellano!)
En todas las declaraciones, los escritos, los mensajes… hay un aspecto al que todos apuntan: el protagonismo de los jóvenes en la Iglesia. De hecho hemos pasado de decir que son el futuro de la Iglesia, para enfatizar que son el presente. A muchos obispos se les llena la boca al hablar de una Iglesia joven y de lo importante que es su aportación. Varios cardenales invocan la necesaria presencia de los jóvenes y de su necesaria aportación a la Iglesia. En muchas diócesis se han celebrado encuentros, jornadas, charlas, para poner en evidencia el valor de los jóvenes en la Iglesia. ¡Y qué bien que así sea! Pero yo sigo viviendo y caminando por lugares propios y ajenos de nuestra Iglesia y no estoy viendo que a las declaraciones de buenas intenciones les secunden acciones de intenciones buenas con los jóvenes. Y estoy seguro que las hay. ¡Cuánto me alegraría que me callaran la boca esta vez!
Así pues, me gustaría preguntar, ¿qué se está haciendo? Si queremos y buscamos y deseamos un mayor protagonismo de los jóvenes: ¿están ocupando los jóvenes lugares de representatividad eclesial real? ¿La voz y la sensibilidad de los jóvenes resuena en los consejos parroquiales, vicariales o diocesanos? ¿La pastoral juvenil es una prioridad de la propuesta evangelizadora de diócesis, movimientos y congregaciones? ¿Se está formando a los futuros sacerdotes en procesos de pastoral juvenil? ¿Cuántos obispos han recibido a decenas de jóvenes para escucharles y ‘sentir’ su sensibilidad? ¿Cuántas liturgias se han visto enriquecidas por la aportación de los jóvenes?…
Sigamos hablando de y con los jóvenes, pero como el mismo Francisco ha repetido en varios de sus escritos, mientras las estructuras eclesiales no cambien, no se hagan porosas a lo que se vive en la calle y no se transformen acogiendo la realidad y enriqueciéndola desde el evangelio y Jesús, continuaremos hablando mucho y haciendo poco. Al menos nos queda el consejo de Jesús: “haced lo que os digan pero no hagáis lo que hacen”.