Joseph Perich
Eran dos piedrecillas que vivían junto a otras en el cauce de un torrente. Se distinguían porque eran de intenso color azul. Cuando les llegaba el sol, brillaban como dos trocitos de cielo caídos al agua. Conversaban entre ellas sobre el qué serian cuando alguien las descubriera: “Acabaremos en la corona de una reina”, pensaban.
Un día fueron recogidas por una mano humana. Varios días estuvieron sofocándose en diferentes cajas, hasta que alguien las cogió y las oprimió contra una pared, igual que muchas otras, introduciéndolas en un lecho de cemento pegajoso. Lloraron, suplicaron, insultaron, amenazaron, pero dos golpes de martillo las hundieron todavía más en aquel cemento.
A partir de este momento tan solo pensaban en huir.
Hicieron amistad con un hilo de agua que de vez en cuando corría por encima de ellas y le decían: “Fíltrate por debajo nuestro y arráncanos de esta maldita pared”.
Así lo hizo el hilo de agua y al cabo de unos meses las piedrecillas ya bailaban un poquito en su lecho. Por fin en una húmeda noche las dos piedrecillas cayeron y tumbándose por el suelo miraron lo que había sido su prisión. La luz de la luna iluminaba un espléndido mosaico. Miles de piedrecillas doradas y de colores formaban la figura de un Cristo.
Sin embargo en el rostro del Señor había algo extraño, era ciego. Sus ojos no tenían pupilas. Las dos piedrecillas comprendieron. Ellas eran sus pupilas.
Reflexión:
Estas piedrecitas nos recuerdan la fuga masiva, con patera o no, de tantos jóvenes capacitados del continente africano hacia nuestros países occidentales. Imaginan que otro mundo mejor es posible. Deslumbrados por la televisión, localizan el «paraíso terrenal» en nuestro país. Su probada capacidad de compartir y de acogida al forastero en sus países les hace creer que también la encontrarán en nuestra casa. Para la mayoría su decepción debe ser brutal.
Nuestro vecino continente africano se está quedando sin «ojos» y en manos de mediocres gobiernos corruptos. Para nosotros lo más relajante es pensar que se trata de culturas primitivas rivales en permanente conflicto. Lo cierto es que, por ejemplo, la desgracia del Congo es su riqueza: tras la cruel y silenciada guerra de Congo se juegan los intereses de los Estados Unidos (ubicados en Ruanda) y de China (ubicados en el Congo). Son estos países poderosos los que arman hasta los dientes a la población para que se saquen los ojos entre ellos y favorezcan así la expoliación por parte de los extranjeros.«No hace falta que nos deis nada, iros y quitarnos el pie de encima» o «vivid y dejadnos vivir», podría decirnos cualquier africano, latinoamericano…
En nuestro país también nos puede pasar igual, ante las dificultades de la crisis económica se crean situaciones familiares insoportables y explosivas. Lo mismo que ya está ocurriendo en muchos negocios y empresas. La tentación es huir y que cada uno espabile como pueda; el triunfo del ego y la competición. Pero el camino de la superación es el de la cooperación, la integración y rehacer los lazos sociales y familiares más que nunca. Como aquellas valiosas piedrecitas azules, caídas por el suelo, nos damos cuenta de que tenemos que hacernos presentes de forma solidaria en el corazón de las situaciones humanas adversas y, sin añoranzas, aprender a ser felices con poco, valorando las mil y una oportunidades que nos da la vida para vivir unas relaciones fraternas. Algo parecido viviría San Pablo cuando afirma:
«El ojo no puede decir a la mano: «No te necesito», ni tampoco la cabeza a los pies: «No os necesito». Al contrario, los miembros del cuerpo que parecen más débiles son los más necesarios. Por eso, cuando un miembro sufre, todos los demás sufren con él, y cuando un miembro es honrado, todos los demás se alegran con él». (1 Cor 12-26)