PERSONAS Y COMUNIDADES COMPROMETIDAS CON LA TRANSFORMACIÓN SOCIAL – Carlos Askunze Elizaga

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Carlos Askunze Elizaga

Ministro de Transformación Social de la CCE en la Presencia de Bilbao

carlosaskunze@escolapiosemaus.org

Hace 10 años, la Comunidad Cristiana Escolapia de Emaús publicaba el documento Estatuto de los ministerios escolapios en Emaús, y en él se daba carta de ciudadanía al Ministerio para la Transformación Social.

Abarca todos los servicios que la comunidad estime oportunos para impulsar la dimensión de transformación social de la misión escolapia. Pueden ser ámbitos de este ministerio la atención específica a niños con dificultades de aprendizaje, apoyo escolar, educación en valores, sensibilización, lucha contra la exclusión, animación de redes sociales, economía solidaria, cooperación internacional, apoyo a la inmigración, etc.

Surgieron desde la importancia creciente de los proyectos de carácter social en el ámbito de la misión, junto al análisis de la coyuntura global de crisis civilizatoria, donde emergen retos sociales, ecológicos, culturales, políticos y económicos de primer orden para la construcción de la justicia y para la propia sostenibilidad de la vida.

Este ministerio viene a consolidar que la Comunidad Cristiana Escolapia a través de sus plataformas de misión, sea un agente significativamente comprometido con el cambio social que nuestro mundo necesita, actualizando la intuición y la vocación cristiana transformadora que Calasanz descubrió e inició en el Trastévere romano en el siglo XVI.

Lo que sigue son siete apuntes que pueden ayudarnos a repensar y construir ese sujeto escolapio transformador.

  1. Vidas comprometidas

Transformamos a partir de lo que somos y de lo que transmitimos. Necesitamos hacer de nuestras vidas herramientas que contribuyan a la transformación social. Vidas individuales, familiares, comunitarias, construidas bajo los valores evangélicos de la sobriedad y la solidaridad. Vidas que incorporan en su cotidianeidad las prácticas feministas del reparto de trabajos y cuidados, así como del desarrollo de relaciones afectivas y sociales equitativas. O las prácticas ecologistas que hacen de nuestros hogares y de nuestro consumo un acto de cuidado de la casa común y de compromiso con una economía social y solidaria. Vidas que hacen del empleo un ámbito al servicio del bien común y del compromiso voluntario y militante una palanca para construir un nuevo mundo más libre, más justo. Vidas, en definitiva, que responden a la vocación que Dios nos ha regalado y que, atentas, actualizan sus llamadas.

  1. Comunidades fraternas y acogedoras

La comunidad debe ser un laboratorio de la «amistad social» que aspiramos extender en nuestras presencias. Laboratorio de comensalidad y de comunión, de anticipación de los valores del Reino de Dios y de práctica de la fraternidad humana. Comunidades «en salida», preparadas para acoger a las personas que más lo necesiten, las rechazadas por el orden social, cultural, político o económico. Comunidades, en definitiva, que no lo son para sí mismas, sino que se convierten en lugares de apertura, acogida y hospitalidad.

  1. Espacios de libertad y profecía

Es necesario, además de dar testimonio, denunciar todo atropello contra la dignidad humana, toda injusticia y todo atentado contra el bien común y la sostenibilidad del planeta. Espacios de libertad, sin ataduras ni condicionamientos, que nos permitan alzar la voz profética que la Buena Nueva del Evangelio nos demanda. Lugares dispuestos a arriesgar la seguridad y la fama en la acogida de las personas excluidas y perseguidas en la sociedad, así como en la defensa de sus causas y de sus vidas. Una comunidad cristiana escolapia que, libremente, expresa su voz profética y esperanzadora. 

  1. Espiritualidad para la resistencia y para la esperanza

De Calasanz aprendimos la importancia de cultivar una espiritualidad fuerte que nos permita mantenernos en el camino a pesar de todo. Necesitamos para nuestras vidas y nuestra comunidad esa espiritualidad que nos permita resistir ante las dificultades y aliente la perseverancia en el compromiso a pesar de tropiezos y desesperanzas. Una espiritualidad que bebe de las fuentes de la propia vida de Jesús y, por ello, es permeable a las llamadas desde el sufrimiento de nuestro mundo y también desde sus esperanzas. Una espiritualidad tozudamente utópica, capaz de descubrir siempre lo que existe más allá de lo visible, a la vez que profundamente pegada a la realidad y al tiempo que vivimos.

  1. Proyectos transformadores

Hemos puesto en marcha plataformas que, como comunidad, persiguen transformar significativamente el mundo que habitamos. Son proyectos sociales, educativos y pastorales que conforman el corazón de nuestras presencias. Debemos cuidarlos y responsabilizarnos colectivamente de ellos, a través de nuestra atención, de nuestro voluntariado y de nuestro apoyo económico. Sostener estos proyectos, es sostener nuestro proyecto de transformación social y, por tanto, reafirmar nuestra propia identidad escolapia y cristiana. Necesitamos avanzar en la dimensión transformadora de todas nuestras obras para que estas sean instrumentos de cambio. Un cambio que requiere trabajar la extensión de los valores necesarios para la construcción de una nueva cultura fraterna y solidaria, atender y acompañar a personas y grupos de población excluidos y transformar las estructuras sociopolíticas y socioeconómicas que mantienen las injusticas y desigualdades.

  1. Estructuras adecuadas para organizaciones significativas

En nuestro caso, es muy importante fortalecer las estructuras organizativas que sostienen nuestra misión educativa, pastoral y social. Para ello, debemos dotarlas de los recursos suficientes, así como contar con personas, profesionales y voluntarias, preparadas y comprometidas con la misión escolapia. Estructuras que permitan desarrollar un trabajo eficaz y de calidad, además de ser lo suficientemente flexibles y con capacidad de adaptación y actualización de acuerdo con los nuevos retos que enfrentamos. Es fundamental extender el Ministerio de la Transformación Social a todas nuestras presencias. Promover la formación y la sensibilización, avanzar en el carácter trasformador de la misión, prestar atención a los retos que van surgiendo… son algunas tareas de este Ministerio tan necesarias para crecer en nuestra vocación transformadora.

  1. En comunión eclesial y social

Es importante tejer alianzas que permitan construir sujetos cada vez más significativos y con mayores capacidades para empujar dicho cambio. Más allá del carisma e identidad propios, es necesario que, con apertura y generosidad, nos insertemos en las redes que, tanto a nivel eclesial como social, se van estructurando en torno a ámbitos sectoriales en los que trabajamos, tanto local, como globalmente.