PERLA Y LA OSTRA (LA) – Joseph Perich

Joseph Perich

Las perlas son producto del dolor, el resultado de la entrada de una sustancia extraña e indeseable en el interior de la ostra, como un parásito o un grano de arena.

 En la parte interna de la ostra se encuentra una sustancia lustrosa llamada nácar.

 Cuando un grano de arena penetra en la ostra, las células de nácar comienzan a trabajar y cubren el grano de arena con capas y más capas de nácar para proteger el cuerpo indefenso de la ostra.

 Como resultado, se va formando una hermosa perla.

 Una ostra que no haya sido herida de algún modo, no puede producir perlas porque la perla es una herida cicatrizada.

REFLEXIÓN:

Más de una vez, en una reunión de padres, cuando se ha conseguido un clima fraterno y hemos llegado a un punto agradable, alguna madre te «salta a la yugular» con palabras subidas de tono y vomita tópicos como: «Sí, hombre, sé bueno y te clavaran», «Dos veces bueno significa bobo», «A mi niño ya se lo digo: no te dejes pisar». Más que las palabras lo que me sorprende es la crispación de quien las pronuncia. Un botón de muestra es la película «Los chicos del coro», donde se pone en cuestión una educación bajo el signo de la «acción-reacción»; sí, la ley del talión: «Ojo por ojo y diente por diente». Por este camino, como me decía un compañero, «Dentro de un par de días, todos tuertos».

¿Cómo encajamos las «heridas» recibidas? Muchas personas sólo aprenden a cultivar resentimientos. Se llenan de veneno contra quien se cree su adversario, desencadenando una amarga turbulencia en su estado de ánimo, que en muchos casos termina pagando el que menos tiene que ver. Ir por la vida con heridas abiertas, sin saberlas cicatrizar, es como llevar una bomba de relojería, adosada al cuerpo, y que explotará en el momento más inesperado e inoportuno, un auténtico peligro público.

En la vida real podemos ver muchas «ostras viudas» o carentes de la «perla», no porque no hayan sido heridas sino porque no han sabido cicatrizar las llagas de la vida y desconocen el antídoto del perdón. Lejos de la resignación, frente a una agresión recibida, hay que emplear el coraje de no perder la serenidad y la autoestima. Hay que tener la osadía de mirar fijamente a los ojos del agresor proyectándole más sentimientos de compasión que de rabia, por decirlo de alguna manera: «Tú no eres un agresor», «Eres mucho más, por qué lo escondes». Por más ganas que tenga de resolver el conflicto en el mismo momento, tendré que valorar si no es mejor dejar pasar la «tormenta», dejar pasar unas horas o unos días para reanudar un diálogo eficiente. «Si quiero saborear el arco iris, tengo que soportar la lluvia».

Este Adviento, podría ofrecerte una excelente oportunidad para trabajar tu «perla». Quizás… ¿te has sentido ofendido por palabras hirientes?, ¿has sido acusado de haber dicho cosas que nunca habías dicho?, ¿tus ideas, han sido rechazadas o mal interpretadas?, ¿has sido objeto de la indiferencia de otros?; entonces… ¡produce una «perla»!  Recubre todas y cada una de tus heridas con varias capas de comprensión, de reconciliación, de gratuidad… «Si tu enemigo tiene hambre, dale de comer; si tiene sed, dale de beber: será como si pusieras brasas sobre su cabeza. No te dejes vencer por el mal, vence el mal con el bien»(Romanos 12, 20-21).

El final de este camino de Adviento podría ser cuando los magos, llegados a Belén, se arrodillan para ofrecer al Niño sus presentes: oro, incienso y mirra… El final de este camino de Adviento podría ser también cuando yo doble mi altivez para arrodillarme delante de mi contrincante, o del más indefenso de mi entorno, para ofrecerle mi trabajada «perla».