Escuchando hablar en la radio al, creo que era el presidente del Colegio de árbitros de fútbol, el señor Carlos Velasco, sin dejar de ver el buen deseo de sus palabras al referirse al acierto o desacierto de las decisiones arbitrales, creo que no fueron acertadas. A qué me refiero. Este hombre expresaba de su deseo de que “ojalá los árbitros nunca nos equivoquemos, pero (y aquí viene lo que considero un error) desgraciadamente somos humanos”. ¡Cómo que desgraciadamente somos humanos! ¡NOOOOO! Afortunadamente somos humanos, y cometemos errores, y los errores nos hacen humanos.
¡Cuánto daño nos ha hecho el perfeccionismo! Cierto que en la Biblia encontramos en Mt 5, 48 “Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto.” pero la imperfección nos hace humanos.
Me dolió que este hombre, con toda su buena voluntad y mejores deseos para un correcto y justo arbitraje, lamentase las equivocaciones porque “desgraciadamente somos humanos”.
Si algo creo que la pastoral juvenil debe cuidar, y mucho, es el trasladar a la juventud la aceptación de la imperfección de lo creado porque forma parte de la Perfecta Creación. Es decir, Dios creó un mundo perfecto en el que las imperfecciones forman parte del mismo. Y la imperfección humana es fruto de la libertad. Ello no contradice que busquemos ser perfectos como nuestro Padre celestial. La aspiración a la perfección no debe condicionar la aceptación de nuestras imperfecciones.
Por eso en una pastoral juvenil no debe faltar esas máximas que te invitan a levantarte después de cada caída; a perdonar 70 veces 7; a ser como niños; a reconocer nuestros errores con humildad; a aceptar nuestras imperfecciones porque son también parte de la Obra de Dios, sí, incluidos los granos, el acné, la celulitis y otras imperfecciones que nos hacen maravillosamente humanos.
A no provocar una “guerra” por si la falta fue dentro o fuera del área o por si él fuera de juego ha de tener un margen de 20 centímetros. Qué grande aquel árbitro que ante la duda preguntó al jugador que pusiese él el balón donde se había cometido la falta, y que grande el jugador que honradamente colocó el balón fuera del área.
Al final ser honrado es lo que más nos acerca a la perfección.