Iñaki Otano
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
“A los que me escucháis os digo: Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian, bendecid a los que os maldicen, orad por los que os injurian. Al que te pegue en una mejilla, preséntale la otra; al que te quite la capa, déjale también la túnica. A quien te pide, dale; al que se lleve lo tuyo, no se lo reclames. Tratad a los demás como queréis que ellos os traten. Pues si amáis solo a los que os aman, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores aman a los que los aman. Y si hacéis bien solo a los que os hacen bien, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores lo hacen. Y si prestáis solo cuando esperáis cobrar, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores prestan a otros pecadores con intención de cobrárselo.
¡No! Amada a vuestros enemigos, haced el bien y prestad sin esperar nada: tendréis un gran premio y seréis hijos del Altísimo, que es bueno con los malvados y desagradecidos. Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo; no juzguéis y no seréis juzgados; no condenéis y no seréis condenados; perdonad y seréis perdonados; dad y se os dará: os verterán una medida generosa, colmada, remecida, rebosante,
La medida que uséis la usarán con vosotros. (Lc 6, 27-38)
Reflexión:
Cuando Jesús nos dice que amemos a los enemigos está trabajando por la paz social y por nuestra propia paz interior. No puede tener paz quien vive con un sentimiento de odio, buscando siempre el mal de su enemigo. El afán de vengarse carcome al que lo posee.
Presentar la otra mejilla es compatible con el sentido común, que aconseja hacer lo posible por evitar recibir la primera bofetada, que suele ser la que lo lía todo. Asimismo, el legítimo deseo de ser tratado justamente no debe llevarme a ensañarme con la otra persona, pretextando que tiene que pagar todo el mal que me ha hecho. En nuestra vida cotidiana, “presentar la otra mejilla” puede significar también no querer quedar siempre con la última palabra, aceptar con paz que no nos den la razón.
Se puede querer perdonar y tener dificultad para olvidar. A veces, el recuerdo vivo del mal que nos han hecho se impone en contra de nuestro deseo de perdonar. En ese caso, lo importante es que mi acción no vaya en la línea del resentimiento y del rencor, que mi voluntad esté sujeta a la decisión de perdonar. Si el recuerdo me inclina a la venganza, que la práctica vaya por el camino del perdón. Al mismo tiempo, orar por la persona detestada.
El evangelio recoge también la llamada regla de oro común a los principales credos religiosos: Tratad a los demás como queréis que ellos os traten. Cuando estoy tentado de menospreciar a otra persona, ¿me gustaría que me tratasen de la misma manera? Trata al otro como quieres que te traten a ti.
Jesús resume todas estas actitudes diciendo: Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo. Probablemente nos sería más fácil perdonar si recordáramos la actitud continua de mano tendida de Dios para con nosotros. Quien se sabe inmensamente perdonado difícilmente negará el perdón a otro. Igualmente, quien perdona experimenta con gratitud el perdón de Dios. El perdón libera.