No es novedad que el miedo siempre esté presente en cada uno de nosotros. Miedo a perder, a equivocar-nos, a ser rechazados e incluso miedo a quedarnos solos. Una sensación que en ocasiones se ha convertido en nuestra peor enemiga y que incluso nos ha llevado a perdernos a nosotros mismos.
A lo mejor, por como el miedo a logrado nublar nuestra vista, no vemos que todos y cada uno de nosotros tenemos unas capacidades, unas habilidades y virtudes distintas. Es en esa diferencia donde encontramos la gracia de la vida, lo que nos permite conocer-nos y conocer. No obstante, muchas veces el miedo gana la batalla y se pone por delante, provocando que nuestra luz deje de brillar y se esconda en la penumbra.
Eso le ocurre al tercer empleado de la parábola de Jesús, el cual le da al hombre lo que le había prestado, sin nada más y sin nada menos: “Aquí tienes lo tuyo”. De alguna manera, el empleado se conforma y por miedo, no se atreve a mostrar su talento, a utilizarlo y a hacer con lo que le han dado algo más beneficioso, más positivo. En otras palabras, por miedo no ha sido capaz de hacer de la situación toda una oportunidad. No ha compartido, pero tampoco se lo ha quedado para si mismo, sino que de alguna manera ha caído en el conformismo.
A muchos de nosotros nos ha ocurrido alguna vez, nos hemos sentido frenados por el miedo, y no hemos sido capaces de utilizar todo aquello que somos y tenemos. Aún así, debemos ser conscientes de lo mucho que hemos recibido, aunque como ya hemos dicho antes, no todos somos capaces de lo mismo, y eso no debe convertirse en algo negativo.
Debemos encontrar la valentía para arriesgar, para dejar que nuestra luz brille. Debemos valorarnos, ver que nuestro bien es un gran tesoro que no merece ser escondido detrás del miedo, sino al contrario. Recuerda: cada uno de nosotros somos un tesoro que debe ser compartido. Dejemos que nuestra luz brille y esta vez, sin miedo a perdernos.
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