Joseph Perich
Un hombre llamó al portero automático diciendo que era portador de un regalo, pero al verlo a través de la mirilla de la puerta no me pareció un repartidor sino un mendigo. Le abrí para mirar a aquel perrito que sostenía en sus brazos.
-Le traigo un regalo para Berta y Nina
Me resultaba inquietante que un pordiosero sucio y maloliente supiera el nombre de mis hijas pequeñas.
-¿Qué sabe usted de mis hijas? ¿Dónde las ha conocido?
-¡No se asuste! Nunca las he visto pero las conozco. Ellas no me conocen a mí… Usted tan solo tiene que decirles que es un regalo del pobre de las sardinas… –me dijo, alargándome el peludo perrito.
-No entiendo nada. Yo no le conozco, mis hijas no le conocen, y usted no tiene motivo alguno para regalarme nada. Es más, en esta casa no queremos perros.
-Se equivoca. Tengo un motivo para regalarle este perrito. Nadie podía imaginar que el niño que nació en un mísero establo de Belén tenía la misión de salvar la humanidad. ¿Me explico?
-¡Cada vez menos, la verdad!
-El futuro del mundo se juega en las cosas pequeñas. Como este perro… –añadió, ofreciéndomelo de nuevo–. Sus hijas se lo van a contar todo. ¡Feliz Navidad!
Berta y Nina fueron muy felices al encontrarse con un cachorro en casa, y me daban besos agradeciendo el obsequio que me atribuían a mí. Les repetí el mensaje de su benefactor secreto. Refrescando la memoria, caímos en la cuenta de que, unas semanas antes, habíamos participado en una recogida de alimentos organizada por Cáritas. Las niñas tuvieron la idea, ejecutada a escondidas, de introducir un mensaje dentro del envoltorio de una lata de sardinas para dar ánimos a los pobres que recibieran aquella comida. El texto, decorado con estrellitas navideñas, decía:
-«A quién reciba esta lata: Papá y mamá dicen siempre que no nos podemos quejar, porque hay personas como vosotros… Dicen que nosotras lo tenemos todo. Llevan razón, pero nosotras también queremos un perro y ellos de ninguna manera nos lo quieren comprar. Así pues, también nosotras de alguna forma sabemos qué se siente cuando no puedes tener todo lo que tú deseas. Tan solo desearos que pronto seáis muy felices, que descubráis un tesoro escondido o que encontréis un buen trabajo.
“¡Ah!, y que os gusten estas sardinas. ¡Feliz Navidad!”.
REFLEXIÓN:
Estos días previos a la Navidad, eso de «ser solidario» podríamos decir que forma parte de nuestro belén cultural: la maratón, recogidas de alimentos y de juguetes… en la escuela o en las asociaciones más diversas. El punto neurálgico, a menudo determinante, es el intermediario, aquí y en todo el mundo. El sabio dicho «que tu mano derecha no sepa lo que hace la izquierda» no nos puede liberar de interesarnos por el destinatario. ¿Hacer un donativo o dejar una bolsa de alimentos y marcharse de puntillas es suficiente? Me acuerdo de una visita reciente e inesperada: desde la calle llaman a los cristales de la ventana del despacho. Son las diez de la noche, el frío se hace sentir, pero cuando abro, en la oscura noche, reconozco los ojitos de un niño gambiano de unos 7 años, cliente habitual en busca de algún caramelo. Cuando viene con los compañeros, regateamos: si uno de fresa o una piruleta, uno o dos… Pero hoy, cuando le ofrezco la «mercancía», me aguanta una mirada nostálgica para decirme: es igual. Insisto: «¿Quieres uno o dos? la misma respuesta. Como si no quisiera llevarme la contraria, sin bajar la mirada, coge uno y añade: Gracias. Silenciosamente, sin desenvolver el caramelo, se hunde en la oscuridad de la noche. El corazón me dice que esta vez no venía impaciente por caramelos sino en busca de la cercanía de una mirada cariñosa; quizás poco frecuente en un contexto familiar de supervivencia espartana y a saber cómo serán las relaciones humanas, cuando el pan falta en la mesa. Gracias, Mustafa, tu visita inesperada me ha permitido saborear, ni que fuera un parto prematuro, el misterio luminoso del niño de todas las navidades.
A escala casera y de vecindad, ¿podríamos esta Navidad (y a lo largo del año) ser más atrevidos a la hora de ser solidarios? dejando paternalismos, desde nuestra fragilidad, incluso precariedad, hacernos útiles a aquella persona o familia que se sienta «acorralada». Detrás de aquellas «sardinas» del cuento, tras del «caramelo» o lo que sea, puede encenderse al mismo tiempo una chispa de esperanza tanto en la persona receptora como en el «samaritano».
Posiblemente termines confesando: «He recibido más de lo que he dado». Si es así, ¡felicidades y feliz Navidad!