Pentecostés C Presión amorosa – Iñaki Otano

Necesitamos inexorablemente del aire para respirar y vivir. Pero el aire es tan discreto y anónimo que solo percibimos su necesidad cuando nos falta. En la vida corriente, respiramos sin apenas darnos cuenta. El aire es discreto e indispensable a la vez.

            El Espíritu es ese aire, que pasa habitualmente desapercibido, pero es clave para respirar la vida de fe: “si nos falta el Espíritu, no hay vida con Dios: no podemos creer. Y, sin embargo, cuando creemos, la discreción divina del Espíritu nos impide percibir que es gracias a él cuando creemos como cuando respiramos” (González Faus). Jesús lo visualiza exhalando su aliento sobre los discípulos, al mismo tiempo que les dice: Recibid el Espíritu Santo.

            Hay una especie de “presión amorosa” dirigida por Dios a nuestra libertad, no obligando sino atrayendo. El Espíritu suscita en nosotros el deseo de vivir actualizadas en nuestra realidad de hoy las actitudes que Jesús ha vivido. Reconocemos la atracción que ejercen en nosotros y en los demás la bondad y los actos bondadosos. No es un mero sueño sino que se traduce, con nuestras limitaciones y contradicciones, en hacer efectivamente el bien. Es el aire del Espíritu que nos permite ser sensibles a su presión amorosa.

            El Espíritu que Jesús nos insufla convierte en el no que hay en nosotros, convierte en positivo lo negativo. Para ello, es necesario que nos dejemos trabajar dócilmente como la tierra buena, de la que habla Jesús en una parábola y que puede dar el treinta o el sesenta o el cien por cien, pues es Dios el que ara por el Espíritu que respiramos.

            En el evangelio se dice que Jesús nació de María “por obra del Espíritu Santo”. Por tanto, la encarnación de Jesús es obra del Espíritu, pero contando con la acogida en la fe y en la libertad humana. Como dice F. Javier Sáez de Maturana, “sin el Espíritu, lo engendrado en la carne de la mujer galilea, es sin más hijo de María. Con el Espíritu de Dios, el hijo de María es, además, Hijo de Dios”.  Eso quiere decir que “sin el Espíritu no hay posible encarnación de Dios en la carne. Sin el Espíritu, la carne será solo carne, y de ahí, una vida vacía y sin sentido. Sin la unción y el soplo del Espíritu, nuestra soledad será aburrimiento, nuestra actividad manos agitadas y corazón inquieto, y nuestras obras, por brillantes que sean, no dejarán huella en la vida de los hombres, serán mera transmisión de datos que dejan el alma vacía”. Necesitamos del Espíritu para tener una vida llena. Su “presión amorosa” la sienten los creyentes y también muchos hombres y mujeres de buena voluntad que se ven impulsados a hacer el bien.

 

Al anochecer de aquel día, el día primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas, por miedo a los judíos. En esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: “Paz a vosotros”. Y diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió: “Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo”.

Y dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: “Recibid el Espíritu Santo: a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos” (Jn 20,19-23).

 

 

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