Pentecostés: estilo nuevo – Iñaki Otano

Hay un episodio en los Hechos de los Apóstoles en el que Pablo llega a Éfeso y allí se encuentra con que los que se dicen seguidores de Jesús han sido bautizados, pero no han recibido el Espíritu Santo y no han oído hablar nunca de él.

            Sigue indagando y le responden que el bautismo que ellos han recibido es el de Juan. Pablo se ve entonces obligado a aclarar que una cosa es el bautismo de Juan y otra el bautismo de los seguidores de Jesús. Aquel era una preparación de este. Lo que les diferencia es algo fundamental: el Espíritu, que daba también un rostro y estilo de vida nuevos. Recibir el Espíritu Santo significa entre otras cosas:

– Superar el legalismo y llenarse de la libertad de los hijos de Dios;

– sustituir una religión triste por la alegría del resucitado;

– creer más en la buena noticia del evangelio que en una visión negativa y sin esperanza de la persona y de la sociedad;

– no levantar muros de separación y condena sino crear fraternidad;

– aceptar las renuncias inherentes a la vida para crecer en el amor.

            Según los contemporáneos de los primeros cristianos, lo que más molestaba de estos a los judíos era su alegría y su aparente falta de normas: no ayunaban, no se circuncidaban, no despreciaban la ley pero tampoco eran esclavos de ella. A esos judíos les costaba entender que el amor puede llevar a dar la vida por el hermano, y esto más allá del mero cumplimiento. Lo mismo que el perdonar incluso al enemigo. Pero eso es posible porque el Espíritu está  constantemente en acción inspirando a las personas actitudes evangélicas, y por tanto profundamente humanas, en situaciones concretas.

            A Carlo Carretto (1910-1988), activo militante cristiano laico primero y después dedicado a una vida monacal de oración y acogida, le preguntaban por qué no abandonaba una Iglesia tan imperfecta y con tantos defectos. Reconociendo que ya su primer Papa, Pedro, había mostrado una gran fragilidad, Carretto decía: “No, no abandonaré la Iglesia fundada sobre una piedra tan quebradiza. ¿Para simplemente fundar otra sobre una piedra todavía más frágil? Porque eso soy yo. Pero, además, ¿qué cuentan las piedras? Lo que verdaderamente cuenta es la promesa de Cristo, el cemento que une las piedras, es decir el Espíritu Santo. Solo el Espíritu Santo es capaz de edificar la Iglesia con unas piedras mal talladas como lo somos nosotros. Solo el Espíritu Santo puede mantenernos unidos, a pesar de la fuerza centrífuga y disgregadora de nuestro ilimitado orgullo”.

Al anochecer de aquel día, el día primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. En esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: “Paz a vosotros”. Y diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió: “Paz a vosotros”. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo.

Y dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: “Recibid el Espíritu Santo”; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.  (Jn 20, 19-23).