PENTECOSTÉS, Aliento de la vida ordinaria – Iñaki Otano

En la Biblia, el Espíritu Santo aparece como agua refrescante y también como fuego abrasador. En hebreo, “Espíritu”, quiere decir “soplo” o “hálito”, y también “viento”. En el evangelio de hoy, Jesús ofrece el Espíritu Santo a los discípulos exhalando su aliento sobre ellos.

            Y eso es el Espíritu: el aliento de Jesús. No es una figura literaria sino una realidad. Si el Espíritu desapareciera del mundo, enseguida se notaría su ausencia. Sería como si despareciera el agua de un terreno de regadío: el agua pasa casi inadvertida pero, si desaparece, todo cambia. Los campos antes floridos se convierten en desiertos polvorientos.

            Pablo dice que “el fruto del Espíritu es amor, alegría, paz, comprensión, benignidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, templanza” (Gal 5, 22-23). Sin eso el mundo y las relaciones se convierten en un secarral inhabitable.

            No siempre sabemos apreciar la presencia del Espíritu en personas que viven esos frutos en la vida ordinaria, “en la cocina y en el cuarto de estar, en la escuela y en el taller”, como dice el catecismo holandés. “El Espíritu Santo está presente en lo más ordinario, en el amor cristiano, pues nada hay más grande que eso más ordinario”.

            Serían innumerables los ejemplos de nuestra vida diaria en que se ve que está actuando el Espíritu, sin meter ruido pero eficazmente: la fidelidad callada, la bondad abnegada, el cumplimiento silencioso del deber, la confianza inconmovible del pecador en que el corazón de Dios es siempre más grande que el pecado, la fortaleza en las dificultades, la afectuosa atención al que se halla en apuros, la paciencia en el dolor, la perseverancia en la oración. También tantas vidas tenazmente heroicas que no se dan importancia y, sin embargo, son fuente constante de vida y esperanza.

            El Espíritu viene a mí también a través de otras personas. Cuando decimos agradecidos que “todo lo debo a esta persona”, estoy diciendo que el Espíritu ha estado activo.   Santo Tomás de Aquino, en el siglo XIII, repitiendo una expresión de san Ambrosio en el siglo IV, decía: “Toda verdad, sea quien fuere el que la predique, viene del Espíritu Santo”. Por tanto, buscar la verdad es una forma de escuchar la voz del Espíritu. “En el tanteo de la humanidad que busca a Dios, vive el tanteo de Dios en la búsqueda del hombre”, dice también el catecismo holandés.

            Ven, Espíritu divino, suave tregua en la fatiga, fresco en hora de bochorno, paz del llanto… ¡Qué vacío hay en el hombre sin tu soplo!… (Secuencia de la fiesta de Pentecostés)

Al anochecer de aquel día, el día primero de la semana, estaban los discípulos en una casa con las puertas cerradas, por miedo a los judíos; en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: “Paz a vosotros”. Y diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió: “Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo”.

Y dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: “Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados les quedan perdonados; a quienes se los retengáis les quedan retenidos”. (Jn 20, 19-23)

 

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