El Sínodo avanza poco a poco. Ya hemos terminado el trabajo de la primera parte, la dedicada a RECONOCER la realidad. Hemos escuchado 80 intervenciones de otros tantos padres sinodales y las aportaciones de varios jóvenes presentes en el aula y de algunos expertos invitados. Hemos dedicado doce horas a trabajar en “círculos menores” (grupos lingüísticos) sobre el Instrumentum Laboris y una mañana entera a compartir los informes de los catorce grupos.
La reflexión está siendo muy rica y participada. Es imposible recoger en un folio todas las ideas, pero os comparto algunas de las constataciones más repetidas y compartidas: la importancia de tener en cuenta la diversidad de los jóvenes y de los contextos sociales y eclesiales en los que viven; el desafío de la escucha empática; la construcción de una cultura eclesial de la escucha; el desafío del diálogo intergeneracional; asumir que los jóvenes no son el futuro, sino el presente; el continente digital; los desafíos propios de la afectividad y vivencia de la sexualidad; la lucha decidida y sistemática contra los abusos de todo tipo; la atención a los jóvenes migrantes; la solidaridad eclesial hacia las comunidades con más necesidades y menos recursos, etc.
Aparecen opciones que pueden abrir pistas nuevas: establecer en la Iglesia una dinámica organizada de “conversación con los jóvenes”; entrar a fondo en los desafíos propios de la transmisión de la fe, que no está bien resueltos en la Iglesia; profundizar en el tema del acompañamiento y del discernimiento vocacional; luchar a fondo para erradicar toda forma de clericalismo en los seminarios y casas de formación, etc.
Emerge con fuerza el icono de los caminantes de Emaús, un bello ejemplo de la escucha de Jesús, provocadora de nuevas búsquedas. Y se subrayan dos imágenes de la Iglesia que debiéramos desarrollar: la Iglesia como familia, en la que todos son importantes, y la Iglesia como escuela de discipulado. Las dos imágenes tienen un amplio desarrollo.
Estamos empezando la segunda parte del trabajo: INTERPRETAR. El objetivo es discernir sobre la realidad, para ir llegando poco a poco a propuestas y opciones.
Pero el Sínodo no son sólo los trabajos oficiales, sino las relaciones que establecemos y todo lo que se comparte en pasillo. Es muy rico escuchar a un obispo africano contarte cómo trabaja para rescatar a jóvenes destrozados por sus años de niños soldados o ver el interés que los obispos en cuyas diócesis estamos o pudiéramos estar tienen por las cosas de la Orden. Todos los días, muchas conversaciones y experiencias.
Además, en nuestra casa de San Pantaleo se hospeda uno de los expertos, Salvatore Curró, y esto también facilita que la Casa General esté “en pie de Sínodo”. Ya hemos tenido un encuentro en San Pantaleo con el cardenal Omella, arzobispo de Barcelona, y esperamos al final de la semana al cardenal Tagle, arzobispo de Manila.
Un detalle final: lo que a todos nos impacta y nos alegra es ver al Papa como uno más, conversando con uno y con otro con toda normalidad. Hoy le he entregado el informe del Sínodo Escolapio de los Jóvenes y le he explicado el proceso que hemos seguido. Es una profunda alegría saber que el Papa conoce y bendice lo que hacemos.
Pedro Aguado