Pedagogía de la radical novedad – Javier Alonso

Javier Alonso

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El Foro Económico Mundial señala que la educación ha sido de vital importancia para el desarrollo económico y social. Un buen sistema educativo es clave para reducir los problemas a los que se enfrentan las naciones.

 

Por ello, muchas familias responsables buscan que sus hijos adquieran unas buenas competencias para enfrentarse al duro e imprevisible mercado laboral. Eligen una escuela de prestigio y son capaces de grandes sacrificios económicos, y, desde que comienzan prescolar, los niños entran en la vorágine de los contenidos y las competencias que les abrirán la puerta de la vida buena y feliz en el futuro. Pero resulta que el niño no es un producto de un proceso industrial ni las competencias laborales le garantizan necesariamente la felicidad. El niño es una persona que se va conformando en relación con el contexto familiar y social, con los acontecimientos que va viviendo y que no elige. Puede soñar con ser un profesional de éxito, formar una familia y viajar por todo el mundo. Es legítimo que tenga propósitos, pero también debe aprender que el proyecto de vida no depende solo de los deseos, sino que se va definiendo y enriqueciendo con las relaciones que descubre y los acontecimientos que vive en el camino.

Cuando el samaritano comienza su viaje a Jericó, no se imaginaba que su vida cambiaría al encontrarse con un herido al borde del camino. Seguramente tenía otro plan para ese día, pero no le importó detenerse a socorrerlo, subirlo a su cabalgadura y llevarlo a una posada. La situación de fragilidad de la víctima le tocó el corazón y le movió a la acción. Nos cuenta la madre Teresa de Calcuta que, en el andén de una estación de tren, se encontró un moribundo cuya mirada le impactó y la movió a reorientar su vocación religiosa. Fue la experiencia de la guerra y la prisión las que despertaron en Francisco de Asís el sentido de Dios y, más tarde, su contacto con la comunidad de leprosos le impulsó a vivir en pobreza radical. Fueron los niños pobres de Roma quienes cautivaron el corazón de Calasanz y lo llevaron a fundar una escuela popular en Roma. Muchos otros podrían contar cómo el encuentro con la fragilidad de la condición humana no solo ha cambiado su vida, sino que fue la chispa que alumbró un proceso de crecimiento personal.

El buen vivir

En el origen de la escuela católica, está la experiencia samaritana de la compasión y la convicción de que la educación es una herramienta necesaria para que los pobres descubran su dignidad y se promuevan socialmente formando “ciudadanos obedientes, bien disciplinados, fieles, sosegados y aptos para santificarse, pero también para promocionarse y ennoblecerse a sí mismos y a su patria” (Calasanz). La finalidad de un buen sistema educativo es transmitir contenidos valiosos y ofrecer competencias para el futuro ejercicio laboral, pero también preparar a los alumnos para “el buen vivir”, para que sean felices y vivan una vida plena. Para ello, junto con una buena enseñanza intelectual, se ha de integrar la dinámica del encuentro humano, de los acontecimientos y de la apertura a la trascendencia. Levinas propone un cambio metafísico para una renovación de nuestro modo de entender la educación: “La identidad personal nace y se construye en la escucha y en la respuesta a la palabra del otro sufriente (rostro)”. Desde esta perspectiva, las competencias racionales y emocionales no son decisivas para la construcción de la identidad sino la responsabilidad por el cuidado del otro: “En el menor de nuestros actos está contenida la posibilidad de transfiguración de toda una vida” (Jean Lacroix).

La “pedagogía de la radical novedad” pone en el centro la experiencia de encuentro con la realidad del “otro herido” que reclama un compromiso de acogida y de cuidado, que asume la realidad y los acontecimientos como dinamismo que genera conocimientos útiles para “el buen vivir”. Inspirado en la parábola del buen samaritano, en el libro Una escuela en salida propongo un programa para que los alumnos vivan una experiencia educativa de encuentro con variadas situaciones de fragilidad que sufren las personas de nuestra comunidad y reclaman nuestro compromiso como seres humanos. Sin duda, la experiencia de conocer la realidad y hacerse cargo de ella es una herramienta educativa muy poderosa.

Junto con una buena enseñanza intelectual,
se ha de integrar la dinámica del encuentro humano