El rápido cambio sociocultural del proceso de secularización explica el distanciamiento entre las comunidades cristianas y los jóvenes. Sin embargo, las parroquias tienen la capacidad de ser percibidas por los jóvenes como realidades mucho más cercanas que la gran institución eclesial. Aun así, no podemos dejar de lado que nuestra cultura tiene muchas dimensiones que en ocasiones hemos dejado de lado y que «en los ámbitos religiosos se ha convertido en un lugar común la insistencia en el hecho de que nuestra cultura general ha cambiado radical y rápidamente, y que ello constituye la música de fondo para muchos de nuestros problemas sobre la transmisión de la fe a las nuevas generaciones».
Creo que hay que evitar los análisis superficiales y acusar a la cultura de tener la culpa de la transmisión de la fe. Como dice Taylor, «la secularización no implica un mero declive de la presencia pública de la religión, sino un cambio radical en la sensibilidad simbólica de las personas». Así, también, en la complejidad de nuestro contexto cultural, los procesos con jóvenes en parroquias han de atender a esta nueva sensibilidad y en definitiva a una nueva cultura.
En muchas de las parroquias de nuestra geografía se pueden observar cómo todavía siguen floreciendo los procesos con jóvenes, pero, si no queremos caer en el fracaso de que esos grupos juveniles no desemboquen en un compromiso vocacional en comunidades adultas, hemos de tener en cuenta cómo concretar el análisis profundo del cambio radical cultural en la sensibilidad simbólica de los jóvenes.
Los procesos de pastoral con jóvenes necesitan una socialización previa en la fe que constituya el sustrato sobre el que desarrollar un proyecto en clave de proceso. El hábito de oración en el grupo, la reunión semanal de grupo, la celebración de la Eucaristía, la iniciación en el compromiso y la sensibilidad social, la participación en actividades de grupo grande como campamentos y encuentros de jóvenes que generan ambientes de fe, han de ser trabajados mucho antes de la adolescencia, en los procesos con preadolescentes en la etapa de postcomunión. La implicación y el protagonismo de las familias son fundamentales en este proceso; algo similar a los hábitos adquiridos con los preadolescentes, ocurre con las familias.
La implicación de las familias en la catequesis familiar y de los centros educativos católicos constituye una de las pocas posibilidades de obtener aliados de la cultura de los adolescentes para acceder a su sensibilidad y «mantener» la conexión del proceso en los años más difíciles de conexión de los acompañantes de procesos de fe como son los años de la adolescencia. A través de la catequesis familiar en catequesis de infancia, los padres pueden recibir la propuesta de formar parte activa y protagonista del proceso de educación en la fe de sus hijos e hijas, y esta implicación ha de mantenerse en los procesos de jóvenes de manera adecuada a la mayor autonomía que presentan los adolescentes.
Ya hemos visto cómo la parroquia puede ser referencia para muchos jóvenes que han comenzado de niños su proceso de educación en la fe y al que pueden sumarse otros jóvenes que bien son invitados por otros jóvenes de la parroquia o acuden excepcionalmente por alguna inquietud o interés, gracias al «ambiente de fe» generado y adecuado a su nueva sensibilidad.
Es fundamental captar los elementos que nos ayuden a entender la nueva sensibilidad simbólica de los jóvenes para culminar un proceso de iniciación cristiana que pueda incorporar los sacramentos de la iniciación como contenido pero no como meta ni objetivo.
El protagonismo de los jóvenes es uno de los elementos más importantes que ayudan a que se desarrolle este proyecto en todas sus etapas. Es un protagonismo acompañado pero con espacios y ámbitos donde los jóvenes puedan aportar y tener una función clara. En algunas parroquias funcionan las coordinadoras de jóvenes, formadas por un miembro de cada grupo de jóvenes, donde con responsabilidad y confianza tienen su palabra y su aporte a la dinámica de sus grupos y de la parroquia.
Dejar cancha a los jóvenes en la parroquia es fundamental para desarrollar su sensibilidad en su forma de hacer las cosas, tantas veces dominada por los «eclesiásticos» del lugar.
Necesidad de comunidades vivas en la parroquia que sean referencia con los jóvenes y, a su vez, desde su diversidad, estimulen, valoren y respeten la autonomía de los jóvenes. Sin estas comunidades, la fe es una teoría y los procesos de educación en la fe quedan a merced de la sensibilidad y vivencia del que en ese momento tenga la encomienda de servir a la pastoral con jóvenes desde la coordinación.
Lo informal se revela como la pieza clave donde detectar si se pone corazón en el acompañamiento con los jóvenes, donde se revela si estamos abiertos a captar la nueva sensibilidad joven de la cultura actual donde acontece el Evangelio.
Procesos abiertos con entradas y salidas, con experiencias puente y con capacidad de acoger la realidad que vive cada joven.
Creación de grupo de acompañantes que sean los principales actores de estos procesos jóvenes y muestren propuestas desde el testimonio personal y la transmisión de contenidos para un mayor conocimiento y amor a Jesús.
Capacidad de adaptación, flexibilidad y paciencia con la realidad de los adolescentes y jóvenes que nos ayude a acogerles desde las comunidades de la parroquia valorándoles e integrándoles.
La evangelización con jóvenes desvela la pasión con la que vivimos el Evangelio en la cultura actual; no es más difícil que en otra época, es diferente y requiere de testigos místicos y capacitados para generar propuestas valientes y atrevidas que vayan más allá de la iniciación en los sacramentos.
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RPJ nº 520 – Pastoral no sacramental con jóvenes en parroquias – Oscar Susaeta
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