No cabe la menor duda que vivimos en un momento en el que, pese a los augurios del fin de la religión, esta tiene una presencia cotidiana en los medios de comunicación. Y no pocas veces esta presencia está vinculada a situaciones de violencia y de enfrentamiento. De hecho, una serie de autores, que se engloban habitualmente bajo el nombre de «nuevo ateísmo», defienden que ser religioso, en cuanto asume una verdad revelada, es peligroso para la paz y la civilización democrática. ¿Es verdad? ¿Somos los seres humanos religiosos fuente de violencia? ¿Eso es lo que acompañamos en los procesos pastorales?
Por otra parte, es evidente que convivimos en una sociedad cada vez más plural. ¿Cómo trabajamos ese tema en nuestros grupos? ¿O simplemente no existe ese tema? ¿O solo hablamos de ello cuando nos referimos al islam?
Como veréis, creo que este no es un tema más, sino uno de los fundamentos clave de una pastoral actual. Por ello, para reflexionar juntos, os propongo en este artículo una convicción, dos riesgos y una certeza. Y, para acabar, algunas pistas para trabajar pastoralmente este tema.
1 Una convicción: Hay que caer en la cuenta del fondo de la cuestión
Cuando uno va a dar charlas y cursos sobre estos temas, no pocas veces lo que el público tiene en la cabeza, lo que está esperando, es que empecemos hablar ya del islam. Me da la sensación de que la casi única referencia popular, cuando se habla de diálogo interreligioso, es qué hacemos con el islam.
Bueno, quizá justo esto sea el problema. Creo que nos acercamos al diálogo como una cuestión de actualidad, pero con la convicción de que es más un tema periférico en el crecimiento cristiano, más marcado por las noticias y la curiosidad que por mi vida real. ¿Y si no conozco casi musulmanes? Pues ya está, no es un tema prioritario. Mi convicción es que hay que caer en la cuenta del fondo de la cuestión. Y ese fondo no es cualquier cosa.
Convivimos en una sociedad cada vez más plural. ¿Cómo trabajamos ese tema en nuestros grupos? ¿O simplemente no existe ese tema?
Me explico. Cuando el papa Francisco insiste en que no vivimos una época de cambios sino un cambio de época nos parece muy bien, un buen eslogan. Pero no llenamos de contenido la frase. ¿En qué consiste ese cambio de época?, ¿qué es lo que ha cambiado para decir que se inicia algo tan grande como «una nueva época»?
La respuesta, a mi modo de ver, es que, en efecto sí vivimos un cambio de época. Y lo que ha cambiado (de hecho, está cambiando) es la estructuración misma de la sociedad con respecto a la necesidad de sentido del ser humano.
Es evidente que, como señalaran multitud de autores (desde la psicología, Viktor Frankl o Erich Fromm; desde la filosofía X. Zubiri; desde la antropología, C. Geertz, por poner algunos ejemplos), los seres humanos necesitamos comprender la realidad, dotarla de sentido. No podemos vivir en un universo caótico, en la «anomía», que decía E. Durkheim. Por eso, toda sociedad ha implementado mecanismos para ayudar a sus miembros a cubrir esa necesidad, genera mecanismos para cubrir la necesidad de consumo, de pareja, etc.
Durante muchos siglos (de hecho, desde que empezamos a existir como seres humanos) esta necesidad se cubría con una institución, habitualmente religiosa, que tenía el monopolio de ofertas de sentido. Yo nacía en el Egipto de los faraones y, como señalaba E. Hornung, la sociedad me decía con claridad cómo era el mundo, cuáles eran mis dioses y qué se esperaba de mí. Dicho de otra manera, mis dioses me eran evidentes. Desde las bandas paleolíticas, pasando por las tribus hasta los imperios antiguos, según nacíamos nos daban el pack de comprensión de la realidad y, con él, lo que uno creía y cómo debía vivir. Eran sociedades que tendían (aunque no se lograra nunca del todo) a la homogeneidad de formas de ver el mundo.
Pero esto ya no sucede hoy entre nosotros de la misma manera. ¿Cuál es la religión de los españoles del siglo XXI? Esto es lo que cambia en la modernidad: ya no hay un sistema cerrado que debes asumir. La necesidad sigue vigente, pero eres tú el que debe de descubrir, encontrar, organizar su propio sistema (coherente o no) de sentido. Cada uno debe optar, porque ya no existe el monopolio, sino que hay una multiplicidad de formas de comprender la existencia. Tienes a tu disposición miles de ideas, sensaciones, imágenes, para construirla. De hecho, hoy, en la tercera ola de la globalización, estamos a un toque con el dedo, a un clic de ratón, de todo. Vivimos, constitutivamente, en la pluralidad. Esa es nuestra identidad.
Convivimos todos los días, a todas horas con la pluralidad de creencias. De hecho, esa es nuestra identidad: la pluralidad
Así leen nuestra realidad, desde distintas perspectivas, autores como P. Berger, U. Beck, C. Taylor o el mismo J. F. Lyotard. La gran cuestión de nuestra época, en cuanto creyentes, no es un duelo al sol entre creyentes y ateos, sino cómo vivir en medio de la pluralidad de propuestas de sentido, religiosas o no. Claro que lo que aumenta es la indiferencia, porque no hay que optar entre dos entes cerrados, creyente o ateo, sino una miríada de posibilidades. Dicho de otra manera, hay una «metamorfosis de la creencia»… y de la increencia. Sí, hay un cambio de época: vivimos en la pluralidad.
¿Qué tiene que ver esto con el tema que nos ocupa?
Que el encuentro con otras religiones y creencias no se refiere al islam. Es una parte constitutiva de nuestro modelo cultural. Convivimos todos los días, a todas horas con la pluralidad de creencias. De hecho, esa es nuestra identidad: la pluralidad.
Un ejemplo: cuando uno ve la película El sexto sentido (M. Night Shyamalan, 1999) no solo se entretiene un rato, sino que se le ofrece una forma de comprender la escatología personal: si mueres sin haber atado bien los problemas de tu vida, te quedas vagando como un alma en pena. Imagino que la inmensa mayoría de los espectadores no tienen idea del espiritismo de Allan Kardec, pero acaban de proponerles su antropología (como cuerpo, espíritu y periespíritu) en forma de película.
Claro, a algunos de nosotros puede resultarnos extraña, porque nacimos en otros contextos, todavía de cristiandad efectiva. Pero es en la que han nacido y crecido todos y cada uno de nuestros jóvenes y niños. Para ellos es connatural.
No es extraño, por tanto, que nos descoloque que los jóvenes españoles prefieran la reencarnación a la resurrección, o que, según el CIS solo el 37,9 de los creyentes españoles crean con seguridad en el Espíritu Santo…
Es decir, lo primero que quiero compartir es mi convicción de que este tema va mucho más allá de lo que parece. De hecho, que es un tema central para una pastoral juvenil seria. Claro que no se puede dar por hecho que los chavales nos vengan «instruidos» en el cristianismo de casa. Es que en la pluralidad nos vendrán de todas las formas y maneras. Nada se puede dar por sentado.
Este tema no es un tema más… apunta al centro de una la novedad en la vida de nuestra gente, apunta al centro de una pastoral que toma en serio a la persona. Debemos pasar de considerarlo en tema superficial, a tomarlo en serio como un tema central. Cómo vivir en la diferencia, en la pluralidad, es la gran pregunta de nuestra pastoral. Lo que no sé es cómo la intentamos responder. Porque toda situación tiene sus oportunidades… y sus riesgos.
Cómo vivir en la diferencia, en la pluralidad, es la gran pregunta de nuestra pastoral
- Dos riesgos
2.1 El gueto y la tolerancia
Es evidente que tomar conciencia de esta pluralidad suscita diversas reacciones en las personas. Una de ellas nace, claro, de perder la seguridad anterior, lo que conlleva un cierto vértigo, una sensación de pérdida, incluso de agresión.
No es extraño. Y menos en España, donde el cambio de un modelo a otro, por causas históricas de todos conocidas, ha sido muy rápido y profundo. J. Martín Velasco hablaba hace tiempo ya de una «triple transición», lo que muestra el calado y la velocidad de la transformación. No podemos, entonces, asombrarnos mucho de que esta reacción conviva entre nosotros.
Cuando siente, personal o institucionalmente, ese vértigo, es evidente que se identifica al otro, el diferente, como la fuente de la inseguridad. Y así lo categorizamos. Se convierte en el objetivo de mis mitificaciones negativas: «el islam es», «estos son sectas», «estos son relativistas». Su misma existencia es dolorosa para mí, pues me recuerda el fin de mi mundo organizado. Así, uno busca el «atrincheramiento», protegerse de esa diferencia. Si creo a mi alrededor un muro lo suficientemente alto, las opciones de rozarme con esa diferencia disminuyen, y también mi angustia. Leo los medios de comunicación que piensan como yo, me reúno con gente que piensa como yo, evito los lugares o pensamientos diferentes, me refugio en mi propio gueto.
Ahora bien, no siempre esta actitud toma formas tan evidentes. Muchas veces es más matizada, más suave. Como en nuestro contexto democrático esto de rechazar a alguien de forma expresa no suena bien, nos quedamos en un «allá ellos» menos conflictivo, que se presenta como tolerancia: cada uno que haga lo que quiera. Hasta, dando un paso más puedo comprender que «tienen derecho» a creer distinto. Y basta con ello. Con no rozarse especialmente, todo está resuelto. Coexistamos juntos, pero, eso sí, no revueltos.
Y, sin embargo, es difícil no rozarse, no chocar con los diferentes. En el metro, en el barrio, en el colegio… en un mundo interconectado, donde todo está al lado, hay que hacer un esfuerzo por permanecer en el propio mundo pequeño y controlado. Nosotros, mal. Pero nuestros jóvenes, que han nacido interconectados, peor.
El otro, insiste Jesús, es mi hermano, hijo del mismo padre Dios
Es que esta respuesta, por comprensible que sea, es muy poco compatible con la vida cristiana. El otro, insiste Jesús, es mi hermano, hijo del mismo padre Dios. Y por supuesto, si me encierro, no evangelizo. Primero, porque es incomprensible para todos, menos para los dispuestos a encerrarse conmigo (que algunos siempre habrá en la pluralidad, pero me temo que pocos). Segundo, y en una sola imagen: el Espíritu de Dios, como mostró en Pentecostés, no nos deja encerrados en las paredes de una habitación, sino que abre nuestras vidas y nos hace hablar en todas las lenguas del mundo.
Raimon Panikkar lo expresaba en una de sus obras de una forma muy gráfica:
«las religiones tradicionales están abocadas al naufragio si cierran sus escotillas e intentan salir ilesas de este conflicto de corrientes (…) perderán su propio anclaje y su propia identidad auténtica si se esfuerzan por evitar los peligros de la vida en mar abierto buscando refugio seguro en el pasado».
2.2. El irenismo
Otra de las reacciones posibles es un entusiasmo por reconciliarlo todo rápido y fácil. Es un entusiasmo muy meritorio, pero poco realista (lo que es muy propio de la juventud, faltaría más).
Creo que este cierto «irenismo» nace muchas veces de responder a la pluralidad con un «si da igual, si todas las religiones decimos lo mismo». No. Es como cuando decimos que todos los seres humanos somos iguales. Sí, claro, en derechos, pero yo no soy igual a Brad Pitt, me ponga como ponga. Ni pensamos lo mismo ni tomamos las mismas decisiones ni queremos lo mismo.
De esta manera, no todas las religiones son iguales. Eso es un dato irrenunciable, porque es verdad. ¿Cómo que no? —me diréis— todas tienen un Dios. Un momento —responderé yo— no. El budismo no entiende como prioritaria la pregunta por Dios y la acalla (R. Panikkar), ni entiende como necesario entender ninguna creación ni providencia. Y el islam, con el que sí compartimos la creencia en Dios, clemente y misericordioso, no cree en que el ser humano sea imagen de Él, y menos que Jesús sea «Dios con nosotros». Y es que, en efecto, las religiones no somos iguales (¡gracias a Dios!). En dignidad, seguro, pero no creemos lo mismo.
Los seres humanos religiosos no aparecemos del vacío, sino que formamos parte de comunidades y culturas con una historia de conflicto, de muerte y de opresión
Justo ese es el tema: no, no decimos lo mismo ni tenemos la misma experiencia religiosa los musulmanes, los judíos, los budistas, los que creen a su modo, los que no creen. Esa es la gracia. De hecho, esta idea de que «todos pensamos lo mismo» acaba con la pluralidad, con lo que ni es posible diálogo alguno, ni encuentro con el otro… porque acabo de disolver su diferencia (su propia identidad) en mi ingenua forma de ver la vida. Pese a lo que me parezca, esa posición no respeta, en absoluto, al diferente.
Me temo que esta posición, llena de buena voluntad, parte de una falta de formación sobre el tema del que somos, indudablemente, culpables, sobre todo en nuestro país, donde no queremos hablar de las diferentes formas religiosas ni a los que estudian ERE ni a los que no la estudian.
La consecuencia de esta respuesta a la pluralidad es creer que el encuentro será fácil, que toda la dificultad viene dada por un error de percepción y que todo es muy sencillo. Bonito, pero no real. Los seres humanos religiosos no aparecemos del vacío, sino que formamos parte de comunidades y culturas con una historia de conflicto, de muerte y de opresión. No olvidemos que Occidente (de hecho, Europa) dominó de forma colonial el resto del planeta hace menos de un siglo (¡menos de un siglo!). Y no solo en nombre de sus estados, sino que eran naciones que se entendían cristianas, y con los ejércitos coloniales venía, muchas veces, la implantación del cristianismo, versión, claro, europea. Solo un ejemplo. Parece que el diálogo cristiano-budista es fácil, en cuanto nuestras zonas de influencia son lejanas. Pero no siempre.
«El ciudadano thai ordinario, y más todavía el japonés, conoce la actividad del papa, sus viajes, sus labores por la paz, su popularidad. La obra y figura de Madre Teresa son conocidas no solo en Calcuta, sino por muchísimos asiáticos. (…) Si todo esto suscita interés en los japoneses y los coreanos y les impulsa a conocer mejor el cristianismo, los mismos acontecimientos suscitan preocupación en algunos círculos budistas thai, que ven en esto una campaña propagandística agresiva, capaz de dañar la identidad thai budista».
Imagina cuando hablemos del apoyo de Occidente a gobiernos autoritarios en países de mayoría islámica. La famoso foto de las Azores, de marzo de 2003, previa a la guerra de Irak, para nosotros era la foto de un norteamericano, un inglés y un español… para un número importante de musulmanes de todo el mundo, además eran tres cristianos (y, de hecho, de formas diferentes, los tres presidentes lo eran), agrediendo sin respaldo de la ONU a un país de mayoría musulmana. Vivimos en un mundo conflictivo, dolorido, donde las heridas no se cierran tan fácilmente. Por ello, no es tan fácil el encuentro con el otro. Hay que saber que partimos de mutuos recelos, de historias pasadas, de un mundo roto.
3 Una certeza: el diálogo interreligioso es un diálogo intrarreligioso
Y, sin embargo, ninguna de estas opciones, por razonables que sean, son las que nuestra tradición cristiana nos anima a vivir, porque no son las que surgen de un corazón en Cristo, del seguimiento de Jesús hoy.
El Vaticano II nos señaló el camino con claridad
Así, el Vaticano II nos señaló el camino con claridad. El mismo Juan XXIII, en el discurso inaugural del concilio, dejó clara cuál es la actitud para afrontar la modernidad:
«Llegan, a veces, a nuestros oídos, hiriéndolos, ciertas insinuaciones de algunas personas que, aun en su celo ardiente, carecen del sentido de la discreción y de la medida. Ellas no ven en los tiempos modernos sino prevaricación y ruina; van diciendo que nuestra época, comparada con las pasadas, ha ido empeorando (…) Nos parece justo disentir de tales profetas de calamidades, avezados a anunciar siempre infaustos acontecimientos, como si el fin de los tiempos estuviese inminente. En el presente momento histórico, la Providencia nos está llevando a un nuevo orden de relaciones humanas que, por obra misma de los hombres, pero más aún por encima de sus mismas intenciones, se encaminan al cumplimiento de planes superiores e inesperados».
No, los profetas de calamidades no creen en el Espíritu de Dios que anima la historia y concede la oportunidad de caminar hacia la plenitud en Cristo.
Desde esta intuición nace la Constitución pastoral Gaudium et Spes, encargada de mostrar una lectura concreta para el seguimiento de Cristo en la modernidad. Por ello, este documento comienza dejando claro que: «los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo. Nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón».
Y el encuentro con la diversidad, con las demás religiones tiene cumplida cuenta en el documento que aborda este tema expresamente, Nostra Aetate:
«La Iglesia católica no rechaza nada de lo que en estas religiones hay de santo y verdadero. Considera con sincero respeto los modos de obrar y de vivir, los preceptos y doctrinas que, por más que discrepen en mucho de lo que ella profesa y enseña, no pocas veces reflejan un destello de aquella Verdad que ilumina a todos los hombres. Anuncia y tiene la obligación de anunciar constantemente a Cristo, que es «el Camino, la Verdad y la Vida» (Jn 14,6), en quien los hombres encuentran la plenitud de la vida religiosa y en quien Dios reconcilió consigo todas las cosas.
Por consiguiente, exhorta a sus hijos a que, con prudencia y caridad, mediante el diálogo y colaboración con los adeptos de otras religiones, dando testimonio de fe y vida cristiana, reconozcan, guarden y promuevan aquellos bienes espirituales y morales, así como los valores socio-culturales que en ellos existen».
Reconozcan, guarden y promuevan… tres verbos unidos que dejan claro que ni los castillos ni las reconquistas son nuestra forma de comprender la diversidad. Por ello, podemos aportar dos conclusiones:
Nuestra propuesta es aceptar la pluralidad como riqueza, como una oportunidad de Dios
- La pluralidad como riqueza, estar «en casa» en la época que Dios nos hizo vivir, a nosotros y a nuestros jóvenes
En efecto, nuestra propuesta es aceptar la pluralidad como riqueza, como una oportunidad de Dios. Estamos llamados a sentirnos a gusto en la pluralidad, a descubrir la acción de Dios en ella y a construir el mundo desde ella. Nuestro gran desafío no es el que cree distinto, sino el que no acepta la pluralidad, el que no descubre que el Espíritu nos lleva más allá de nosotros mismos, nos pone en camino, a todos, hacia el futuro, que somos Iglesia docente (que enseña), y también Iglesia discente (que aprende). Como señalaba J. Moltmann:
«Los cristianos han aprendido a vivir en un mundo indiferente, post-cristiano y pagano. Las Iglesias descubren cómo vivir libres por sí solas, sin ataduras de privilegios políticos… se perciben nuevas oportunidades para el cristianismo en el siglo XX, de evidente formulación positiva: la fe, no ya como religión europea, sino en cuanto fe cristiana en diálogo sencillo y plural con otras religiones e ideologías».
Esta identidad abierta, en búsqueda, de constructores del futuro a la escucha del futuro es la que proponemos a nuestros jóvenes. Y, doy testimonio, les engancha, les motiva, les hace querer participar de una historia en movimiento, en salida, más preocupada por construir que por condenar.
De esta manera, deja de ser un problema habitar la pluralidad, para convertirse en nuestro medio natural. Esto no implica que no seamos conscientes que esta forma de ser no tenga conflictos y dificultades. Justo lo contrario. Solo puedes comprometerte en el camino si ayudamos a hacer consciente al joven de que vivimos un mundo roto, que está llamado a vivir, evangelizar y ser testigo en medio de un mundo donde las heridas de la colonización (antigua y actual) están abiertas, donde el encuentro es muchas veces encontronazo, por las ambigüedades de la realidad. Otro mundo es posible.
Mi camino personal, como cristiano, pasa por escuchar la diferente, por acogerle
- Nuestro diálogo interreligioso es «intrarreligioso»
Y no solo por una obligación moral. Esto me parece decisivo: para nosotros va más allá de cualquier tienes que. Estamos hablando de tomar conciencia de que mi camino personal, como cristiano, pasa por escuchar la diferente, por acogerle.
Raimon Panikkar lo expresaba usando un neologismo, como le encantaba hacer. El más fecundo diálogo interreligioso nace de un diálogo intrarreligioso.
“ «En una palabra, el verdadero encuentro entre religiones es en sí mismo religioso. Se realiza en el corazón de la persona que busca su propio camino. Es entonces cuando el diálogo es intrarreligioso y se convierte, además, en un acto religioso personal, en una búsqueda de la verdad salvadora».
Es decir, la clave del diálogo está en que te quiero tal como eres y, en tu diversidad, me ayudas a ser yo mismo y a seguir caminando, siguiendo a Dios. El diálogo es mi forma de ser como cristiano. Es más que moral, es espiritualidad, porque es escuchar al Espíritu, como destacó multitud de veces Juan Pablo II. Incluso en el final de su carta apostólica que nos dejaba su visión de las claves para el nuevo ¡milenio!:
«En efecto, sabemos que, frente al misterio de gracia infinitamente rico por sus dimensiones e implicaciones para la vida y la historia del hombre, la Iglesia misma nunca dejará de escudriñar, contando con la ayuda del Paráclito, el Espíritu de verdad al que compete precisamente llevarla a la “plenitud de la verdad”. Este principio es la base no solo de la inagotable profundización teológica de la verdad cristiana, sino también del diálogo cristiano con las filosofías, las culturas y las religiones. No es raro que el Espíritu de Dios, que “sopla donde quiere”, suscite en la experiencia humana universal, a pesar de sus múltiples contradicciones, signos de su presencia, que ayudan a los mismos discípulos de Cristo a comprender más profundamente el mensaje del que son portadores. ¿No ha sido quizás esta humilde y confiada apertura con la que el Concilio Vaticano II se esforzó en leer los “signos de los tiempos”? (…) La Iglesia reconoce que no solo ha dado, sino que también ha “recibido de la historia y del desarrollo del género humano”. Esta actitud de apertura (…) la inauguró el Concilio. A nosotros nos corresponde seguir con gran fidelidad sus enseñanzas y sus indicaciones».
Esta conciencia, que el diálogo con el otro es mi forma de ser cristiano, que es parte de mi camino personal me hace fuerte, me ayudará a aceptar decepciones, cuando no es posible el diálogo. Me dará la perspectiva para aceptar los conflictos propios de un mundo roto, sin que la tentación de encastillarme, de retirarme, pueda conmigo. El diálogo con el diferente no es una estrategia, por lo que no se mide por si tiene éxito o no. Es que somos así, es parte de nuestro camino cristiano. Eso señalaba con claridad Juan Pablo II al decir
«El diálogo no nace de una táctica o de un interés, sino que es una actividad con motivaciones, exigencias y dignidad propias: es exigido por el profundo respeto hacia todo lo que en el hombre ha obrado el Espíritu, que “sopla donde quiere”. Con ello la Iglesia trata de descubrir las “semillas de la Palabra”, el “destello de aquella verdad que ilumina a todos los hombres”, semillas y destellos que se encuentran en las personas y en las tradiciones religiosas de la humanidad. El diálogo se funda en la esperanza y la caridad, y dará frutos en el Espíritu».
Por eso, ¿cómo podemos ayudar a nuestros jóvenes a descubrir el camino de vida cristiano sin darles herramientas para forjar esta forma de ser? Este tema no es una cuestión de moda, no es superficie, como señalábamos al principio, es fundamento.
Mi camino personal, como cristiano, pasa por escuchar la diferente, por acogerle
4 Elementos para capacitar para el diálogo
¿Cómo podemos, entonces, capacitar para ese diálogo? Como es lógico, esto no se resuelve con una fácil aplicación de recetas, pero sí podemos señalar algunos elementos que nos pueden ayudar a concretar: conocer, practicar, trabajar y orar.
- Conocer
Es evidente que hay que hablar de ello, tomar conciencia de la pluralidad y verbalizar cómo la vivimos cada uno, qué significa en la vida del joven. Y no puede romperse los pre-juicios sino conociendo.
- Personalmente: hace años que en mis clases de primero en la universidad propongo un trabajo de investigación en el que entrevistan a inmigrantes de otras culturas para conocer sus dificultades y alegrías. Normalmente hay un grupo que se asusta del cometido, y al final suelen ser los que más agradecen el esfuerzo. Solo se deja de temer cuando se conoce. Y el monstruo de mi cabeza desaparece. Claro que hay gente muy peligrosa. Pero no son todos. Y no podemos dejarles que nos hagan creer que ellos son todos.
- Intelectualmente: Panikkar hablaba de «ser bilingüe». Es evidente que para aceptar la diferencia tengo que hacer el esfuerzo de escuchar… y de comprender lo que me dicen. Si no tengo una aproximación significativa y seria a los diferentes (a judaísmo, al islam, al budismo, al mismo ateísmo) no es posible comprender lo que me están diciendo. Y no pocas veces este conocer ha sido excluido de la ERE, con lo que puede que sigamos con ideas erróneas o caricaturas del otro, con lo que ¿cómo podemos aceptarle?
Un ejemplo muy rápido: hace más de veinte años la Comisión Vaticana para las Relaciones con el judaísmo publicó unas Notas para una correcta presentación de judíos y del judaísmo en la predicación y la catequesis de la Iglesia”, donde denunciaba los excesos que en la educación religiosa se producían contra el judaísmo: culparles de la muerte de Cristo, minusvalorarles por comparación a Jesús (como si este no fuera judío de religión judía), considerar superada la alianza con Israel, etc. Su repercusión es casi nula en los ambientes catequéticos y de enseñanza religiosa.
Nosotros también estamos en camino, estamos descubriendo, y ellos mismos, en sus dudas, en sus intuiciones, nos enseñan a ser cristianos, a seguir caminando
4.2. Practicar
- Hacia dentro
Pero bien sabemos que la verdadera clave en la transmisión de valores no es tanto hablar de ellos como ponerlos en práctica. Por ello, es interesante revisar nuestras actitudes pastorales: ¿escuchamos las dudas, las impresiones, las convicciones de nuestros jóvenes? ¿O las consideramos como un problema, en lugar de una oportunidad? ¿Presentamos a otras formas de ser Iglesia, o a otras iglesias con tintes oscuros y caricaturizándolas?…
Es como ser Iglesia: claro que debemos ser docentes, faltaría más, y, no nos olvidemos, también discentes. Nosotros también estamos en camino, estamos descubriendo, y ellos mismos, en sus dudas, en sus intuiciones, nos enseñan a ser cristianos, a seguir caminando. Ellos también me evangelizan a mí y debo decírselo (y dejar que lo hagan). Sin esa conciencia de que todos somos peregrinos (yo el primero), no podremos transmitir nuestra conciencia de necesitar escuchar para seguir caminando. Y nos perderemos la mayor alegría de un pastoralista: dejar de ser maestros y ser, por fin, hermanos.
- Hacia fuera
De igual forma, al presentar las demás experiencias de creencia, podemos poder en práctica esa misma capacidad de diálogo, preguntando por aquello que nos toca de su diferencia, por aquello que sentimos que, en ese momento, el Espíritu nos dice con respecto a mi propia vida cristiana. No es tanto un ejercicio intelectual, como un ejercicio espiritual: escucha y discierne qué pueden estar diciéndote hoy a tu corazón.
Además, está claro que poder encontrarse con personas de otras creencias, con tranquilidad, conversar con ellos, ver y escuchar las diferencias y las semejanzas es algo de enorme riqueza. Participar en encuentros interreligiosos, donde puedo ver y sentir la fraternidad entre diferentes, así como los puntos de conflicto; salir a conocer mezquitas, sinagogas o zendos, cuando y donde sea posible es otra forma de acercarnos a escuchar.
Por otra parte, no es solo escuchar, sino «dejarse tocar». La compasión es la emoción que con más fuerza puede «descentrarnos», que nos hace salir de nuestra posición de comodidad. Por ello, el encuentro con inmigrantes de otras confesiones, que comparten su lucha por vivir con dignidad, con refugiados, con manteros, con personas que no son lo que «esperamos» es tremendamente rico, porque, sin lugar a dudas, el pobre me evangeliza. Colaborar con sus necesidades y compartir lo que cada uno vive es un ejercicio de fraternidad que convierte el corazón y en el que diálogo y compromiso se dan con toda naturalidad la mano.
4.3. Trabajar
Como es lógico, nuestras propuestas pastorales abarcan también el apoyo y desarrollo de la conciencia solidaria de nuestros jóvenes, que brota de nuestra experiencia del Dios de Jesús, de la que mana la compasión por el hermano en necesidad.
En este empeño nos encontramos junto a otros, de otras creencias y formas de ver la vida
En este empeño nos encontramos junto a otros, de otras creencias y formas de ver la vida. Esa experiencia es enormemente rica. Juntos, diferentes, construimos desde experiencias distintas, el mismo mundo mejor. Ese encuentro en la diferencia nos hace vivir una fraternidad profunda, un diálogo sin tematizar, pero enormemente fructífero. Hacernos presentes en las grandes causas de toda la humanidad, vivir la «ecología integral» a la que nos llama el papa Francisco, desde nuestra propia identidad y, justo por ello, junto a otros, es un aprendizaje que no se olvida nunca.
Un ejemplo muy interesante lo tenemos en esta misma revista en la experiencia de las «comunidades de sentido» de Lavapiés de Pepa Torres o, en un contexto en el que el cristianismo en minoría, las «comunidades humanas de base» que encarnan el compromiso liberador del cristianismo asiático, junto a las religiones asiáticas mayoritarias, increyentes y toda aquella que quiere comprometerse en la liberación de la masa de pobres, cada una desde su propia identidad religiosa, y de las que nos da cuenta A. Pieris.
De hecho, en esta experiencia podemos transmitir de forma práctica, palpable nuestra conciencia de pertenecer a la ecclesia ad Abel, a la Iglesia que existe desde el primer justo, a la Iglesia formada por todas las mujeres y hombres de buena voluntad, que responden, desde sus creencias a lo que todos somos, imagen de Dios amor.
4.4 Orar
Ahora bien, el espacio más profundo del diálogo, su raíz, está sin duda, en la contemplación de Dios mismo. Desde lo que hemos presentado, solo puede vivir desde el diálogo intrarreligioso el que vive en Dios. La actitud de escucha brota de la oración, de la contemplación. Para transmitir la fuerza del ser dialogal cristiano no hay como ayudar al joven a convertirse en ser humano orante. Como señalaba un extraordinario orante, el monje benedictino Henri Le Saux, que vivió como renunciante hindú para vivir en sí mismo la unión profunda de la traición religiosa de la India y la cristiana con el nombre de Swami Abhisiktananda (y que logró «encontrar el Grial» al final de su vida, tanto que la experiencia le paró el corazón):
«El Espíritu es el amor infinito que abre al ser de par en par para que el amor se exprese y que lo cierra para que el amor se consuma».
Dejar la vida en el Espíritu nos abre la vida. Él es la fuente y la única fuerza capaz del diálogo intrarreligioso.
Dejar la vida en el Espíritu nos abre la vida. Él es la fuente y la única fuerza capaz del diálogo intrarreligioso
5 Para concluir
Suelo acabar mis conferencias y charlas sobre el tema con un cuento. Muchas veces se usa en este contexto un cuento hinduista, el del elefante en una habitación oscura, en el que cada uno que entra toca una realidad diferente. Yo prefiero otro, de origen judío, que recogía Martin Buber en sus cuentos jasídicos. Resumido y parafraseado, es asÍ:
Una vez había un rabino muy pobre y con mucha fe que vivía en Cracovia. Un día soñó que Dios le decía que dejara su casa y se encaminara a Praga, bien lejos, porque en un puente de la ciudad le tenía reservado un tesoro. Y, fiado de Dios, el rabino cogió un petate, cerró con llave su casita y se fue, pasando frío y calamidades, hasta Praga.
Cuando llegó, agotado, fue al puente que había visto en sueños y se puso a cavar para recoger el tesoro. Por supuesto, apareció un guardia, que le preguntó qué estaba haciendo en el suelo. El rabino, con toda humildad, le contó al guardia su sueño y su viaje. El guardia quedó impresionado: «¿Ha venido andando desde Cracovia por un sueño?» –le preguntó. «No le puedo creer» –le dijo. «Yo he soñado muchas veces que Dios me decía que, en Cracovia, debajo del hogar de la chimenea de la casa de un rabino había un tesoro, pero, como soy una persona responsable, nunca he hecho caso de los sueños».
Al oír esas palabras, el rabino comprendió que el tesoro de Dios no estaba allí, sino que, pasando otra vez fríos y calamidades, volvió a su casa de Cracovia, abrió con su llave y descubrió que, en efecto, debajo del hogar de su chimenea, estaba el tesoro de Dios.
Una vez pregunté a mis estudiantes de universidad que podíamos aprender de esta historia. Una estudiante levantó rápida la mano y me dijo: «Que todos tenemos un tesoro dentro». «No –le contesté–. Es verdad que lo tenemos, pero, si no voy de Cracovia a Praga y de Praga a Cracovia… no lo encontraré».
Esta es nuestra forma de ser cristianos en un mundo plural. Sabemos de quién nos hemos fiado, dónde hemos puesto nuestra fe y, justo por ello, queremos acoger y escuchar a ese Dios que nos habla en el diferente en cuanto diferente. Y le sentimos, tal como es, como nuestro hermano, con el que seguimos caminando hacia el futuro de plenitud que todos anhelamos.
Y no lo digo yo, sino que así lo señala el documento Diálogo y Anuncio, que publicaron juntos el Consejo pontificio para el diálogo interreligioso y la Congregación para la Evangelización de los pueblos:
«Los miembros de la Iglesia y los adeptos de las otras religiones se encuentran como compañeros en el camino común que toda la humanidad está llamada a recorrer.
El papa Juan Pablo II destacó este punto en Asís, al término de la Jornada Mundial de Oración, Ayuno y Peregrinación por la Paz: “Podemos ver en ello una prefiguración de lo que Dios quiere que sea el camino de la historia de la Humanidad: una ruta fraterna a través de la cual marchamos, acompañándonos los unos a los otros, hacia la meta trascendente que Él nos ha señalado”».
Juntos compartimos nuestras experiencias, iguales en algunos aspectos y diferentes en otros; mutuamente compartimos nuestras heridas, nuestros desafíos y, sobre todo, nuestro sincero camino hacia el futuro que sentimos, que sabemos, será de plenitud. No lo olvidemos, Iglesia en salida, propongamos a nuestros jóvenes ser caminantes, oyentes del Espíritu, que sigue hablando donde no se le espera.
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