Como todos sabemos, etimológicamente, “vocación” tiene que ver con llamada. Y toda llamada implica una respuesta, ya sea afirmativa o no -el no escuchar o el no responder, también es posicionarse-.
La vocación implica realización personal y profesional, pero va mucho más allá de ellas, las trasciende.
En la escuela estamos ya muy familiarizados con la educación integral que tiene en cuenta todas las dimensiones de la persona: corporal, emocional-afectivo, racional y espiritual. Así estamos trabajando, con mayor o menor acierto en esa integración según los colegios. Y en la escuela católica, nuestra pastoral también va en esta línea de atender a la unidad de la persona y a todas las dimensiones de la fe.
Me gusta mucho la expresión “cultura vocacional” porque plantea crear un ambiente escolar en el que se promueven las cualidades de cada uno, desde cualquiera de las inteligencias, la actitud de agradecimiento por ellas y la capacidad de ponerlas al servicio de los demás, para colaborar en la transformación del mundo. Nuestra tarea educativa supone no solo sacar lo mejor de cada uno hacia afuera, sino también acompañar en el descubrimiento, propiciar el crecimiento, estimular las cualidades…y desde nuestra misión evangelizadora, ayudar a que descubran que son dones de Dios para disfrutar y que pueden aportar mucho en el cuidado de los otros y de la casa común.
Estamos inmersos en una cultura ávida de felicidad, en búsqueda de la fórmula para conseguirla a través de múltiples caminos… En este contexto, desde la pastoral juvenil escolar tenemos un terreno propicio para ahondar en la felicidad desde el sentido de la vida, desde el por qué y para qué vivimos, qué aporta tiene lo que hacemos… Y todo ello se puede plantear en lo cotidiano, en las decisiones sencillas… hasta llegar al proyecto de vida.
El sueño de Dios sobre cada persona tiene mucho que ver con la felicidad que quiere para sus criaturas, que en el fondo conduce a encontrar el “lugar en el mundo”. Él nos propone Vida en abundancia, llegar al máximo de las propias capacidades, participar en su proyecto de Amor.
Para el sínodo de jóvenes escribí sobre lo que podría ser un hilo conductor, con las palabras del Papa Francisco en el Mensaje para el Domund: `Os invito a preguntaros en todo momento: «¿Qué haría Cristo en mi lugar?»´ y lo traigo aquí nuevamente porque podría ser una invitación para los jóvenes, para nuestra propia fe y para el discernimiento vocacional.
Es la pregunta fundamental que puede guiar nuestra vida en las grandes decisiones y en las cotidianas. Si nos la hiciéramos de manera habitual, nuestro seguimiento de Jesús estaría siempre vivo; y poco a poco, iríamos acostumbrándonos a mirar a las personas y los acontecimientos desde su lógica y no desde la nuestra.
Para llegar a esa pregunta fundamental, la pastoral juvenil necesita entrenar en esta capacidad de discernimiento de la voluntad de Dios, de escuchar sus llamadas. Y puede hacerlo, si está bien articulada, a través de un proceso que está jalonado de múltiples oportunidades para los jóvenes:
- Encuentros personales con Jesús
- Experiencias de encuentro con los pobres
- Espacios para disfrutar de la naturaleza, la belleza, la estética, el arte, la música, la ecología integral…
- Momentos de compartir la fe desde la cotidianeidad de sus vidas, con símbolos y lenguajes que lleguen a los jóvenes
- Celebraciones que conecten con lo emocional, con sus inquietudes, preocupaciones…
Y me detengo para concretar un poco más:
Jesús sigue atrayendo a los jóvenes, estoy completamente convencida, y soy testigo de que si ofrecemos experiencias de encuentro con Él, de acercamiento directo al Evangelio, se “enganchan”. Con lo que no conectan es con algunas de las formas en las que a veces se lo presentamos, en parámetros culturales que no son los suyos, con estética trasnochada, o interpretando el mensaje desde un punto de vista solo moral.
Y también sigue seduciendo la libertad con la que Dios “nos trata”, el que su oferta de seguimiento es siempre gratuita y libre. La iniciativa es suya, pero después deja en nuestro terreno la respuesta; es cada persona la que tiene la posibilidad de acogerlo, ignorarlo o rechazarlo.
El servicio a personas concretas, con situaciones de marginación, el encuentro con la realidad de miseria en la que viven migrantes, refugiados, indigentes, niños abandonados…, o la pobreza de la soledad de ancianos, las situaciones de fragilidad de enfermedad o sufrimientos de distinto tipo…, a través de campos de trabajo u otras modalidades que podemos ofrecer desde la pastoral juvenil, es siempre oportunidad de escucha de la llamada de Dios, a través de múltiples voces, que también nos recuerda el Evangelio en multitud de ocasiones.
Todos los que estamos en contacto con jóvenes somos también conscientes de que el mundo emocional es una puerta de entrada para la relación con ellos. Es cierto, que tenemos que ser sumamente delicados y respetuosos con sus sentimientos y su forma de percibirlos, pero no hay duda de que si nos hacemos presentes con su lenguaje y con sus símbolos, si les escuchamos en profundidad, será posible llegar a un acompañamiento que se acerque a sus intereses, a sus preguntas, a lo más profundo de su vida… que les permita discernir la llamada de Dios a partir de lo que van experimentando y viviendo, y poco a poco, como resultado de un proceso, encontrar su lugar en el mundo, desde el que dar sentido a todo.
Hay todo un movimiento de innovación educativa que se preocupa por actualizar los espacios, por recrear lugares que permitan disfrutar del aprendizaje… Esto mismo es aplicable a la pastoral. Es necesario repensar los lugares de encuentro, para que sean atractivos desde la sensibilidad estética y ecológica que los jóvenes tienen, de modo que se cree un ambiente que lo propicie.
Podemos concluir en que el momento actual nos presenta muchos retos para la pastoral juvenil escolar; es cuestión de transformar en oportunidades lo que aparentemente podrían ser dificultades. Y si los adultos que los acompañamos en este viaje estamos ilusionados en nuestra misión, vamos a contagiarles esos deseos de aventurarse en el seguimiento de Jesús.