La Pastoral Escolar, por falta de espacios propios para la reflexión común, está abocada, al margen de quien dio el encargo y la responsabilidad, de pensamiento común y compartido, y líneas de acción claras con horizonte y futuro. La repetición, progresivamente menos eficaz y más sufriente por falta de ideas, se apodera de los claustros. Se hace lo de siempre o se vuelve todo complicado, en parte por la rutina devastadora del sentido. Se hace lo de siempre cuando no se sabe qué hacer, qué más aportar, cuando falta el diálogo.
Los creativos desbordan con sus ideas. Superan en calidad y cantidad al resto. Sencillamente, piensan la novedad, responden desde su subjetividad contaminada por sí mismos a lo que hay. No se paran a pensar la historia, los procesos, el momento ni el camino. Los creativos se orientan por el fin, casi perfecto; el casi, que falta, son las personas. Se lanzan, sin conocer. A las bravas, disruptivamente. Como esa pedagogía moderna, no poco alabada, que pretender la total ruptura con lo anterior como si lo único que existiera en la escuela fueran los continuos nuevos alumnos que llegan a ella; como si la experiencia de los más mayores fuera despreciable del todo.
El mal de la escuela es doble. Su repetición y su falta de escucha a la novedad. Y la situación, de quien gestiona un discurso y otro, de resolverse por uno u otro sin conciliar. Recuerdo la doctrina prudente, que algunos puede parecer poco valiente y a otros poco arriesgada, del término medio. Sobre todo para quienes escuchan y quieren generar equipo y comunión, recomiendo el “poco a poco”, pero “poco a poco” decisivo, dirigido hacia lo fundamental, con el ánimo de dar pasos escasamente sonoros pero contundentes. El que dirige mira la estructura, y quien dirige bien no olvida en su cometido a las personas. Y sigue adelante. Un paso y otro, dejando huella con la intención de que otros caminen ligeramente por ellas. Y así una y otra vez, adelante.
Salirse de lo común, de lo esperado, de lo de siempre, tiene sus riesgos: vinieron otros con igual pretensión, sin duda. Salirse de lo que se hace, de las masas y sus prejuicios, es un ejercicio de libertad incomparable. Salirse de lo establecido, conlleva su precio, con cuyo sufrimiento hay que cargar. Hay quien no conoce más que lo de siempre. Pero en esta situación, ni la mujer, ni los aquellos esclavos, ni los niños considerados como todavía no personas y de las niñas ni hablemos… En la situación en la que todo permanece igual, me pregunto: ¿dónde queda el amor?