San Agustín decía: “ama y haz lo que quieras”. En la educación religiosa, antes de enseñar los mandamientos es importante mostrar que Dios es bueno y nos quiere. Él desea nuestro bien y nos muestra un camino.
Jesús anima a sus discípulos a ser fieles y obedientes a su conciencia regida por el amor. Él ha sido libre para oponerse a toda ley que sea un obstáculo a realizar el bien y servir al prójimo. Se ha negado a encadenar las conciencias con normas minuciosas e injustas, que, en lugar de contribuir al amor, lo entorpecen. Esas minucias ahogan a la persona, la encierran en sí misma; no hay sitio para los demás y se tiene miedo a la libertad.
Todo eso no significa que Jesús despreciase la Ley, llamada Torá. Al contrario, se educó en ella, la memorizó, como todo buen judío, pero enseñó que había que vivirla con un espíritu nuevo, escuchando la voz del Padre, que ama a sus hijos y los quiere felices.
Por tanto, Jesús proclama una ley nueva, que no es carga, sino alivio y ayuda. Pero eso no impide que se muestre más exigente que la antigua ley en lo referente al dinero, al respeto y amor a los demás, incluidos el enemigo, el extranjero y el pecador, a la igualdad de los derechos de la mujer respecto al hombre.
El incumplimiento de un precepto de la Torá acarreaba un castigo desproporcionado. En cambio, Jesús no amenaza nunca. El cumplimiento que Él propone es el camino del amado que disfruta haciendo feliz al amante. Sin necesidad de ninguna violencia, se realiza la compenetración entre Dios que quiere nuestro bien y nosotros que deseamos lo mismo. No es una cuestión de obligación sino de amor: El que me ama guardará mi palabra.
Tenemos un Defensor. El poeta peruano César Vallejo (1892-1938), activo militante marxista al mismo tiempo que sensible a la espiritualidad y a la trascendencia, decía a su esposa antes de morir: “cualquiera que sea la causa que tenga que defender ante Dios, más allá de la muerte, tengo un defensor: Dios”. Dios, defensor de la causa humana en la vida y tras la muerte.
La ley debe ayudar, no ser obstáculo, a vivir según la propia conciencia. Eso nos trae paz. Jesús quiere que superemos todo temor o ansiedad: La paz os dejo, mi paz os doy… Que no tiemble vuestro corazón ni se acobarde. Nos pide que no permitamos que el miedo se apodere de nosotros en nuestra relación con él y en el cumplimiento de lo que él nos dice y nos inspira.
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: “El que me ama guardará mi palabra y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él. El que no me ama no guardará mis palabras. Y la palabra que estáis oyendo no es mía, sino del Padre que me envió. Os he hablado ahora que estoy a vuestro lado, pero el Defensor, el Espíritu Santo que enviará al Padre en mi nombre, será quien os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que os he dicho.
La paz os dejo, mi paz os doy: no os la doy como la da el mundo. Que no tiemble vuestro corazón ni se acobarde. Me habéis oído decir: ‘Me voy y vuelvo a vuestro lado’. Si me amarais os alegraríais de que vaya al Padre, porque el Padre es más que yo. Os lo he dicho ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda, sigáis creyendo. (Jn 14, 23-29).
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