Esto va de querer a Jesús y de llamarlo Señor.
Es un texto precioso el que nos trae la liturgia de hoy. Un texto cargado de simbolismos, como muchos en el Evangelio de Juan. El mar, la pesca, la barca, la noche, el amanecer, a comida junto al lago…
Se nos está hablando de la misión de pescar hombres y de cómo será imposible que lo hagamos sin Jesús. El mar es ese lugar oscuro y misterioso del que solo vemos la superficie y en el que la gente se ahoga: nuestro mundo, lleno de incertidumbres y dificultades. Podríamos hacer una lista larga de incertidumbres colectivas: a salud especialmente la mental, la guerra, la inflación, la división mayor… la decepción de ver que tras la pandemia no estamos más unidos sino menos, no hay más solidaridad sino menos, no hay más fe, sino menos… Cada quien puede añadir las suyas personales, o las de su entorno… Sí, la vida tiene oscuridad, ahogos. Necesitamos ser pescados.
Pedro vuelve a la pesca de peces. Con la decepción y la culpa a cuestas, quiere vivir de nuevo sin Jesús, quiere volver a la brega de siempre. Pero no tiene éxito. Es de noche.
Lo es también para nuestras comunidades cristianas: no hay jóvenes en ellas, la vida de antaño se va apagando, la fe en Jesús no es referente de nada… La iglesia no es para las personas un referente de sentido. Y la gente busca sentido en otros lados… quizá sin encontrarlo.
Lo es para la sociedad, en la que parece que no terminamos de acertar con una convivencia que haga felices a todos desde el cuidado.
Pero Jesús toma la iniciativa y se aparece. Y lo hace cuando un Jesús todavía no reconocido nos hace la gran pregunta sincera: muchachos ¿tenéis pescado? ¿Cómo te va la vida cuando no cuentas conmigo, cuando te crees capaz de hacerlo todo solo? A Magdalena se le apareció en su angustia, a los discípulos de Emaús en su huir en dirección contraria entristecidos, a Tomás en su incredulidad. Seguramente ese lugar de fragilidad será el que Jesús elija para estar contigo. Sólo hay que estar atentos, o que un Juan nos lo señale y nos diga: Es el Señor.
La palabra Señor importa. Jesús no es un buen hombre al que recordamos. Es el Señor de nuestras vidas. No vamos a presentar a Jesús como un simple hombre bueno, referente ético. Que sea mi Señor lo cambia todo. No es una inspiración, sino quien gobierna mis actos. Lo puedo meter dentro de mí, que sea él quien vive en mí, quien decida, quien lleve mi vida, quien ordene.
Que mi vida no la conduzca un italiano… que mi fe sea algo fundamental en mi vida, sea la que me oriente actuar, y determine mis decisiones.
Jesús aparece dando órdenes: echad las redes, traed los peces, almorzad, y luego por tres veces lo de apacienta mis corderos. Es como si nos dijera trabajad donde y como yo os diga, aunque no parezca que vaya a haber resultados. Y ese trabajo traedlo a la mesa compartida que es el reino. Hagamos comunión juntando el fruto de vuestro trabajo y mi presencia en medio de vosotros.
No sabemos de qué hablaron, pero sí que Jesús es cercanía, amistad, cariño de corazón a corazón, aunque esto lo olvidemos a menudo. ¿Qué los amigos están abatidos? Les da su paz y los llena de esperanza. ¿Qué vienen hambrientos y cansados de trabajar? Prepara unas brasas, asa unos peces y los invita a descansar y comer. Este es el Jesús que nos presenta el cuarto evangelio, un Jesús resucitado, pero que no por eso olvida que sus amigos siguen teniendo corazón y siguen teniendo necesidades.
Amanece cuando reconocemos a Jesús a nuestro lado. El es la luz que nos guía entre los éxitos y los fracasos. El es quien convoca a una mesa compartida, que es un anticipo del Reino que queremos para todos.
Y el diálogo entre Pedro y Jesús es precioso. Tres veces lo había negado, como tantas veces también nosotros lo hemos hecho. Lo negamos viviendo en su ausencia, lo negamos no dando testimonio de lo que nos importa, lo negamos no trabajando para él, sino para nosotros.
Jesús quiere que Pedro vuelva a ser quien tiene que ser, alguien pegadito a él, alguien que lo quiera y se apoye en él. Porque la misión será difícil. Habrá trabajos duros, habrá sinsabores, habrá noches, pero la luz de Jesús importa. Cuando pasemos por momentos duros los pasaremos con él y como él los pasó.
Tres veces para confirmar lo que tres veces había negado, y así poder volver a ser el mismo. La pesca está garantizada con él. Y también el sufrimiento, el martirio. Otros te llevarán a donde no quieras, extenderás las manos… Habrá que pasar por los caminos que él transitó. Pero lo hacemos con la seguridad de haber vencido.
El último imperativo es el más fuerte: Sígueme. Conviértete en un seguidor. Amigo y compañero de trabajo. No un recordador de Jesús, sino un seguidor. Hazlo Señor de tu vida.
En aquel tiempo, Jesús se apareció otra vez a los discípulos junto al lago de Tiberíades. Y se apareció de esta manera: Estaban juntos Simón Pedro, Tomás apodado el Mellizo, Natanael el de Caná de Galilea, los Zebedeos y otros dos discípulos suyos. Simón Pedro les dice: “Me voy a pescar”. Ellos contestan: “Vamos también nosotros contigo”.
Salieron y se embarcaron; y aquella noche no cogieron nada.
Estaba ya amaneciendo, cuando Jesús se presentó en la orilla, pero los discípulos no sabían que era Jesús. Jesús les dice: “Muchachos, ¿tenéis pescado?”. Ellos contestaron: “No”. Él les dice: “Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis”. La echaron y no tenían fuerzas para sacarla, por la multitud de peces. Y aquel discípulo que Jesús tanto quería le dice a Pedro: “Es el Señor”.
Al oír que era el Señor, Simón Pedro, que estaba desnudo, se ató la túnica y se echó al agua. Los demás discípulos se acercaron en la barca, porque no distaban de tierra más que unos cien metros, remolcando la red con los peces. Al saltar a tierra, ven unas brasas con un pescado puesto encima y pan. Jesús les dice: “Traed de los peces que acabáis de coger”.
Simón Pedro subió a la barca y arrastró hasta la orilla la red repleta de peces grandes: ciento cincuenta y tres. Y aunque eran tantos, no se rompió la red. Jesús les dice: “Vamos, almorzad”. Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle quién era, porque sabían bien que era el Señor.
Jesús se acerca, toma el pan y se lo da; y lo mismo el pescado. Esta fue la tercera vez que Jesús se apareció a los discípulos, después de resucitar de entre los muertos.
Después de comer dice Jesús a Simón Pedro: “Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que estos?”. Él le contestó: “Sí, Señor, tú sabes que te quiero”. Jesús le dice: “Apacienta mis corderos”.
Por segunda vez le pregunta: “Simón, hijo de Juan, ¿me amas?”. Él le contesta: “Sí, Señor, tú sabes que te quiero”. Él le dice: “Pastorea mis ovejas”. Por tercera vez le pregunta: “Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?”.
Se entristeció Pedro de que le preguntara por tercera vez si le quería y le contestó: “Señor, tú conoces todo, tú sabes que te quiero”. Jesús le dice: “Apacienta mis ovejas. Te lo aseguro: cuando eras joven, tú mismo te ceñías e ibas adonde querías; pero, cuando seas viejo, extenderás las manos, otro te ceñirá y te llevará adonde no quieras”. Esto dijo aludiendo a la muerte con que iba a dar gloria a Dios. Dicho esto, añadió: “Sígueme”. (Jn 21,1-19)
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