¡CRISTO VIVE! Eso es lo que significa para aquellos seguidores de Jesús y para nosotros que Cristo ha resucitado. Ha sucedido algo increíble: el crucificado, el despreciado, el ajusticiado como un malhechor, ahora vive.
María Magdalena ha acudido al sepulcro para acompañar al cuerpo muerto de Jesús, pero probablemente con la esperanza de que algo importante iba a suceder. Pedro y el otro discípulo, al oír lo que había encontrado aquella mujer, corren al sepulcro. Se mezcla también en ellos la incredulidad, la sorpresa y la esperanza. Siempre asoma la incredulidad ante lo que no se palpa, pero resulta difícil que queden en nada tantos esfuerzos, tantos lazos de amistad, tanto amor. Ver el sepulcro vacío es recordar todo lo que el Maestro había dicho sobre su resurrección, comprobar con asombro que todo era verdad. Por eso, el discípulo vio y creyó.
Creer en Cristo resucitado es apostar por la vida, por la vida antes y después de la muerte. Por una parte, tenemos que vivir aquí una vida nueva, caracterizada por la apertura, la acogida, el compartir, el empeño por mejorar el mundo. Al mismo tiempo, tenemos que desterrar de nosotros lo que signifique muerte: la violencia, la injusticia, el rencor.
Por otra parte, creer en la resurrección es creer en la vida eterna. No hay nada en este mundo que sea definitivo: ningún logro humano, ninguna institución humana, ningún grupo humano, ninguna ley humana, nada de eso, por muy importante que sea, es definitivo. Somos peregrinos – por tanto, caminantes – que esperamos la plenitud. Pero no esperamos pasivamente como quien espera al tren en la estación y no se preocupa de subir a él cuando llega. Hay que subir al tren, ponerse en marcha, seguir una dirección. Y si nos equivocamos de tren, bajar en la próxima parada para coger el que nos lleva a nuestro destino.
La fe en la resurrección cambiaba por completo las claves de la vida de los discípulos de Jesús. Estos hasta entonces no habían entendido lo que significaba que él había de resucitar de entre los muertos, y estaban despistados. Ahora la fe en la vida futura les daría un nuevo ardor para comprometerse de lleno en la mejora de esta vida presente.
En aquel tiempo el primer día de la semana, María Magdalena fue al sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del sepulcro. Echó a correr y fue donde estaba Simón Pedro y el otro discípulo a quien quería Jesús y les dijo: “Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto”.
Salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro. Los dos corrían juntos, pero el otro discípulo corría más que Pedro: se adelantó y llegó primero al sepulcro; y, asomándose, vio las vendas en el suelo: pero no entró. Llegó también Simón Pedro detrás de él y entró en el sepulcro: vio las vendas en el suelo y el sudario con el que le habían cubierto la cabeza, no por el suelo con las vendas, sino enrollado en un sitio aparte.
Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro: vio y creyó. Pues hasta entonces no habían entendido la Escritura: que él había de resucitar de entre los muertos. (Jn 20, 1-9)
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