Siete veces en estas diez líneas de Evangelio. Siete. Se trata del verbo permanecer. Siete insistentes veces Jesús nos habla de permanecer.
Vivimos tiempos de mutabilidad y cambio constante. El otro día leí que muchos de los jóvenes a los que ahora dedico mi tiempo educativo, dentro de 10-12 años estarán trabajando en puestos de trabajo que ahora no existen. También escuché hoy que la media de un norteamericano es pasar por 17 trabajos diferentes. Si hablo de relaciones afectivas, ¡qué no podríamos decir! Una alumna me argumentaba toda seria y enérgica que pensar en que un amor pueda durar toda la vida es sinónimo de mantener una relación tóxica. Y esto fue antes de que me defendiera el poliamor como una opción más que aconsejable.
No, no parecen tiempos buenos para la permanencia, si hasta evitamos esas empresas de telefonía que nos pidan al menos la permanencia de un año.
Permanecer parece, en nuestros tiempos, sinónimo de falta de libertad. Si me ato a algo, he perdido libertad. Parece ser mejor no atarse a nada.
Pero hay que mirar bien esta barbaridad que acabamos de describir. No atarse a nada es no haber tomado ninguna decisión sólida y comprometedora, es vivir en un “mientras dure” continuo, es renunciar a vivir la aventura de decidir “quemando las naves” para que la vida se convierta en historia, es perder la noción de metas para la vida, y en definitiva de elegir un sentido a la vida. En realidad, con este provisional acampar en trabajos, personas, lugares y momentos, lo que ocurre es que la libertad queda sin estrenar, y la vida pierde su narratividad, su incesante concatenación de vínculos de compromiso y de futuro, en un proceso continuo de mejora, de acercarme a quien estoy llamado a ser desde mi nacimiento.
Jesús les preguntó de repente… ¿también vosotros os queréis marchar? Es como si nos dijera: ¿tan poco os importo? ¿Me vais a usar y tirar como un cleenex? ¿No vamos a tener un vínculo? ¿No vamos a ser amigos que se dan el uno al otro?
Y nos pone un ejemplo más tomado de la naturaleza. Dar fruto. ¿Cuánto tarda un árbol en dar fruto? ¿Y una vid? Os cuento lo que me dice Google:
Las vides requieren de paciencia. Los primeros años después de que se plantan no producen frutos. Durante esos primeros años, la estructura de la raíz de la vid crece y se desarrollan numerosas ramas fuertes para sostener todas las uvas que producirá. Pero no esperes ver uvas por lo menos hasta el tercer año. Además, se tarda unos cinco o seis años en comenzar a producir una cosecha constante y abundante de uvas. Pero la espera vale la pena -una vid madura puede producir unos 4,5 kilogramos o más de uvas frescas por temporada.
Jesús sabía lo que se decía. Dar fruto cuesta. Salir en las redes sociales, tener un golpe de éxito, ocupar un espacio… se puede hacer en un periquete… pero…. Dar fruto es otra cosa.
Hace falta estar arraigado en la tierra y aguantar lluvias y nevadas, sequías y vendavales. Hay que ir creciendo de dentro a fuera, poco a poco. Hay que madurar hasta que, por fin, como un milagro, venga el fruto. Y sea fruto abundante. Y si es de uvas, pues mira que el mundo lo llenas de mosto de amores y vinos de fiesta. Porque si tu cepa está pegada a Jesús, los frutos que darás son los de Jesús. Si te separas, en cambio…
Te pego aquí una conversación tomada de una novela que está a punto de ser publicada y que he escrito disfrutando de cada línea. En un momento dado un joven, Beñat, y su acompañante el P. Jesús hablan de dar fruto…
Lectura del santo evangelio según san Juan (15,1-8):
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Yo soy la verdadera vid, y mi Padre es el labrador. A todo sarmiento mío que no da fruto lo arranca, y a todo el que da fruto lo poda, para que dé más fruto. Vosotros ya estáis limpios por las palabras que os he hablado; permaneced en mí, y yo en vosotros. Como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí. Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante; porque sin mí no podéis hacer nada. Al que no permanece en mí lo tiran fuera, como el sarmiento, y se seca; luego los recogen y los echan al fuego, y arden. Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que deseáis, y se realizará. Con esto recibe gloria mi Padre, con que deis fruto abundante; así seréis discípulos míos.»
– Qué pasada de árboles… están preciosos. ¿Qué son?- dijo Beñat.
– Eso, ¡matas de mango!- respondió el p. Jesús.
– Entonces es un mango, ¿no?
– No, no es un mango, es una mata de mango…
– Ya… ¿Y ese de ahí?
– Mata de guayaba…
– Ah, un guayabo entonces…
– No sé hijo, aquí le decimos mata de guayaba. Y aquella una mata de cambur. Y están las matas de parchita… y las de guanábana, y las de coco…
– Las de coco son las palmeras, ¿no?
– No hijo, que palmeras hay miles… Las de coco son las mata´e coco. Cuando vayamos a la playa verás bastantes.
– ¿Y aquél de allí?
– No sé.
Apuntaba con el dedo a un inmenso y tupido árbol.
– Aquél no da nada que se pueda comer… -añadió José Jesús.
– Ja, por eso es por lo que no sabes cómo se llama, porque no da fruto comestible… ¡qué egoísmo el vuestro! ¡Pero tendrá un nombre!
– No interesa. No tiene nombre porque no interesa.
– ¿Cómo no va a tener nombre? ¡Seguro que tiene nombre!
– Pues no lo sabe nadie. ¿Tú no has leído aquello del Evangelio de que por sus frutos los conocerán? ¡Pues eso! Al que no da fruto no lo conoce ni su madre, no tiene nombre, no interesa…
– ¡Ja, tienes respuesta para todo!
– Jesús es el que tiene respuesta para todo. ¿No te parece? Así que ya sabes. Si quieres que alguien en Venezuela se acuerde de Beñat, eso es lo que tienes que hacer… ¡dar mucho, mucho fruto! Y lo vas a hacer fenomenal, porque ya lo estás haciendo en Vitoria. Con tu sabor y con tu vitamina, ¡pero grandes frutos!
Quedó el muchacho meditando en quién en Venezuela podría recordarlo por su nombre, y no pasar por aquella experiencia como aquel árbol anónimo del que nadie se acordaba.
– ¡Pues yo, aunque no de fruto, bien que agradezco esta sombrita fresca! A esta mata la voy a bautizar “mata de sombra”, jaja.
Aquella “mata de nada “los cobijaba ahora con su frescor, y en aquellas latitudes se agradecía.
– Eso debió pensar Jesús con la higuera aquella de la parábola. Le dieron una prórroga de un año, antes de cortarla, a ver si daba fruto. –Parecía que hablaba en serio, pero también dio un giro socarrón a su tono de conversación- ¡Y en la prórroga seguro que algún español se echó su siestecita a la sombra!
– ¡Que los españoles no echamos siesta! –protestó nuevamente Beñat.
TOMADO DE «SIMPLEMENTE DÉJATE ENCONTRAR», por Juan Carlos de la Riva, de próxima publicación en Edelvives sello KHAF. .
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