Joseph Perich
Benjamín Franklin (1706-1790), inventor del pararrayos, físico y político norteamericano, cuando tenía 25 años escribió el epitafio de su tumba. Se entenderá mejor su contenido si se tiene en cuenta que, a los doce años, trabajó como aprendiz en la imprenta de su cuñado.
El epitafio reza así:
“Aquí yace, pasto de los gusanos, el cuerpo de Benjamín Franklin, impresor. Como las cubiertas de un libro cuyas hojas están rotas, y cuya encuadernación está gastada. Pero la obra no se perderá porque reaparecerá, según él cree, en una nueva edición revisada y corregida por el Autor”.
REFLEXIÓN:
A menudo nos encontramos con personas que se parecen al «pararrayos»; personas que, sin quererlo se ven impactadas porque les caen encima una tras otra: adversidades importantes en la salud, el trabajo, la familia, el entorno social… Bien mirado tenemos todos los números para que, de repente o de pellizco en pellizco, se vayan hundiendo, como un castillo de naipes, la mayor parte de nuestras «ilusiones», se desmonte la «encuadernación» de cada uno.
¿Somos unos ingenuos, o personas que no se enteran de la película, cuándo el salmo 21 no lo hacemos nuestro y lo saboreamos?: «El Señor es mi pastor, nada me falta, me hace descansar en verdes praderas; me conduce hacia fuentes tranquilas y repara mis fuerzas».
Por los años 50 el administrador del Seminario de Gerona hizo poner el último modelo de pararrayos del mercado, para que diera cobertura a todo el edificio. Cuando los truenos y relámpagos enseñaban sus garras, nosotros, como unos polluelos, nos sentíamos protegidos bajo las alas de la asegurada clueca-edificio del Seminario. Pero un buen día los técnicos descubrieron que el sofisticado pararrayos no se había conectado en el suelo adecuadamente y por lo tanto corríamos el riesgo, más que los otros ciudadanos de Gerona, de ser chamuscados comunitariamente en la primera tormenta con descarga eléctrica que se presentara.
Los seguros y reaseguros, candados y cerraduras, cajas fuertes, operaciones estéticas, dietas,… quizás deban ser eficaces, pero me recuerdan el pararrayos del seminario.
Afortunadamente en nuestro mundo hay «personas-pararrayos» bien conectados a la «toma de tierra», que, como Franklin, esperan «reapareció en una nueva edición revisada y corregida por el Autor». Es más, hay personas-pararrayos que son un auténtico refugio para los más desprotegidos de la sociedad, como por ejemplo la Fundación Vicente Ferrer, con toda su acción humanitaria en la India. Él afirmaba ante las cámaras de la TV: «No creo en Dios, lo veo, lo siento… La muerte no me da ningún miedo… La vida es una, la misma, antes y después de la muerte». No es tan raro que personas así se puedan cargar sobre sí las contrariedades de los demás sin perder la paz del corazón ni la esperanza. Edifican «sobre piedra», como diría Jesús.
¿Nuestro «pararrayos» lo tenemos conectado a la «toma de tierra»? ¿Somos ricos interiormente? Esto no depende de ser afortunados o que la vida nos sonría. ¿Sé detectar la luminosidad, el buen corazón, la ternura, la belleza espiritual… de las personas que trato? ¿Sé detenerme para comprobarlo en mí mismo? ¿Dejo crecer el corazón de niño que el «Autor», como diría Franklin, ha sembrado en el «disco duro» de mi yo?