Joseph Perich
Un bonsái es un árbol normal que se mantiene pequeño por la poda de sus ramas y raíces, plantado en un volumen reducido de tierra. Se podan sus ramitas cuando tienen 7 u 8 pares de hojas, cortando por encima del segundo o tercer par. Las raíces del bonsái no pueden salir de la maceta.
También se recortan las alas de algunas aves para que no puedan emprender el vuelo y escaparse.
Incluso sabemos que en el Japón hasta el 1911 se permitía que por razones estéticas los pies femeninos no pudieran pasar de los siete centímetros. Para ello se servían de calzados y vendajes muy agresivos.
REFLEXIÓN:
Como cada año, los auténticos «reyes» de las fiestas navideñas no han sido los Reyes Magos, sino los niños pequeños. Envueltos de misterio y magia, muchos habrán vivido en un mundo irreal de abundancia. Un auténtico «tsunami » de muestras de afecto que, en muchos casos, como la espuma del cava, que van desapareciendo a lo largo del año que acaba de comenzar.
Para un sector más minoritario pero significativo de la población, la atracción por el “Niño” del belén irá despertando por unas horas los recuerdos de la infancia, sentimientos solidarios… Un voluntario de la parroquia me acaba de preguntar si ya puede guardar al Niño Jesús hasta el año que viene. Le pregunto qué pasaría si este año no lo guardamos, y lo dejáramos crecer y que se desarrollara por completo. ¿Os podéis imaginar la cara de interrogante que puso el voluntario?
Los niños cautivan a los adultos, pero ¿preferimos que sigan siendo niños o aceptamos y facilitamos que crezcan, se hagan mayores? ¿Podría darse el caso de qué personas biológicamente adultas fueran aún infantiles? En este caso, podríamos hablar de personas «bonsais».
Ya hace unos meses me llegó un escrito de Fray Jacinto Duran, capuchino de Arenys de Mar, muy sugerente. Expongo unos fragmentos del mismo como botón de muestra: «San Pablo, antes de su conversión, era un perfecto bonsai. Bien recortado por todas las leyes y normas. Era meticuloso cumplidor de la ley. Era un perfecto bonsai: ¡No hacer esto! ¡No tocar lo otro! Cortar por aquí, no decir, no hacer… Todo muy pequeño, medido, controlado. Todo dentro de las normas y prescripciones. «Irreprensible» y, sin embargo, no era del agrado de Dios. ¿Había que convertir, girar, cambiar? Pero… ¿qué?
Cuando, para Pablo, todo estaba claro y bajo control y hasta controlaba a los otros… «Dios le mostró su Hijo» Ahora ya no se trataba de recortar, de empequeñecer, sino de dejar que la vida brotara en abundancia.
No dejemos que nos acoten, ni nos vigilen nuestra fe, los encorsetados por lo políticamente correcto. Nuestra fe debe vivir y crecer en casa, en el trabajo, en la economía, en la política, en la plaza… No queremos que nos cierren el paso a los tópicos de lo que es o no correcto en nuestro mundo del pensamiento único. Con humildad, con respeto, pero con convicción, debemos hacer crecer y expresar nuestra fe.