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PARA VER EN CASO DE APOCALIPSIS. DISTOPÍAS DE CINE
Peio Sánchez
«Abrir solo en caso de emergencia» es el prototipo de aviso de seguridad. Lewis Dartnell, experto en astrobiología y divulgador científico, ha escrito «Abrir en caso de apocalipsis», curioso título de un ensayo sobre cómo enfrentar los grandes riesgos existenciales. Nuestro tiempo enfrenta un punto de inflexión en torno a la inteligencia artificial, cambio climático, abismo de desigualdades, pandemias, edición genética, guerra global o la identidad humana. Pero lo cierto es que los contadores de historias estaban allí hace muchos años, justo al borde del precipicio.
El filósofo Aldous Huxley escribió su distopía Un mundo feliz sobre un mundo drogado y manipulado, anticipando los futuros guiones que luego realizó Hollywood. Sagas como Matrix y semejantes. El novelista británico, nacido en India, George Orwell escribió su Rebelión en la granja y 1984 donde describió un futuro de control totalitario que bien se puede asociar a algunas posibilidades tecnológicas.
Os propongo visitar algunas propuestas recientes para apuntar algunas reflexiones que nos ayuden a ver y pensar
El cine actual ofrece un tsunami de películas sobre distopías. Se han podido contar 179 películas de este tipo estrenadas en lo que llevamos de siglo (datos de 2021). Se inspiran frecuentemente en obras literarias como la novela y el cómic reciente, incluido el anime, así como en el trasfondo del videojuego o de las precuelas. Son toda una tendencia de negocio, de público y de relato hegemónico. Si a ello añadimos los géneros limítrofes de la ciencia-ficción, las factorías de superhéroes y el thriller futurista los títulos se multiplican.
Os propongo visitar algunas propuestas recientes para apuntar algunas reflexiones que nos ayuden a ver y pensar. Matrix Resurrections (Lana Wachowski, 2021) forma parte de una serie de culto que debe ser colocada en el panteón de ilustres del ciberpunk. Fruto de la manipulación reproductiva, el mundo de Matrix supone el dominio sobre los seres humanos y la manipulación de los cuerpos que viven en un falso mundo avatar, mientras su verdadera existencia corporal es fuente de energía para el sistema. Un grupo de rebeldes luchan en este mundo paralelo para salvar a la humanidad. Ahora, el que fuera Neo, sigue fiel Keanu Reeves, es un misterioso creador de videojuegos que tiempo atrás elaboró el Matrix original. Pero nuevamente son reclamados sus servicios, nuevamente tendrá que elegir pastilla roja y pastilla azul, asumir la realidad en su combate o vivir en la fantasía azulada. La libertad y el compromiso resultan exaltados y prometeicos como la puerta que hay que abrir. Como importante también es no estar solo, nuevamente Trinity (Carrie Anne Moss), que también ha debido tomar una pastilla de conservación, tendrá que convencerse de volver a su compromiso anterior. Y esta vez, como enemigo, un manipulador de la mente del que no diremos más.
Las pretensiones religioso-filosóficas de la saga tras cuatro entregas se van diluyendo. Queda la nostalgia, una renovada historia de amor y un poco de humor para mirar al pasado y, como siempre, demasiada palabrería confusa. Lo más interesante es que el mundo de Matrix se parece más al mundo actual y que sus intuiciones primeras mantienen su vigencia: amenaza biónica, inspiración espiritual y búsqueda del amor.
También bajo la sombra de otra obra maestra de las distopías se ha estrenado Blade Runner 2049 (Denis Villeneuve. 2017). Treinta años después de los eventos del original, un nuevo blade runner, K (Ryan Gosling), descubre una alternativa secreta que podría superar el caos que impera en la sociedad. Este descubrimiento lleva a K tras la pista de Rick Deckard (Harrison Ford), el viejo blade runner desaparecido.
Nuevamente al borde del precipicio ecológico, político, económico y de la condición humana. ahora con la nueva factoría de replicantes, la Corporación Wallace. La tecnología desarrollada por Wallace se centra en la biología sintética de los posthumanos y los transgénicos que han salvado a la humanidad de la hambruna producida por la decadencia ecológica de la Tierra. En la sociedad representada en la película hay dos grupos de especies enfrentadas. Uno es el integrado por los humanos que se reproducen naturalmente. Otro, el formado por entes transhumanos artificiales, mejorados en sus capacidades y eliminadas algunas limitaciones, aunque no se ha logrado la reproducción. Pero cuando esta aparece como posibilidad, se rompe la aparente paz entre clases-especies y la amenaza del futuro hace perder también la pista del pasado y la utopía se cae mientras la memoria se ha agotado. Sin embargo, sigue apareciendo el misterio de lo milagroso, del salto cualitativo trascendente: la libertad de desobedecer, el amor imposible desde la inteligencia artificial programada y los límites de la manipulación genética sometida a lo inesperado donde, incluso en los replicantes, existe lo humano. Porque lo que hace verdaderamente humanos es el amor, aunque las promesas utópicas se han desvanecido y solo queda un recurso a la intimidad.
Lo que nos lleva a una de las características comunes a estas distopías. La promesa ha desparecido porque se ha convertido en una trampa. Nos venden ilusiones que terminan por atrapar. Sin embargo, la desactivación de la utopía supone borrar del mapa la esperanza.
En esta línea en la distopía social se puede ver La Purga: Infinita (Everardo Gout, 2021). Cosas de la ficción: se rodó un año antes del asalto al Capitolio de EE. UU. por la banda de trumpistas tan espoleados como decepcionados. En el paraíso de las armas, el Estado, una vez al año y por 12 horas, 12, abre la veda de matarse los unos a los otros. Tiempo para desahogarse a base de tiros, pero sin responsabilidad penal. Con este plan, un grupo de supremacistas al uso, decide que necesitan más tiempo para desinfectar el mundo de los migrantes y pobres.
En esta línea se mueven las distopías juveniles. Desde El corredor del laberinto (Wes Ball, 2014) basada en los libros de James Dashner, publicados a partir del año 2009, hasta la curiosa novedad de Instintos ocultos (Neil Burger, 2021). Este director ya nos había interesado en Divergente (2014), basada en la novela distópica de Verónica Roth. Ahora, la humanidad, amenazada de extinción, envía a 30 jóvenes y un comandante adulto (Colin Farrell) a hacer un viaje planetario de 86 años para encontrar un nuevo planeta. Voyagers despega como historia de vida en aislamiento en una estación espacial para continuar como rebelión y distopía social al estilo de El señor de las moscas. Pese a su bajo presupuesto cumple con la tensión necesaria. Así se espera que, en el largo trayecto, la tripulación tenga sus propios hijos (y nietos), que serán los que llegarán a la nueva tierra prometida. Mientras reciben una droga que calma sus emociones y deseos sexuales. «¿Disminución de la respuesta de placer?» dice Zac, un joven ansioso, al enterarse de los efectos de la droga. «¡Quiero una mayor respuesta de placer!». Pero todo se complica cuando parece que hay un alien. Lo que hace aflorar una pregunta conocida: ¿cuál es la naturaleza del ser humano? ¿El gen egoísta y violento o cierto altruismo para el encuentro? Con un tono teatral, la trama enfrenta la postura racional a la instintiva que caminan hacia la batalla. Al final se postula un cierto optimismo del consenso que se va alejando de las masculinidades tóxicas para, tras el aprendizaje de la prueba, llegar a un nuevo futuro.
Especialmente influyente son Los juegos del hambre (2012, 2013, 2014, 2015). Los EE. UU. postapocalípticos se han convertido en una dictadura, Panem, controlada por el Capitolio que ejerce el poder sobre 12 distritos aislados entre sí. Cada distrito está obligado a enviar anualmente un chico y una chica entre los doce y los dieciocho años para que participen en los Juegos del hambre, el gran divertimento televisado. Se trata de una lucha a muerte, en la que solo puede haber un superviviente del reality show anual y cuyo premio será una buena vida garantizada. Este esquema tan viejo como el mito de Teseo y el minotauro, se basa en los relatos de pruebas de iniciación y supervivencia hoy de moda en series como Battle Royale del periodista y escritor japonés Koushun Takami o el éxito coreano El juego del calamar. Los pobres para sobrevivir han de luchar y enfrentarse al valor de la vida, la necesidad de la comunidad o la superación de la desconfianza. Katniss Everdeen será el modelo de héroe joven, ahora mujer líder, que se enfrenta al sistema. Una joven acostumbrada al hambre, a la pérdida y al sufrimiento, tempranamente responsable de la subsistencia de su familia.
En este tipo de series se refleja el reto de los jóvenes por sobrevivir en medio de pruebas de todo tipo. Desde vencer el miedo como instrumento de control a superar la manipulación de lo divertido, desde superar la impotencia hasta modelar el propio cuerpo para seguir adelante. A pesar de la confesión atea de los personajes, bastantes comentaristas han detectado la inspiración cristiana en la heroína Katniss por su sentido del sacrificio, su permanencia en la bondad y la fuerza de su esperanza. Y también en el personaje de Peeta Mellark se pueden observar componentes crísticos tanto en la disposición a la muerte y entrega como en la resurrección después de haber bajado al barro y, además, en la alusión al símbolo del pan como fuerza para el camino.
Por último, nos detenemos en otro éxito del cine de diversión. Ready Player One (Steven Spielberg, 2018) está basada en la novela de Ernest Cline, un guionista de adscripción atea. En el año 2045, Wade Watts es un adolescente al que le gusta evadirse del cada vez más sombrío mundo real a través de un metauniverso a escala global llamado Oasis. El excéntrico y multimillonario creador de este paraíso virtual muere, pero se propone que su fortuna y el destino de su empresa sean para el ganador de la búsqueda de un tesoro a través de los rincones más inhóspitos de su creación en realidad virtual.
El juego es una alienación para huir de la realidad de injusta desigualdad y de crisis ecológica, una salvación virtual al borde de la catástrofe, una ilusión de felicidad momentánea. La intriga es que el enigma yace sepultado en una montaña de adivinanzas y pruebas cuyas claves pertenecen al mundo cultural de los años 80. Aquí la propuesta de rebeldía acaba en la vuelta al consumidor fiel.