«Una Iglesia sinodal es una Iglesia de la escucha, con la conciencia de que escuchar es más que oír. Es una escucha recíproca en la que cada uno tiene algo que aprender» (CV 122)
LA APUESTA POR UNA PASTORAL JUVENIL FRUTO DE LA ESCUCHA
Aprender a escuchar en medio de este confinamiento
Escribo estas líneas en medio del confinamiento al que todos estamos instados en este tiempo excepcional que nos está tocando vivir. Un tiempo en el que, curiosamente, hemos dejado de escuchar el runrún propio de nuestras ciudades, el constante ruido del tráfico, el martilleante estruendo de las obras, de las sirenas y de los atascos, la algarabía de los niños y jóvenes jugando en los patios de los colegios y en los parques, las conversaciones entremezcladas en las terrazas de las cafeterías y bares, los diálogos a la entrada y salida de los templos, las expresiones de alegría en unas convivencias, en las fiestas, en las salidas, en la diversión del fin de semana, en las celebraciones… Un tiempo en el que, paradójicamente, en una ciudad como Madrid (y como tantas) hemos vuelto a escuchar a los pájaros, hemos vuelto a escuchar a la naturaleza que balancea las ramas de los árboles y se hace cargo de nuestro momentáneo abandono del escenario en el que solemos acaparar todo para nuestro estado del bienestar.
En este tiempo en el que, curiosamente, si uno quiere, puede escuchar el silencio. Y si uno lo desea, puede escuchar a los demás de otro modo, incluso a sí mismo, como nunca. Porque el confinamiento nos ha hecho sentir que eso de que somos vulnerables es verdad y que nuestros ritmos, nuestras opciones y muchas de nuestras acciones están reclamando de todos aprender a escuchar.
Aprender a escuchar para poder hablar, para poder decirlo casi todo. Escribo esta reflexión sobre la escucha, que me surge de la experiencia, de la reflexión y de lo que este tiempo de especial invitación a la escucha en profundidad me sugieren. Ojalá de este tiempo de silencio obligado y obligante nazca el deseo y la práctica de una escucha activa y constructiva para no seguir hacia adelante por pura inercia.
Aprender a escuchar para poder hablar, para poder decirlo casi todo
Y en la Pastoral Juvenil con más razón. Ojalá este tiempo de parón y de aislamiento nos lance hacia afuera y nos haga seguir trabajando para dar respuesta a lo que la juventud actual sueña y necesita siempre después de escucharla y de discernir qué es lo que esta Iglesia nuestra puede y debe aportar a su vida, a sus inquietudes y a su experiencia personal y comunitaria de seguimiento al Señor Jesús. Ojalá esta experiencia global afine nuestros oídos y eduque nuestra capacidad de escucha.
Ojalá, como decía aquel magnífico epílogo de Brotes de Olivo, «Señor, nos acosan muchas preguntas en nuestro corazón y queremos elevarla a Ti como necesidad profunda de nuestra alma y desde lo más hondo te gritamos: ¿qué quieres de nosotros como mensajeros de tu proyecto, de tu Palabra? Señor, queremos abrir nuestros oídos para oír, nuestros ojos para ver, nuestro corazón para hacer tu voluntad…». Ojalá.
Jóvenes en un mundo con mucho ruido y con una sordera endémica y selectiva
Lo primero que quiero subrayar son las dos caras de una misma moneda: por un lado, la juventud actual (siempre hablando en general, lo cual evidencia el error de esta generalización) parece escuchar poco o escuchar con poca calidad. Y, por otro lado, la juventud está siempre a la última, lo cual quiere decir que seguramente «escucha» de otros modos y está atenta a la realidad, de otros modos. Estas dos caras de la misma moneda conviven en los jóvenes actuales.
Echando un vistazo a lo que los sociólogos afirman de nuestros jóvenes, en cuanto a la escucha se refiere, me han llamado especialmente la atención, los siguientes apuntes:
- Los jóvenes, al igual que sus contemporáneos de otras generaciones, viven en un entorno con un exceso de ruido, un ruido que no deja diferenciar con claridad los diferentes mensajes o que hace que todos ellos se mezclen y sea muy complicado descubrir el contenido de cada uno por separado. El ruido en los últimos años ha crecido de forma desproporcionada, especialmente en las ciudades, donde las personas estamos sometidas a altos índices de contaminación acústica. Los jóvenes viven en un entorno en el que se intenta matar el cansancio de los ruidos con más ruido. Vivimos en la «civilización del ruido»: el exterior, que contamina el espacio urbano generando estrés, tensión y nerviosismo, y el interior de la persona en la superficie, que no soporta el silencio y que aborrece el recogimiento y la soledad.
Los jóvenes viven en un entorno en el que se intenta matar el cansancio de los ruidos con más ruido
- La actual generación de jóvenes tiene como característica fundamental su hiperconectividad permanente. Para poder escucharlos con claridad, es necesario conocer los canales y los códigos utilizados, que en muchas ocasiones difieren de los estándares establecidos, lo que en muchos casos produce incomunicación y rechazo.
- La escucha y la conversación se tornan en acciones imprescindibles para poder entender a los jóvenes. Por ello, si desde las distintas instituciones tan solo se limitan a emitir mensajes sin preocuparse de qué tipo de respuestas y reacciones provocan, se corre el riesgo de perder valiosos datos o caer en graves crisis de reputación que podrían haber sido atajadas rápidamente. Dar la espalda a la juventud en sus canales de información es garantía de fracaso e irrelevancia.
- Los jóvenes actuales son multitasking, es decir, tienen capacidad de «atención parcial continua», también llamada «atención dividida» o «hiperatención» y ello no es necesariamente una mala alternativa a la «atención enfocada». Todo depende de lo que esté ocurriendo en nuestros mundos, externo e interno.
- La ciudadanía, y los jóvenes como una parte fundamental de la misma, cada vez se siente más frustrada a la hora de participar porque constata que no es escuchada ni atendida. O que es escuchada pero no atendida, que es un modo suigéneris de escucha y de escuchar. Las organizaciones permeables son aquellas que saben escuchar y hacer partícipes a sus destinatarios. La gente joven emite cada instante una cantidad ingente de información que puede ayudar a una mejor gestión pública, a mejorar servicios o a interpretar tendencias futuras. Además, la conversación con un colectivo tan amplio, que demanda ser escuchado, es una acción ineludible para toda institución que pretenda tener presencia de cualquier tipo entre el público más joven.
- Los estudios afirman que los jóvenes escuchan. Atienden cada vez más los comentarios y recomendaciones que su comunidad más cercana, y la global, realizan sobre productos que tienen pensado adquirir, sobre tendencias de cualquier ámbito, sobre opiniones, sobre ideas, sobre movimientos… Saben que es muy probable que otros ya hayan probado antes la experiencia, y buscan referencias. Y el nivel de confianza es mayor cuanto más cerca está el emisor de la información del círculo más cercano, o bien si se trata de un personaje famoso al que se admira. Esta actividad, que antes se reducía a la comunicación presencial, añade un nuevo terreno para la exploración de todas las instituciones.
- Otra característica de la juventud conectada, compartida con cada vez más personas de otras generaciones, es que demandan una respuesta cuando elevan su voz para comunicarse con marcas, instituciones o personas relevantes. Si no existe reciprocidad, se genera un sentimiento de frustración que va en detrimento de la imagen de aquellos que son interpelados y cuya única respuesta es el silencio. Para los jóvenes que utilizan con naturalidad todo el arsenal de comunicación a su servicio, es difícilmente comprensible no poder mantener una conversación cuando lo necesitan. Por ello es tan importante que haya alguien al otro lado.
- La juventud se moverá por aquellos lugares en los que sienta que se habla su mismo idioma tecnológico y, sobre todo, allí donde pueda comunicarse a través de los canales que ellos eligen, y no están obligados a utilizar otros que les son más incómodos. Escuchar y actuar en consecuencia. La juventud escucha, se informa y aplica el conocimiento adquirido. Si nosotros no estamos al otro lado, encontrarán la información sobre lo que ofrecemos en otro lugar.
La juventud escucha, se informa y aplica el conocimiento adquirido
- Los jóvenes actuales viven en un mundo en el que existe una sordera endémica y selectiva. Se hacen eco de muchas cosas, de muchas tendencias y noticias, pero de otras ni hablan, ni se cuestionan, ni tan siquiera son conocedores. La sociedad actual deja como herencia a las nuevas generaciones una especie de sordera endémica, que está presente en todos los ámbitos y que decide qué debe ser escuchado, cuándo y cómo. Y, por supuesto, qué debe ser omitido, ignorado y escondido en el baúl de la indiferencia. De ahí que la sordera, además de endémica, sea también selectiva. Oímos y escuchamos lo que nos interesa o lo que nos proponen aquellos a los que escuchamos y seguimos. Lo demás, no parece incumbirnos.
¿Qué es lo más importante de esta lectura sintética sobre la escucha de los jóvenes?
Que los jóvenes escuchan. A su modo, con sus medios, con su vocabulario, en sus canales y con sus registros propios. Que a esta juventud le ha tocado vivir en una época ruidosa y muy contaminada acústicamente. Que las características de dicha época hacen complicado, pero no imposible, el silencio, la reflexión, el recogimiento y la soledad. Que la juventud cuenta con todos los medios para comunicarse y eso conlleva que también cuentan con un sinfín de medios para poder escuchar, aunque eso requiere un ejercicio apropiado. Y, por último, que la juventud, como el resto de las personas, vive en una época en la que se impone muy sutilmente una sordera endémica y selectiva (como aquella ceguera de la que hablaba José Saramago en su Ensayo sobre la ceguera). Todo ello supone un reto de altos vuelos para nuestra Iglesia y para su pastoral juvenil.
Qué escuchan los jóvenes y a quién escuchan los jóvenes
No quiero detenerme en este punto demasiado. No me refiero, por supuesto, a los gustos musicales de la juventud actual. Eso daría, sin duda alguna, para otro ensayo al respecto. Sin embargo, sí me parece importante que nos hagamos estas dos preguntas y que nos atreviéramos a escuchar las posibles respuestas: ¿Qué escuchan los jóvenes y a quién escuchan los jóvenes? Las preguntas no tienen nada que ver con estilos o con nombres propios. Tienen que ver con contenidos y con ciertos rasgos que caracterizan a las personas a las que siguen, admiran y escuchan.
Los jóvenes escuchan de todo. Una tarde cualquiera en el parque de la urbanización en la que vivo, si uno se detiene a observar a los adolescentes y jóvenes que allí se dan cita, es evidente que escuchan y que su modo de escuchar es muy diferente, incluso hablando de la misma persona. Una cosa es escuchar a un colega y otra escuchar a tu pareja; una cosa es escuchar a un igual y otra escuchar a un adulto; una cosa es escuchar a uno que piensa como tú y otra a alguien que te llama la atención sobre algo que no haces bien y, por tanto, no piensa como tú respecto de algo.
Lo que creo que es evidente es que los jóvenes escuchan a quien tiene algo que aportarles. Ellos detectan de lejos a las personas que les resultan interesantes por algún motivo. En el ámbito escolar y académico es evidente. En el ámbito de la comunidad eclesial también. Los jóvenes escuchan a quienes resultan relevantes, a quienes les despierta, a quienes les interpela de modo significativo, a quienes les hace moverse, a quienes resultan conmovedores. En pastoral juvenil sabemos bien que las personas son determinantes. Que no atrae tanto un buen programa como las personas que lo ponen en órbita y lo transmiten con el propio testimonio de vida y de fe.
La juventud escucha, se informa y aplica el conocimiento adquirido
Los jóvenes necesitan a su lado a otros jóvenes y a otros adultos a los que merece la pena escuchar. Sermones surrealistas, contundentes mensajes morales, mensajes de otras épocas y de otros mundos, homilías interminables, disertaciones teológicas y catequesis patrísticas no van con ellos. Les espantan y dan de comer a las razones para la desconexión. Es muy importante el fondo, la carga que el Evangelio y la vida cristiana tienen no se las quita nadie, pero con la juventud es fundamental y definitiva también la forma. Hasta tal punto que el fondo está en la forma. Y eso no podemos obviarlo. Los jóvenes buscan autenticidad y verdad. Los jóvenes aprecian a quienes les escucha sin condiciones. La pregunta que nos surge, entonces, es ¿cómo les estamos escuchando en la Iglesia? ¿Qué lugar está ocupando en la comunidad cristiana la escucha sin prejuicios de los más jóvenes? Cuando los escuchamos, ¿qué objetivos perseguimos? ¿Qué hacemos con lo que nos cuentan?
La importancia de la escucha para poder crecer
Carl Rogers, uno de los grandes psicólogos contemporáneos, en la gran última obra que escribió afirmaba que «es un placer poder escuchar realmente a alguien. Cuando escucho realmente a otra persona entro en contacto con ella, enriquezco mi vida. Escuchando a la gente aprendí todo lo que sé sobre las personas, la personalidad, la psicoterapia y las relaciones interpersonales. Cuando digo disfruto escuchando a alguien me refiero, por supuesto, a escuchar profundamente. Escucho las palabras, los pensamientos, los matices de sentimientos, el significado personal y aun el significado inconsciente del que me habla. A veces, también en un mensaje no importante puedo escuchar un grito humano profundo, un «grito silencioso» que está oculto, desconocido, por debajo de la superficie de la persona».
Y junto al valor de la escucha también hablaba del valor de ser escuchado: «Me gusta ser escuchado. Cuando me han escuchado y oído, puedo percibir mi mundo de otra manera y seguir adelante. Es increíble que sentimientos que han sido horribles se vuelvan soportables cuando alguien nos escucha. Es sorprendente que elementos insolubles se vuelvan solubles cuando alguien nos oye, cómo las confusiones que parecen irremediables se convierten en claros apoyos cuando uno es comprendido. He sentido un profundo agradecimiento cuando una persona me ha escuchado en forma sensitiva, empática y concentrada». Ambas acciones, la escucha y el ser escuchado, son un verdadero arte. Y ambas requieren ejercitarse, entrenarse y acompañarse.
Es evidente es que los jóvenes escuchan a quien tiene algo que aportarles
Estas palabras de un grande de la escucha me dan pie para poder afirmar sin miedo que la escucha es fundamental para poder crecer. Para poder crecer en todos los ámbitos y en todos los sentidos. Y cuando hablo del arte de escuchar hablo también del arte de acompañar, tan importante en el trabajo con los jóvenes. Y dentro de ese modo de comunicarnos con los jóvenes es importantísima la capacidad de escucha. El acompañante no solo es un buen argumentador o un buen orador. Es, sobre todo, una persona que sabe escuchar, y esa escucha posibilita la comunicación y la lleva a sus más altas cotas.
Dicen los expertos que «escuchando ya se dice casi todo: Te creo, mereces mi atención, me interesa lo tuyo, supongo tu honradez, tienes lo que me falta…». Y es que escuchar es decir lo esencial. Escuchar es mucho más que el mero oír. Implica, además, la capacidad de callar, de hacer silencio. De hecho, en el contexto del acompañamiento en la pastoral juvenil, es más importante escuchar que hablar. La escucha empática está hecha de respeto, posibilita que el otro pueda expresarse sin temores, cree en la persona, está hecha de un cariño cargado de detalles, se construye en el intercambio mutuo, se sabe situar a partir de lo que el acompañado está viviendo en cada momento, es el gran motor de la tarea educativa del acompañamiento.
Con lo dicho, es comprensible entender que resulte imposible encerrar en los límites estrechos de una sola palabra el sentido completo de la escucha. Aquellos que han escuchado mucho, nos enseñan que escuchar es:
- Callar para empezar a oír, lo cual es obvio, pero se olvida con frecuencia.
- Hacer silencio a fin de recogerse, atender y centrarse en el otro.
- Respetar al otro precisamente en cuanto otro.
- Dejar hablar, manifestarse, exponer situaciones, buscar soluciones.
- Sentir lo que el otro siente.
- Sentirse a sí mismo, pero sin romper la comunicación.
- Observar posturas, gestos, conductas.
- Recordar con fidelidad lo escuchado a fin de poder evocarlo.
- No influenciar ni siquiera con gestos o actitudes.
- No sustituir la experiencia del otro por la propia.
- No abstraer desencarnando la vivencia del acompañado.
- No discriminar entre lo importante y lo banal.
Los que trabajamos con los más jóvenes y les acompañamos, si no hemos descubierto el valor del silencio y de la escucha, y lo practicamos asiduamente, difícilmente podremos llevar adelante este ministerio, ya que lo convertirá en una clase magistral, en una predicación, sin atender realmente a quienes tenemos delante que son los verdaderos protagonistas de nuestra pastoral, y no al contrario.
En no pocas de nuestras propuestas pastorales, sobre todo en las celebraciones y momentos programados para la oración, la reflexión e interiorización, es curioso constatar que, al final, lo que menos hay es silencio. Se proponen muchos textos, muchas frases, muchos lemas, pero luego se evita el silencio. De ese modo, nosotros mismos fomentamos una escucha poco significativa y superficial, que termina convirtiéndose en un mero oír palabras bonitas, pero que carece de espacio respetuoso para hacerlas propias y que calen en la vida de los participantes. Es importante que la dinámica evangelizadora de nuestras comunidades atienda con especial cuidado esta necesidad de escucha y de silencio. Debemos hacernos conscientes de que es fundamental escuchar para poder crecer y para poder ayudar a crecer.
Shemá Israel: la cuna de una escucha proactiva
En el capítulo 6 del libro del Deuteronomio, concretamente en el versículo 4 leemos: «Escucha, Israel: Yahvé, nuestro Dios, el Señor es uno» (Dt 6,4). Es la oración llamada Shemá, en su forma fundamental. Es la oración más importante para los judíos. Ellos la recitan en todas sus fiestas y en los momentos importantes de su vida, por la mañana y por la tarde. La escucha, que lleva a la obediencia y a hacer su voluntad, es la primera actitud con que se puede rendir homenaje a Dios que nos dirige su Palabra. Un Dios que es único.
El mismo Jesús, cuando fue interrogado acerca del mandamiento más importante, contestó con el Shemá (Mc 12, 28–34). Es como si Jesús nos dijera a nosotros: «Vosotros, creyentes, seguidores míos, escuchad. Eso es lo primero y lo que está a la base de toda nuestra fe y de nuestra vida cristiana: Jesús es nuestro único Señor». Podemos afirmar que el Shemá Israel es la cuna de la escucha proactiva.
La escucha es la primera piedra para poder sustentar toda nuestra experiencia creyente y la experiencia creyente de los jóvenes a los que acompañamos. Para el pueblo de Israel lo es todo, ¿y para nuestra propuesta pastoral? Lo que es evidente es que debemos impulsar una pastoral juvenil que escuche más que hable, que conecte con la Palabra, que ponga a los jóvenes a la escucha y que haga de la escucha atenta una herramienta fundamental para ahondar en la relación personal con el Señor Jesús.
Ambas acciones, la escucha y el ser escuchado, son un verdadero arte
Lo que es evidente es que debemos impulsar una pastoral juvenil que escuche más que hable
El papa Francisco y su apuesta por la escucha a los jóvenes
Una de las personas que más ha hablado y habla de la escucha, de la necesidad de escuchar a los jóvenes y del lugar de la escucha en el discernimiento y en el acompañamiento a los jóvenes, es el papa Francisco. Hace un par de años el papa Francisco, dirigiéndose a los jóvenes chilenos, dijo:
«Cuando escuchamos los ideales e inquietudes de los jóvenes, con cara de sabiondos decimos: Piensan así porque son jóvenes, ya madurarán (ya se corromperán). Pareciera que en ese ya madurarán se escondiera que madurar es aceptar la injusticia, creer que nada podemos hacer, que todo siempre fue y se hizo así… so es corrupción. La verdadera madurez es llevar adelante los sueños e ilusiones juntos… pero siempre mirando hacia adelante sin bajar la guardia (…) He convocado el Sínodo sobre los jóvenes y además un encuentro de jóvenes. Pero tengo miedo de los filtros. Porque a veces las opiniones de los jóvenes para viajar a Roma tienen que hacer varias conexiones. Y sus preguntas pueden llegar muy filtradas. Por eso, antes del Sínodo, quiero escuchar a los jóvenes (…) Este Sínodo es para escucharles y para escucharnos directamente, porque es importante que vosotros habléis, que no os dejéis callar»” (Papa Francisco, Encuentro con los jóvenes en el Santuario de Maipú, enero 2018).
Estas palabras del papa me hicieron pensar. Había en ellas un análisis certero y preciso sobre lo que suele pasar con lo que los jóvenes piensan de la Iglesia y piden a su Iglesia. Escondían una crítica sin paños calientes a lo que suele suceder cuando los jóvenes dicen lo que piensan a quienes gobiernan y pastorean. Y había, finalmente, un deseo profundo de hacer a los jóvenes protagonistas de la misión. Analizar, denunciar y posibilitar la escucha.
Son innumerables los momentos, ocasiones y encuentros en los que el papa Francisco ha hablado de la escucha y de su importancia capital en la vida cristiana y en la pastoral con los jóvenes. Me quedo con siete de ellos en los que nos deja unas valiosas pistas de actuación que nos pueden servir como apuesta por una pastoral juvenil fruto de la escucha:
Escuchar sin prejuicios: «Nunca se puede dar una orientación, un camino, una sugerencia sin escuchar. La escucha es precisamente la actitud fundamental de cada persona que quiere hacer algo por los demás. Esta escucha debe hacerse también “sin prejuicios” porque no se trata de decir “sí, sí, sí, he entendido”, reduciendo a las propias categorías lo que se nos está comunicando. Se trata de dejarse impresionar por la realidad, porque el mundo de los prejuicios y de las escuelas de pensamiento ¡hacen «tanto mal!”» (14 julio 2018).
- Escuchar antes de hablar: «Este es el primer paso para crecer en el camino de la fe: escuchar. Antes de hablar, escuchar. La Palabra de Dios no solo se escucha por el oído o si la lees entra por los ojos. Sino que se escucha con el corazón y debe ser escuchada con el corazón abierto» (14 diciembre 2018).
- Hacer, escuchar, hablar: «Uno que solo habla y hace, no es un verdadero cristiano, y al final se derrumbará todo. Los grandes saben escuchar y de la escucha hacen porque su confianza y su fuerza está en la roca del amor de Jesucristo» (20 de junio 2016).
- Escuchar–nos: «Padres sinodales debemos vigilar para evitar el riesgo de hablar de los jóvenes a partir de categorías y esquemas mentales que ya están superados. Debemos superar la tentación de subestimar las capacidades de los jóvenes y juzgarlos negativamente. Y vosotros jóvenes debéis vencer la tentación de no escuchar a los adultos y de considerar a los ancianos como “algo antiguo, pasado y aburrido”, olvidando que es absurdo querer empezar siempre de cero, como si la vida comenzara solo con cada uno de ellos» (3 de octubre 2018).
- Escucha necesaria para ser Iglesia, hoy: «Una Iglesia que no escucha se muestra cerrada a la novedad, cerrada a las sorpresas de Dios, y no será creíble, en particular para los jóvenes, que inevitablemente se alejan en vez de acercarse» (3 de octubre 2018).
- Es fundamental escuchar la Palabra: «Entre las muchas jornadas especiales que se celebran por los más variados motivos, sería útil dedicar una “jornada para escuchar”. Sumergidos como estamos en la “confusión”, en las palabras, en las prisas, en nuestro egoísmo, en la “mundanidad”, corremos el riesgo de hecho de permanecer “sordos a la Palabra de Dios”, de “endurecer” nuestro corazón, y de “perder la fidelidad” al Señor. Es necesario “detenerse” y “escuchar” (23 de marzo 2017).
- Escuchar, hacerse prójimos y testimoniar. «Estos son los tres pasos fundamentales para el camino de la fe. Jesús no es expeditivo, da tiempo a la escucha. Este es el primer paso para facilitar el camino de la fe: escuchar. Es el apostolado de la oreja: escuchar, antes de hablar. Escuchar con amor, con paciencia, como hace Dios con nosotros, con nuestras oraciones a menudo repetitivas. Dios nunca se cansa, siempre se alegra cuando lo buscamos» (28 de octubre 2019).
Y estos siete rasgos en torno a la escucha desembocan, tal y como recoge la exhortación Christus Vivit, en una pastoral juvenil misionera: «Si sabemos escuchar lo que nos está diciendo el Espíritu, no podemos ignorar que la pastoral juvenil debe ser siempre una pastoral misionera» (CV 240).
Para concluir, me gustaría terminar subrayando un mensaje que el papa Francisco transmitió al final del Sínodo a los jóvenes en nombre de la Iglesia: «Os pedimos disculpas si a menudo no os hemos escuchado, si en lugar de abrir vuestro corazón, os hemos llenado los oídos. Como Iglesia de Jesús deseamos escucharos con amor, seguros de dos cosas: que vuestra vida es preciosa ante Dios, porque Dios es joven y ama a los jóvenes; y que vuestra vida también es preciosa para nosotros, más aún, es necesaria para seguir adelante» (Eucarístía de clausura del Sínodo, octubre 2018).
Me parece la mejor de las apuestas eclesiales de cara a nuestra pastoral juvenil. Apostar por una escucha en la escuela, en las casas, en los grupos, en las comunidades, en los momentos especiales, en las experiencias propuestas, en las situaciones excepcionales, en los momentos de alegría, de crisis, de oscuridad… en las búsquedas. La escucha como gps, como báculo, como clave para poder conectarse al Dios de Jesús. Ojalá, como nos pide el papa, pidamos la gracia de un corazón dócil para escuchar, porque para poder decirlo casi todo, hay que escuchar.
Bibliografía
- Injuve, Jóvenes y generación 2020. Revista de Estudios de Juventud n.º 108 (2015).
- Jordi Sierra Márquez, «Vivimos en la civilización del ruido», com (2014).
- Bernardo Olivera, «Nadie da lo que no recibe», Cuadernos monásticosº 145 (2003).
- Carl Rogers, El camino del ser (1987).
- Óscar Alonso, Acompañar. El acompañamiento pastoral a los jóvenes en la escuela (2015).
Ojalá, como nos pide el papa, pidamos la gracia de un corazón dócil para escuchar
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