Joseph Perich
Se cuenta que un joven se fue de casa y malgastó todo lo que había recibido. Y no tan solo el dinero sino también la salud y su honor. De vez en cuando le rondaba la idea del retorno, pero se la quitaba de la cabeza. Unas veces por miedo a ser mal recibido, otras porque no se sentía capaz de volver a una vida ordenada, ya que le faltaba voluntad para afrontarla.
Un año, cuando se acercaba la Navidad, se animó a escribir a los suyos: les pedía perdón por todo lo que había pasado. No se atrevía a volver pero lo estaba deseando con todo su corazón herido.
En la carta les decía que si ellos, padres y hermanos, estaban dispuestos a acogerlo colgasen un pañuelo blanco en las ramas del árbol, deshojado por el invierno, que había delante del portal de su casa, al lado de la vía del ferrocarril. Él pasaría en un tren el 24 de diciembre. Si veía el pañuelo bajaría a la estación; si no lo veía, aceptaría la decisión y continuaría el viaje…
Durante el viaje se imaginaba al árbol, tan familiar, con un pañuelo blanco, a lo mejor en la punta de aquella rama cercana a la vía, y por la que tantas veces se había subido de niño. Pero también se imaginaba el árbol totalmente desnudo y se le helaba el corazón.
Cuando el tren pasó rápido por su casa contempló el viejo árbol transformado, blanqueaba repleto de pañuelos que los suyos habían colgado de sus ramas.
REFLEXIÓN:
En estos días hogareños que se acercan ¿por qué no colgar un «pañuelo blanco» entre la decoración de nuestro árbol de Navidad o en lo alto de nuestro Belén? En este pañuelo podríamos escribir el nombre de alguna persona cercana o lejana con la que nos sentimos particularmente invitados a estrechar o rehacer lazos de afecto y acogida. «El tren pasó rápido». ¿Por qué no aprovechar la «tregua de paz» de estos días para curar heridas, «bajar del burro» y no volver a subir en él?; sabiendo que ser hospitalario con el otro no significa, tan solo, darle un techo, sino hacerlo sentir como si estuviera en su casa. Y es que Dios se hizo carne en Jesús para que no lo buscáramos «en el cielo» sino «en el otro».
Unos Magos venidos de Oriente, y no los habitantes de Belén, fueron los primeros en dar el paso y acoger en sus vidas a este niño «especial» llamado Jesús. Que en estos días no nos pase lo mismo a nosotros atareados en el consumo. Los recién llegados a Blanes de Oriente, del África o de Hispanoamérica posiblemente tengan el olfato más sensible que muchos de nosotros a la hora de detectar la Estrella que conduce al auténtico Belén.
Un musulmán del S. XIII dejo escrito: «Nuestro cuerpo se asemeja al de María: cada uno tiene un Jesús en su interior, pero este no puede nacer a no ser que los dolores de parto se manifiesten en nosotros.»
Ojalá que en nuestras familias y en cada uno de nosotros a lo largo de estas navidades haya «dolores de parto» para poder sacar a relucir nuestro «pañuelo blanco”
¡Buenas Fiestas!