Hay palabras que fallecen de pura sobrexplotación. De agotamiento. A veces ocurre lentamente y otras a un ritmo vertiginoso. Pero mueren casi sin remedio porque los colectivos de personas, las tendencias más mediáticas o las instituciones las explotan hasta que sueltan la última gota de jugo y ya no les queda nada de su esencia.
Ocurre entonces que algunas de ellas vagan como fantasmas, seres carentes de alma que se pasean por nuestro vocabulario sin decir realmente nada. En otros casos se arrastran pálidas, barruntando la cercanía de un doloroso final porque ya nadie recuerda el valor que tuvieron en su día, su auténtico significado, ni las tiene verdaderamente en cuenta, aunque hagan como que las escuchan.
En este último estado se encuentran en nuestra Iglesia, me da la sensación, palabras como «misericordia» y «servicio». A todos se nos llena la boca con ellas, pero ¿sabemos realmente lo que decimos? ¿El significado que guardan en lo más profundo? ¿El revolucionario efecto que tendrían en nuestras comunidades, escuelas, universidades… si las dejáramos mostrar de lo que son capaces? ¿Si adquiriéramos con ellas el compromiso que exige respetar la dignidad de su importante contenido?
Puede sonar a gracia literaria, pero por desgracia no lo es. En la Iglesia española se nos llena la boca de la palabra servicio, pero se deja a otros (casi siempre otras) la oportunidad de santificarse de ese modo. Nos decimos al servicio de la comunidad, pero nos ponemos al frente de la comunidad, sin dejar demasiado espacio para nadie más. Celebramos años de la misericordia, pero la practicamos más para nosotros mismos que para los demás. Menos aún con los últimos de los últimos que a veces son molestos, no van a misa o huelen mal.
Seamos honestos. Reanimemos a base de coherencia el uso de términos que implican una profunda conversión de los comportamientos y las estructuras. Enseñemos a utilizarlos a los más jóvenes a partir de un ejemplo creíble y veraz. Solo entonces podremos sacarlos de la UVI o el cementerio en que los hemos dejado y empezar a hablar en serio de una Iglesia misericordiosa puesta al servicio de la humanidad.
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