PALABRAS
Mª Ángeles López Romero
Las palabras las carga el diablo. O son bendición de Dios.
Veo estos días el vídeo que celebra los 50 años de la ONG Médicos Sin Fronteras: personas tan diferentes, en tantos lugares del planeta, receptores y dadores de ayuda y atención. Y me emociono al contemplar tanto dolor, tanta injusticia; y al tiempo tanta esperanza representada en quienes apoyan a las víctimas y en las víctimas mismas de las guerras, el hambre, las inclemencias del tiempo, la pobreza o la persecución, que deciden reír pese a todo, que se abrazan, que sueñan con un futuro mejor, que luchan hasta sus últimas fuerzas por salir de su situación.
En las mismas fechas, leo una y otra vez en los titulares de prensa esas mismas palabras en otros contextos, y su significado cambia por completo: y así las fronteras se convierten en escenario de tensión bélica, en arma arrojadiza, y anuncian una posible guerra a las puertas de la civilizada Europa, que se creía a salvo de las contiendas violentas.
Frente a los médicos solidarios que se comprometen con la salud de los más débiles poniendo en juego sus propias vidas, la insolidaridad del primer ministro británico, Boris Johnson, y su corte de desaprensivos colaboradores, que a la vez que dictaban leyes restrictivas en el momento más dramático de la pandemia para contener la mayor emergencia sanitaria del último siglo, se las saltaban celebrando irresponsables fiestas en Downing Street. Fiestas a las que, en otro retorcimiento del lenguaje, llaman «reuniones de trabajo» en sus penosas justificaciones.
También el tenista Novak Djokovic jugaba con las palabras y con las fronteras en su intento de participar en el abierto de tenis de Australia sin haberse vacunado ni seguido las estrictas normas que rigen para todos los ciudadanos del país. Y él y sus enardecidos seguidores apelaban a la libertad y el orgullo patrio en sus discursos. Como si fuera sensato y oportuno que los conductores se saltaran, por ejemplo, los semáforos en rojo en el ejercicio de esa pretendida libertad descarnada de la más elemental responsabilidad con los demás.
Y muchos ciudadanos nos prestamos a ese juego que han emprendido ciertos políticos, de todo signo y en todos los países, en el que se permite el uso retorcido de las palabras a conveniencia, se insulta a los periodistas que hacen preguntas incómodas y se mancilla la verdad cuando no se ajusta a sus intereses. Y así, reclamamos libertad para ir de copas y llamamos verdad a un tuit anónimo de 150 caracteres.
Sí, parece que hemos convertido la manipulación en tendencia. Y hemos roto el sagrado vínculo de las palabras con su significado real.
Vuelvo a ver el vídeo de Médicos Sin Fronteras y lloro. Prácticamente no hay palabras. Y, sin embargo, ¡cuánta vida con mayúsculas, cuánta verdad!
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Quizás estemos más necesitados que nunca de hacer silencio. O, como dijo en alguna ocasión Benedicto XVI, quizás sea la hora de callar y dejar que hable solo el amor. Pero el amor de verdad, por favor, no el que se compra y se vende burdamente en Onlyfans o en las islas de Telecinco. Para saber de qué va en realidad, preguntad por Jesús de Nazaret.
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