
Ane Etxeandia Iparragirre
El proyecto Ikaskide tiene como base fundamental el voluntariado, es un proyecto que vive gracias a la labor de muchas personas que ofrecen su tiempo para colaborar. Ikaskide ofrece varios servicios gratuitos, por ejemplo, apoyo escolar en primaria y secundaria, alfabetización y servicio jurídico. Las personas que no conozcáis Ikaskide no os lo imaginéis como un sitio tranquilo, en Ikaskide siempre hay movimiento, desde las nueve de la mañana del lunes, hasta las ocho de la tarde del viernes. La implicación de tantas personas voluntarias hace posible que esto siga funcionando, las nuevas ideas y las ganas son la herramienta clave para mejorar el trabajo que hacemos entre todas y todos.
Ikaskide logra que todos nos sintamos parte de algo que merece la pena, los ojos siguen siendo los mismos pero la mirada es diferente, la forma de entender el mundo cambia. Como voluntaria sé que no soy una heroína y que no voy a cambiar el mundo, pero, por lo menos, estoy concienciada de la cruel situación en la que muchísima gente se encuentra, desde bebés a ancianos. Intentar concienciar a las personas que son incapaces de ver más allá de lo que les rodea es también un reto al que tenemos que enfrentarnos los que hemos logrado romper la burbuja en la que nos encierran, llena de pensamientos egoístas, materialistas e individualistas.
El nombre de Ikaskide es en euskera y significa compañero de trabajo, este proyecto me lo presentaron hace varios años ya que participo en los grupos de jóvenes de Itaka-Escolapios y desde secundaria nos han dado la oportunidad de trabajar cómo voluntarias/os. Más de una vez estuve trabajando con los niños de primaria y secundaria pero no fue hasta enero de 2020 cuando verdaderamente me di cuenta de la importancia de Ikaskide.
Era mi primer año de carrera y tuve la suerte de no tener clase en enero, hablé con los responsables de Ikaskide para ayudar en un nuevo proyecto llamado Txikikide. El objetivo de Txikikide era cuidar a los bebés de las madres que estaban en alfabetización, por un lado, para que las clases fueran más dinámicas y, por otro lado, para que las madres tuvieran derecho a estudiar alfabetización sin tener que preocuparse del cuidado de sus hijos e hijas. Aquel mes jugando, cuidando y divirtiéndome con los bebés me hizo entender la verdadera necesidad de aquellas mujeres que luchaban diariamente para poder tener una vida digna; entendí lo duro que es integrarse en una sociedad tan individualista como la nuestra.
Ahora, con 19 años, soy profesora de castellano en A2. En clase somos, más o menos, doce alumnas y dos profesores, mi compañero David y yo. Al principio, los nervios y el miedo de no saber a qué me enfrentaba me frenaban, el miedo a no saber enseñar castellano me preocupaba, ya que el idioma con el que mejor me defiendo es el euskera. Gracias a la coordinación entre los/las voluntarios/as el trabajo que hacemos es más fácil, nos ayudamos entre nosotros y, sobre todo, tenemos ganas. No hace falta tener una formación especial para ser profesor, cada persona puede aportar mucho a un grupo de alumnos que quiere aprender.
Cuando me preguntan por qué soy voluntaria, me vienen tantas ideas a la cabeza que me cuesta explicarlo, todo lo que he recibido siendo voluntaria no podría conseguirlo de otra manera. He aprendido de las diferentes culturas, he conocido a personas que luchan cada día para tener una vida digna, he escuchado historias conmovedoras, he entendido el significado de la verdadera felicidad.
La felicidad no es lo que nos enseñan, la felicidad a la que me refiero no tiene definición, pero cuando la sientes sabes que lo es, podría dibujarlo como una explosión gigante de colores vivos y en movimiento.
Ikaskide es eso, una explosión se colores tan fuerte y viva que hace que decenas de voluntarios y voluntarias de todas las edades y culturas, se unan para aportar su color a un cuadro que está comenzando a tener sentido. Cada voluntario/a, niño/a, joven y adulto enseña y aprende, en eso se basa este proyecto. Ikaskide se creó gracias a unos jóvenes que tenían fe en ayudar a las personas que tenían menos recursos, empezó siendo una idea y ahora es el apoyo de muchísimas familias. Por ello, sinceramente creo que ser voluntaria no se basa en dar tu tiempo libre, sino en dar tu tiempo. No hay que aportar el granito de arena, debemos aportar lo máximo que podamos. Ser joven y voluntaria me ha cambiado la forma de ver y entender a las personas, ahora me toca a mí concienciar a los/las jóvenes para que abran sus ojos y se den cuenta de la realidad.
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