«¡OS NECESITO TANTO!» RPJ 564 Descarga aquí el artículo en PDF
Julián Muñoz Pérez, CRISMHOM
Son las 16:00 horas y la plaza frente a la Igreja de São Roque está abarrotada de peregrinos. Muchos han acudido previamente a la ponencia del jesuita James Martin titulada «FAQs about Faith» («Preguntas frecuentes sobre la fe») y esperan pacientemente en fila para poder hacerse una foto, pedirle un autógrafo o simplemente charlar con él.
En esa atmósfera festiva, un grupo de peregrinos de CHRISMHOM (Madrid), ICHTHYS (Sevilla) y SOPRO (Portugal) coincidimos casualmente con otro de jóvenes LGTBIQ+ australianos. Nos presentamos, nos hacemos algunas fotos juntos, nos pasamos los contactos, y compartimos experiencias y pareceres sobre lo que estamos viviendo esos días en la capital lusa. Descubrimos que las antípodas es un concepto meramente geográfico, pues es más lo que nos une que lo que nos separa. Es el espíritu de todas las JMJ, aunque aquí parece soplar un Espíritu muy diferente.
Al final de la cola llegan dos chiquillas. Se las nota entre atemorizadas, tensas y nerviosas. Nos preguntan tímidamente en inglés si estamos esperando al padre Martin (que aún sigue en el templo) y respondemos afirmativamente. Sigue el ritual «Where’re you from?», a lo que respondemos ordenadamente como niños de primaria «From Australia… Portugal… and Spain»); y, al sabernos compatriotas, cambian de idioma. Y de actitud.
Las preguntas se suceden de un modo trepidante («¿De qué parte de España?, ¿Habéis podido entrar a la charla?, ¿Cómo os habéis enterado?») hasta que una de ellas —la más resuelta— plantea la pregunta clave: «Pero ¿de verdad sois católicos LGTBIQ+? En plan de ir a misa y eso…».
Ahí comenzamos a explicarles con detalle quiénes somos, cómo nos hemos conocido, cómo vivimos la fe en nuestras comunidades, cómo nos hemos sentido amados y llamados por Jesús, y por qué nos hemos plantado en Lisboa como unos peregrinos más. Y es entonces cuando ocurre. La otra chiquilla, que apenas ha articulado palabra, explota a llorar.
Nos cuenta que tiene 17 años, vive en Madrid, estudia en un colegio de religiosas, es lesbiana y no puede hablar de ello con nadie (ni con su familia, ni en su escuela, ni mucho menos en su parroquia). Ella tiene fe —de eso no duda—, pero está viviendo una pesadilla. No sabe qué hacer ni dónde acudir, temerosa de una reprimenda cargada de reproches (o, lo que es peor, de insultos), un rechazo frontal hacia su persona, y una condena sin paliativos acompañada de un pasaje en primera clase al séptimo infierno de Dante. Su amiga, consciente de su situación, se ha ofrecido a acompañarla a escuchar a James Martin. Y es así como se escapan del férreo control de sus monitoras, temerosas de ser descubiertas, pero emocionadas por perderse entre lisboetas, turistas y peregrinos en busca de alguna respuesta mínimamente afectuosa. «¡Dios mío! ¡Os necesito tanto! Es tan importante para mí saber que existís…». Sin dejar de llorar, nos va abrazando. Le damos algunos folletos con la información de nuestra comunidad, le decimos que nos contacte cuando quiera, que tenemos un espacio para ella y para quien lo necesite.
Y, después de un buen rato, ya sin lágrimas, tras producirse el esperado y cálido encuentro con James Martin, nos despedimos de ellas. Tienen la sonrisa más resplandeciente a esa orilla del Tajo. La sonrisa de quien le ha ganado la primera batalla al miedo.
Al día siguiente, en la Cidade da Alegria, mientras husmeamos entre las casetas de la feria vocacional, nos cruzamos con una persona responsable de la Delegación de Juventud (DELEJU) de la Archidiócesis de Madrid, con la que el grupo de CRISMHOM se ha desplazado hasta Lisboa. Nos saludamos efusivamente. Nos pregunta cómo estamos, si nos encontramos a gusto, si la peregrinación nos está agradando, si necesitamos algo. La calidez de su voz, la sinceridad de sus palabras, la preocupación por nuestro bienestar son signo de esa Iglesia que también nos acoge; la Iglesia del «todos, todos, todos» que el papa Francisco nos hará gritar al unísono esa misma tarde en la Colina do Encontro.
Acoger. Ser y saberse acogido. Sentirse en una Iglesia acogedora.
Acoger. Ser y saberse acogido. Sentirse en una Iglesia acogedora.
Para mí, esos dos episodios de la JMJ de Lisboa pasarán, entre otros muchos, a engrosar ese tesoro de momentos que, al estilo de María, hay que conservar y meditar, rumiándolos muy despacio, en el corazón.
«Ames a quien ames, Dios te ama»
A veces el primer anuncio no lo es cronológicamente, sino vitalmente. «Dios te ama, Cristo es tu salvador, Él vive, el Espíritu da vida»; este es el anuncio del kerigma que Francisco propone a los jóvenes del siglo XXI en el capítulo IV de Christus vivit. No hay en principio nada excesivamente rompedor en ello. Seguramente la joven a la que nos hemos referido unas líneas más arriba ha cantado en el cole, en catequesis, y puede que hasta en casa, alguna cancioncilla del estilo «Dios es amor, la Biblia lo dice…», «Yo tengo un amigo que me ama…», «El Espíritu de Dios hoy está sobre mí…». Habrá pintado murales, hecho resúmenes en su cuaderno de religión, y hasta vendido alguna camiseta para costearse un viaje con estas u otras frases parecidas. Hasta el ateo más recalcitrante las conoce de memoria. La cuestión —dice Francisco— no es si se han escuchado ya, sino si se han anunciado como Buena Noticia para todos, todos, todos.
Los problemas vienen cuando, como le sucede a la gaseosa, el kerigma pierde lentamente su fuerza.
Los problemas vienen cuando, como le sucede a la gaseosa, el kerigma pierde lentamente su fuerza. «Dios te ama. Nunca lo dudes, más allá de lo que te suceda en la vida. En cualquier circunstancia, eres infinitamente amado» (ChV 112). Seguramente, de la primera propuesta a la tercera de esta cita, Francisco vaya perdiendo adeptos. Claro —dirá alguno o muchos— que creemos en el Dios Amor que predica Cristo; pero ¿que te ame más allá de lo que te suceda en la vida —por ejemplo, que tu cónyuge pida el divorcio— y, lo que es más, en cualquier circunstancia —como ser una persona trans que se somete a cirugía—? Eso son ocurrencias del botarate argentino que nos han puesto de papa. Porque cómo va a ser siquiera concebible que Dios permita… ¡Avemaríapurísima!
Esto lo conocemos muy bien las personas LGTBIQ+. Mientras lo nuestro sea una fase pasajera, una condición reversible por terapia, o de pie a una vida de «eunuco por el reino de los cielos» no va a pasar nada (¡es voluntad del Señor!). Las cosas se ponen feas cuando una catequista se casa por lo civil con su novia. O cuando una mujer trans solicita que se enmiende su acta de Bautismo. O cuando… Ahí se nos lee la letra pequeña del kerigma, esa que no veíamos mientras la publicidad nos mostraba imágenes bellísimas, acompañadas de una música pegadiza y un eslogan machacón. Y entonces es cuando la noticia no es buena (al menos no para todos, todos, todos).
Durante varios años tuvimos un local en el centro de Chueca del que colgaba la pancarta que elaboramos parafraseando el lema del World Pride de Madrid 2017: «Ames a quien ames, Dios te ama» (en el original: Madrid). Aquellas palabras llamaban poderosamente la atención de muchos transeúntes. La mayoría se sonreían con malicia, cuando no directamente con sorna. Otros se paraban admirados para comprobar lo que habían leído. Y no pocos se acercaban a preguntarnos si realmente creíamos aquello. ¿De verdad se puede anunciar el kerigma en una manifestación en defensa de los derechos y libertades de las personas LGTBIQ+? La experiencia nos dice, año tras año, que sí. Y que, cuando se hace y se tiene el tiempo de dialogar y de proponer, las personas acogen este mensaje con simpatía (y hasta con aplausos).
«Señor, ¿yo no soy digno?»
Permítaseme terminar esta reflexión parafraseando también al centurión romano. En su comentario al evangelio del I lunes de Adviento, el teólogo Xabier Pikaza destacaba la actitud acogedora de Jesús ante quien muy seguramente pedía la sanación de su amante. Podéis imaginar el jaleo que se formó en redes, especialmente por parte de los perfiles más fundamentalistas, ante la mera sugerencia de que Jesús hubiera podido acercarse a menos de dos metros de un homosexual y, encima, socorrerlo admirado. ¡Faltaría más: Jesús sanando sodomitas! (Omito los comentarios literales para no espantar a los lectores).
Lo que me atrae de este episodio (igual que con la mujer sirofenicia que pide la salud para su hija) es que Jesús se admira de la enorme fe de dos impíos extranjeros que se reconocen indignos de toda gracia. Y para ayudarlos no les exige ni que cambien de credo, ni de vida, ¡ni que dejen de pecar! En cambio, sabemos muy bien lo que ocurrió con aquel joven rico que desde niño había cumplido todos y cada uno de los mandamientos «para alcanzar la vida eterna» (¡no intercediendo por otro!).
Ese anuncio de liberación incondicional por parte de Jesús no lo han oído aún muchos jóvenes de hoy, con independencia de su orientación afectivo-sexual o de su identidad de género. ¿Estamos dispuestos a hacérselo llegar?
Ese anuncio de liberación incondicional por parte de Jesús no lo han oído aún muchos jóvenes de hoy.