Iñaki Otano
Cuando arrestaron a Juan, Jesús se marchó a Galilea a proclamar el Evangelio de Dios. Decía: “Se ha cumplido el plazo, está cerca el reino de Dios: convertíos y creed en el Evangelio”.
Pasando junto al lago de Galilea, vio a Simón y a su hermano Andrés, que eran pescadores y estaban echando el copo en el lago. Jesús les dijo: “Venid conmigo y os haré pescadores de hombres”. Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron. Un poco más adelante vio a Santiago, hijo de Zebedeo, y a su hermano Juan, que estaban en la barca repasando las redes. Los llamó, dejaron a su padre Zebedeo en la barca con los jornaleros y se marcharon con él. (Mc 1, 14-20)
Reflexión:
Jesús, cuando llama, no emplea un lenguaje ininteligible y despegado de la realidad. A Simón y a su hermano Andrés, que se dedican a la pesca, les habla de dejar las redes y de hacerles pescadores de hombres. Santiago y su hermano Juan, que estaban en la barca con su padre y con los jornaleros repasando las redes, cuando escucharon la llamada de Jesús, dejaron a su padre Zebedeo en la barca con los jornaleros y se marcharon con él.
Se suele decir que elegir es renunciar. Quien decide casarse tiene que dejar casa, padre y madre, hermanos, sin dejar de quererlos, para crear y vivir en una nueva familia. Mal irán las cosas en la nueva vida si cualquiera de los cónyuges saca a relucir nostalgias de su vida pasada o permite intromisiones de su familia de origen en su hogar actual.
Quien se ve llamado a ser religioso o religiosa, aunque también siga queriendo a los suyos, tiene que dejarlos físicamente, abandonar la casa paterna para afrontar una existencia distinta de seguimiento de Jesús, de fraternidad y de servicio, con el evangelio como ideario.
Con frecuencia tenemos que elegir entre dos cosas buenas y, después de sopesar los pros y los contras, desechar una. Es imposible estar en dos sitios diferentes a la vez, aunque los dos sean provechosos. Hay que renunciar a uno.
Para seguir a Jesús, como para tomar decisiones maduras en la vida, hay que optar y renunciar siempre por algo positivo. Quien deja las redes, la barca y al padre, no debe hacerlo porque no aprecie a los suyos sino porque aspira a una nueva meta.
A los que quieren seguirle, Jesús les va a hacer pescadores de hombres. He ahí una de las claves de toda elección: discernir sobre cómo ayudar a las personas a crecer en humanidad. Hay que elevar la mirada por encima de los propios intereses particulares y ver cómo contribuir a una humanidad mejor.
Ser pescadores de hombres significará no descuidar la atención a las personas ni dejar que éstas queden devoradas en los proyectos. Es necesario planificar, racionalizar las estructuras, hacerlas productivas, pero más importante es humanizar las relaciones. Escuchar, acoger, comprender, consolar, compartir, perdonar son tareas imprescindibles de la vocación cristiana.