OJOS DEL CORAZÓN (LOS) – Joseph Perich

Joseph Perich

Erase una joven ciega que se odiaba a sí misma, y a todo el mundo, por ser ciega. Odiaba a todos, menos a su novio que la quería mucho.

Un día, consiguió un par de ojos sanos, la operaron y pudo ver.

Después, el novio le preguntó si se casaría con él, a lo que ella respondió que no, porque se dio cuenta de que él era ciego. El novio, muy triste, lo comprendió y se despidió de su vida. En su partida le dejó esta nota: “Tan solo te pido que cuides muy bien de mis ojos, pues te los regalé y ahora son los tuyos. Te amo”.

REFLEXIÓN:

Un notario me explica cómo, presenciando testamentos, a menudo tiene que escuchar de la boca de algún hijo: «Padre, todo lo que es tuyo es mío, firma». Sin tener que llegar tan lejos podríamos decir que de hecho vivimos en la cultura del intercambio. «Yo te doy a cambio de…». Por este camino la estimación más bien estorba.

No seríamos justos si nos quedáramos aquí. La generosidad, el altruismo, el hacer un favor a alguien, el voluntariado… también forman parte de nuestro paisaje humano. Pero no sé si hemos pensado que tras estas loables actitudes también se puede esconder inconscientemente un sentimiento paternalista o complejo de superioridad respecto a la persona necesitada. Alguien debería advertir: «acércate más a ella, su carencia no se contagia» o «quítate estos fríos guantes de goma protectora que te has puesto y dale tu cálida mano».

Más que el dinero que puedo ofrecer, o el favor que puedo hacer, lo que realmente cuenta es dejarse tocar por el otro más allá de la epidermis, entrar sin prisas en comunión. Siguiendo este hilo me daré cuenta que la ayuda es mutua, que es un dar-recibir al mismo tiempo. La mirada, la sonrisa, el silencio, la ternura… serán el sello de calidad de una ayuda recíproca. El camino que va de la generosidad a la comunión a menudo es largo, se debe respetar la intimidad del otro y no se puede forzar el proceso de acercamiento al otro. Eso sí, es siempre un viaje gratificante. «Serás feliz si aprendes a hacer felices a todos aquellos que tú conoces… En vida, amigo, en vida».

El joven del cuento seguro que fue generoso pero ya no está tan claro que viviera en comunión con su amada.

Un discapacitado físico dejó escrito: Pedí a Dios la fuerza para conseguir el éxito y me ha hecho débil para que aprenda a compartir; pedí compañía para no tener que vivir solo y me ha dado un corazón para que pueda amar a los hermanos… No he obtenido nada de lo que había pedido, pero he recibido todo lo que había esperado. Mis oraciones no formuladas han sido escuchadas ¡Estoy entre las personas favorecidas con más abundancia!