En los ojos de Judas:
Todo fue tan extraño; la verdad al principio el asunto me ilusionaba, me gustaba, me llamaba la atención. Encontraba en sus palabras algo de novedad y me animaba el hecho de sentir que todo iba a cambiar, que por fin íbamos a ser libres y que podríamos enfrentar esas situaciones que nos oprimían y nos quitaban nuestra identidad.
Pero de un momento a otro la desilusión apareció; ya no me hacía tanta gracia escuchar que de los pobres era el reino de los cielos, o que incluso los pecadores tendrían un lugar al lado del Elohím; es más, el simple hecho de oírle llamar a Elohím como “Padre” me daba un escozor que me retorcía por dentro. Sí, es cierto que yo esperaba una revolución y que quizás todo empezaba por cosas pequeñas, pero no para tanto.
No sé, hoy, después de haber recibido unas cuantas monedas, me descubro en una terrible encrucijada: tal vez hice lo correcto… pero a la vez pienso que quizás Yeshua tenía razón. Ahora vienen a mi cabeza algunos recuerdos, llegan como un relámpago que enceguece y luego viene un trueno ensordecedor; su mirada hacia los más débiles, su ternura con las mujeres desamparadas, esa manera de alentar para que los que no oían pudieran oír, los que no veían pudieran ver, los que no caminaban pudieran andar… muchas veces lo vi hacer grandes signos; quizás mientras él hacía eso, yo simplemente no quería oírlo a él, ni verlo, ni mucho menos caminar a su lado; ¡sí!, yo simplemente me quedé centrado en mis búsquedas, en mis deseos de ser el mejor, de tener algo más cómodo para mí y los míos; mientras él, simplemente procuró transformar nuestra manera de vivir. ¡Cuán sordo he estado! ¡Cuán ciego he querido estar!
Por eso ahora me pondré en camino, le diré a los ancianos que Yeshua es un ser inocente, que no le hagan daño; les devolveré sus monedas. Espero que no sea demasiado tarde. Y cuando lo vea a él, lo miraré a los ojos, y dándole un beso de nuevo le diré: “he pecado contra el cielo y contra ti, ya no merezco llamarme amigo tuyo”. Y no sé, quizás él, en algún momento, pueda devolverme la paz, esa que en este momento siento que me ha sido arrebatada y que siento que jamás podré recuperar.
Oh Señor, perdóname. No sé qué hacer; pero ¡cómo puedo decirte Señor!, creo que simplemente tú ya ni te ocupas de mí.
****
Judas, el ciego, el que no quiso ver, el que se centró en sus búsquedas y en sus necesidades, el que simplemente olvidó ese amor primero. Y eso… ¿qué tiene que ver contigo? Identifica esas búsquedas llenas de egoísmo que te alejan del camino, que te impiden ver a Jesús, que te impiden experimentarlo cerca; y pronto, conecta con el amor que te habita, con la posibilidad de mirarlo a él y descubrirlo a él.
Te interesará también…