¡OBVIAMENTE!
Óscar Alonso
Los jóvenes en el sínodo sobre la sinodalidad
Hace unas semanas, mientras viajaba de Madrid a Pamplona, en un tren de los que uno pensaba que ya solo se podían visitar en el Museo del Ferrocarril, fui sentado en una de esas plazas en las que hay una mesa en medio de cuatro asientos. Mientras intentaba pensar en el destino y leer algo, a mi lado iban dos jóvenes estudiantes malagueñas que regresaban a Pamplona a realizar sus exámenes del mes de mayo. Independientemente de la temática de la conversación, a voz en grito, quedé perplejo con las expresiones que hilaban el diálogo entre ambas. Y entre todas ellas hubo una palabra que me golpeó (en todos los sentidos) de manera especial. Y esa palabra fue ¡obviamente! Todo era obvio y toda expresión terminaba en un obviamente que me llamó mucho la atención. Sobre todo, porque vivimos un momento en el que lo obvio es poco o sencillamente inexistente. Donde todo se pone en cuestión, porque parece que lo sabemos todo. Donde la verdad parece siempre relativa y todo puede ser lo mismo y lo contrario, al mismo tiempo.
Y el tema del sínodo debería ser para nosotros y para los jóvenes algo obvio, algo que al escuchar hablar de ello o al invitarles a participar en ello obtuviese esa respuesta tan repetida por aquellas dos jóvenes: ¡El sínodo, obviamente! ¡Al sínodo, obviamente! ¡Jóvenes sinodales, obvio!
Y siguiendo con los viajes, oportunidades que la vida nos ofrece y de las que aprendemos mucho, he podido ver estos meses en un sinfín de comunidades y encuentros diocesanos, muchos hombres y mujeres trabajando de diferentes modos los trabajos propuestos para esta fase del sínodo en la que estamos. Y me ha gustado encontrar a muchas personas compartiendo, dialogando, conversando, expresando asombro, poniendo en común sus dudas, sus anhelos, su visión de las cosas y, por qué no, su lugar en la Iglesia y la Iglesia que necesitamos y necesita el mundo, y que estamos llamados a construir como piedras vivas.
Pero es que, además, el sínodo no es un saco roto en el que cabe cualquier cosa. No. El sínodo es sobre la sinodalidad, la palabra de moda en la Iglesia católica hoy. Con todo lo que eso tiene de posibilidad y oportunidad y con todo lo que tiene de caer en la tentación de hablar de lo que hablamos sin que eso repercuta realmente en la vida y misión de la Iglesia, llamada a una conversión pastoral y a situarse en salida, nunca sin antes entrar dentro y compartir en su seno qué nos pasa, qué nos pesa y cómo nos gustaría que fuera la corresponsabilidad, la participación y el aporte de todos los creyentes a nuestro ser Iglesia, hoy.
Y si hablamos de jóvenes y sinodalidad, es evidente que son el futuro y que si la Iglesia quiere un futuro en el que ellos estén, ha de contar con ellos en ese proceso sinodal en el que, interpretando los signos de los tiempos, seamos capaces, juntos, de asumir nuevos estilos, nuevas estrategias y nuevos modos de proceder como Iglesia llamada a ser fiel a su misión.
Dos precedentes muy interesantes
Creo que es interesante, por la repercusión que tienen en el sínodo que estamos celebrando en este momento, las aportaciones y dinámica marcada por los dos sínodos que han precedido al actual: por un lado, la XV Asamblea Ordinaria del Sínodo de los Obispos, celebrada en octubre de 2018, cuya temática fue Los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional, que se plasmó en la exhortación apostólica Cristus vivit, del papa Francisco. El mismo papa Francisco tuvo que incidir en la importancia que tenían que tener los jóvenes de los que se hablaba en los informes recibidos y que sospechaba que no se ajustaban del todo a la realidad o, al menos, a toda la realidad de los mismos.
Me parecieron, y me siguen pareciendo extraordinarias estas invitaciones del papa Francisco en aquella asamblea sinodal, que sintetizo a continuación:
- EI sínodo es un tiempo para la participación.
- EI sínodo es una oportunidad para hablar con valentía y parresia, es decir, integrando libertad, verdad y caridad.
- EI sínodo es también espacio para una crítica honesta y transparente, ya que esta es constructiva y útil, mientras que no lo son la vana palabrería, los rumores, las sospechas o los prejuicios.
- EI sínodo es una oportunidad para sentirnos libres de acoger y comprender a los demás y, por tanto, de cambiar nuestras convicciones y posiciones: es signo de gran madurez humana y espiritual.
Y termino con las consideraciones a este primer precedente citando dos apreciaciones del papa Francisco en referencia a los jóvenes y a su «espacio»: «Con frecuencia, se habla de los jóvenes sin preguntarles. Incluso los mejores análisis sobre el mundo juvenil, aun siendo útiles, no sustituyen la necesidad del encuentro cara a cara. (…) Vosotros nos hacéis salir de la lógica del “siempre se ha hecho así” para estar en modo creativo en la senda de la auténtica tradición cristiana».
Por otro lado, la Asamblea Especial del Sínodo de los Obispos para la región Panamazónica, celebrada en octubre de 2019, cuya temática fue Amazonía: Nuevos Caminos para la Iglesia y para una Ecología Integral, después del cual se publicó la exhortación apostólica titulada Querida Amazonia. Independientemente de las expectativas que se crearon para este sínodo (algunas de las cuales promovidas por los medios de comunicación), la dinámica sinodal marcó un antes y un después:
- Se pasó del ver al escuchar. Porque sucede que cuando uno ve, es él el protagonista y vemos lo que queremos. En la escucha no es así, porque también escuchamos lo que no compartimos. En la escucha se pasa del protagonismo a ser sujeto pasivo, porque recibimos. Afirma el papa Francisco que «si habla el que no me gusta, debo escuchar más, porque cada uno tiene el derecho de ser escuchado, como cada uno tiene el derecho de hablar».
- Se pasó del juzgar al corazonar (sentir-pensar), dando paso a una mayor calidez y a una mayor globalidad.
- En vez de actuar se pasó a que fuese el pueblo el protagonista. Se rompía así el esquema clerical y patriarcal de estructura piramidal para pasar a una estructura de pirámide invertida.
Y las intervenciones en el aula sinodal no gustaron a todos. Ni se escuchó solo lo que era lo correcto, lo de siempre, lo heredado, la tradición. Y el mismo papa Francisco fue muy criticado por algunos sectores de la Iglesia por esta apertura a poner en entredicho aspectos en los que todo el Pueblo de Dios ha de tener voz y representatividad, con el vértigo que todo ello genera en una institución como nuestra Iglesia.
Los jóvenes en la Iglesia, o sinodales o excluidos
Y fruto de estos precedentes, del paso del tiempo y de esa conciencia eclesial de que necesitamos crecer y caminar juntos, ser corresponsables en aspectos esenciales de nuestro ser Iglesia en salida, hacer protagonistas a todos en lo de todos, generar querencia en la que es la comunidad de comunidades más importante y amplia del mundo en el que vivimos.
¡Obviamente! los jóvenes forman parte de la Iglesia. Obviamente la Iglesia necesita de los jóvenes para seguir siendo, estando atenta y responder a lo que el Espíritu quiere de ella en este momento de la historia. Y los jóvenes son jóvenes, no son adultos y no deben pensar como adultos. Y los jóvenes son jóvenes, no niños. Y su protagonismo no puede ser puntual, interesado, de temporada o simplemente para corear lo que los adultos, sobre todo si pertenecen a la jerarquía, dictan, deciden o promueven. Como dirían aquellas dos ¡obvio!
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Y lo que es evidente es que los jóvenes en la Iglesia de hoy o son sinodales o no serán. O participan de modos nuevos en la vida de la Iglesia y en el modo de ser, estar y hacer en el momento presente, o se terminarán marchando o acabarán viviendo su fe y sus prácticas religiosas sumisamente, quizás convencidos de que lo que hay es lo que debe haber o que lo que hay no les corresponde a ellos planteárselo o decidirlo. Necesitamos una Iglesia joven.
Y para esto es necesario recordar algo obvio, aunque no siempre clarificado y que está relacionado con el objeto y el sujeto de la fe: el sujeto es aquel que conoce; el objeto es la realidad conocida. Aplicado a la fe habría que decir: el sujeto creyente es la Iglesia; y de forma más concreta, cada miembro de la comunidad de creyentes. El objeto, aquel al que nos adherimos por la fe, es Dios. Solo Dios es objeto directo de nuestra fe. La Iglesia es un misterio derivado. De ahí que el credo ecclesiam no es un creo en la Iglesia sino un creo y confieso la Iglesia. Creemos en Dios Padre, en Dios Hijo y en Dios Espíritu Santo. Y creemos dentro de la Iglesia católica.
Es por eso que es bueno que nuestra institución este abierta a los signos de los tiempos, a las nuevas formas de organización, a una nueva representatividad de los diferentes miembros del Pueblo de Dios, a un discernimiento que deje que el Espíritu nos hable, nos guíe y acompañe, sin perder nunca de vista el credo que profesamos y el proyecto evangélico que constituye el anuncio universal de la Buena Noticia.
Nuestros jóvenes deben participar en el proceso sinodal con su palabra y sus palabras propias. Y se me ocurren los siguientes temas objeto de trabajo conjunto con ellos en esta dinámica de sinodalidad, formulados en forma de preguntas:
- ¿Qué necesidades tiene la Iglesia católica hoy? En todos sus ámbitos.
- ¿Qué nos parece la estructura eclesial actual? ¿Ventajas? ¿Desventajas? Razones e intereses.
- ¿Qué futuro vislumbramos a nuestra Iglesia? ¿Qué Iglesia necesita el mundo en el que vivimos y el mundo que se otea en el horizonte?
- ¿Qué lugar ocupamos los creyentes en la vida de la Iglesia? ¿Somos usuarios o nos consideramos y nos considera la jerarquía, miembros de derecho de la misma?
- ¿Qué plan tiene la Iglesia para la ausencia cada vez más patente de sacerdotes en todos los rincones del planeta? ¿Y con la desaparición progresiva de congregaciones religiosas? ¿Qué lugar ocupamos los jóvenes en esta realidad?
Todo ello sin olvidar los continuos llamamientos y recordatorios del papa Francisco para que el sínodo de la sinodalidad sea lo que Dios quiere que sea y no (solo) lo que nosotros esperamos que sea, es decir:
- Tener siempre presente que el sínodo es un ejercicio eclesial de discernimiento.
- Recordar que todos los que participamos en el sínodo somos signo de una Iglesia a la escucha y en camino, «porque descuidar el tesoro de las experiencias que cada generación recibe en herencia y transmite a la siguiente es un acto de autodestrucción».
- No perder de vista que es necesario superar con decisión la plaga del clericalismo, que surge de una visión elitista y excluyente de la vocación, que interpreta el ministerio recibido como un poder que hay que ejercer más que como un servicio gratuito y generoso que ofrecer.
- Del mismo modo, es necesario curar el virus de la autosuficiencia y de las conclusiones apresuradas de muchos jóvenes, ya que repudiar y rechazar todo lo que se ha transmitido a lo largo de los siglos solo conduce al extravío y lleva al estado de desilusión que se ha apoderado del corazón de generaciones enteras.
Debemos acompañar a nuestros jóvenes para que confíen también ellos en que el proceso sinodal sirva para dar pasos significativos, planificables y evaluables hacia una verdadera sinodalidad que permita que el conjunto de la Iglesia se pueda expresar y, de la mano del Espíritu Santo, decidir de qué forma dará sus próximos pasos, convencidos de que Dios puede hablar a través de cualquiera como desde el principio de su relación con los seres humanos.
Parafraseando lo afirmado hace unos años por el papa Francisco, «que el dínodo despierte el corazón de nuestros jóvenes. Que ellos y con ellos nos comprometamos a procurar “frecuentar el futuro”, y a que salga de este sínodo sobre la sinodalidad no solo un documento –que generalmente es leído por pocos y criticado por muchos–, sino sobre todo propuestas pastorales concretas, capaces de llevar a cabo la tarea del propio sínodo, que es la de hacer que germinen sueños, suscitar profecías y visiones, hacer florecer esperanzas, estimular la confianza, vendar heridas, entretejer relaciones, resucitar una aurora de esperanza, aprender unos de otros, y crear un imaginario positivo que ilumine las mentes, enardezca los corazones, dé fuerza a las manos, e inspire a los jóvenes –a todos los jóvenes, sin excepción– la visión de un futuro lleno de la alegría del evangelio».
Ayudemos a nuestros jóvenes para que tengan experiencias perdurables de fe que les permitan compartir la vida, celebrar, cantar, danzar, escuchar testimonios reales y experimentar el encuentro comunitario con el Dios vivo (CV 204) y para que para ellos sea obvio el participar corresponsablemente en el presente y el futuro de la Iglesia. ¡Obviamente!
Oscar Alonso
Las relaciones entre las generaciones son un terreno en el que los prejuicios y estereotipos se arraigan con una facilidad proverbial, sin que a menudo ni siquiera nos demos cuenta
Los jóvenes tienen la tentación de considerar a los adultos como anticuados; los adultos tienen la tentación de calificar a los jóvenes como inexpertos, de saber cómo son y, sobre todo, cómo deberían de ser y de comportarse
El futuro no es una amenaza que hay que temer, sino el tiempo que el Señor nos promete para que podamos experimentar la comunión con él, con nuestros hermanos y con toda la creación
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