Álex Alarcón
«Un educador no trabaja solamente con mentes, también trabaja con almas»
El aprendizaje es un principio inherente de la naturaleza humana, desde nuestros orígenes hemos aprendido a encontrar explicaciones a los fenómenos que acontecen a nuestro alrededor para comprenderlos, naturalizarlos y convertirlos en un grupo de saberes. Desde los relatos platónicos hasta la constitución del método científico de Descartes, observamos que el conocimiento estará completamente ligado a nuestro ser y, por lo tanto, cada individuo de la creación está en un continuo proceso de aprendizaje. Somos capaces de aprender de maneras únicas, desde la reflexión hasta la experiencia, desde la razón hasta las sensaciones, y desde la comprensión de quiénes somos y nuestro lugar en el mundo.
Es necesario aclarar que la pedagogía siempre ha estado presente en mi vida, una pequeña chispa de curiosidad puede convertirse en un fuego eterno que se convierte en el punto de partida al encuentro con lo más profundo de uno mismo. Al principio lo consideré un hobby, las vacaciones de verano eran una oportunidad para ayudar a compañeros del colegio o amigos que tenían dificultades en ciertas asignaturas. Bastaba simplemente con una clase particular en la que sintetizara todo lo aprendido en un año en una clase exprés de dos horas, ocasionalmente recibía una paga, claro, debo aclarar que no era mi propósito, pero un dinero extra no le cae mal a nadie. Con el tiempo, llegó el momento de decidir qué era lo que quería hacer con mi vida, y en un momento de iluminación respondí a mi propia duda.
Hace un par de años, empecé con mi carrera de Pedagogía en Idiomas, era sumamente feliz. A pesar de que existen muchos prejuicios acerca de la vida universitaria, en mi caso todo marchaba relativamente bien. En ese tiempo conocí maestros verdaderamente inspiradores, compañeros increíbles y empecé a madurar en ciertos aspectos; me volví mucho más abierto a la crítica, entendí que no siempre significa algo malo; aprendí la importancia de trabajar en equipo; y, sobre todo, que jamás vamos a dejar de aprender.
Algo que siempre se debe considerar, es que la teoría y la práctica siempre van de la mano, es imposible desvincular la una de la otra, puesto que mediante la teoría construimos las bases para una práctica productiva; y a través de la práctica, podemos perfeccionar las teorías establecidas. Es así cómo llegó el momento de trabajar con grupos de estudiantes, encontrar la aplicabilidad de los conceptos teóricos en un contexto real, auténtico y cotidiano. Los primeros semestres fui un observador, alguien que asistía a clases para encontrar aspectos que pueden mejorarse en distintos grupos de estudiantes y ayudar a los alumnos en sus actividades. Sin embargo, no me imaginaba que esa situación cambiaría tan repentinamente.
Recuerdo con mucho cariño un ciclo en particular, nuestra misión de ser observadores había terminado, para convertirnos en agentes activos dentro de la clase. Algo que me llenó de emoción y nerviosismo, fue el enterarme de que finalmente estaríamos a cargo de un grupo. Las primeras semanas eran una observación habitual, identificando aspectos de las clases que podían mejorarse y con breves interacciones con los estudiantes. Cuando llegó mi momento de enseñar, un compañero, el maestro de la clase y uno de mis tutores de la universidad serían observadores, así que tenía que estar completamente enfocado. Durante la clase, intenté dar lo mejor de mí, seguí la planificación y el resultado fue satisfactorio. Al finalizar, me dijeron que el resultado fue excelente, por supuesto, leves aspectos que mejorar, pero fue impecable.
Al recibir la retroalimentación, los aspectos más sobresalientes fueron el nivel de interacción y la química entre el maestro y los alumnos. Llegó un momento de iluminación y encontré la razón de esa respuesta tan positiva: la clave era mi actitud. Ese grupo era bastante callado, era difícil participar en un idioma extranjero, así que preferían observar en silencio. Cuando llegué a las observaciones, mi actitud con ellos no fue la de una autoridad, me convertí en un aliado. Ellos eran libres de hacer preguntas, desde las más simple como la pronunciación de una palabra, hasta estructuras gramaticales, fui paciente, cercano, y, por supuesto, me preocupé por ellos, vi más allá de un simple número en la lista o un asiento en una fila, los vi como personas.
De Skinner a Vygotsky, de Dewey a Montessori, todos eran grandes figuras que aportaron un cambio en la perspectiva educativa, con grandes ideas, reflexiones y actitudes que mejoraron y humanizaron el mundo, esa es la esencia de la pedagogía, esa es nuestra esencia más humana. Así aprendí que la práctica te enseña que la teoría no es una camisa de fuerza, es una guía, un camino para encontrar nuestro propio estilo. Comprendí que la conexión con los estudiantes es la clave del éxito, la empatía que tenemos con ellos, su valoración como personas, saber que tienen sentimientos, problemas y emociones, convertirnos en guías, o mejor aún, en aliados que creen en ellos. Aprendí que la razón y el corazón tienen que ir de la mano, que debemos adaptarnos para soñar como niños, sentir como jóvenes y pensar como adultos, que nuestro corazón debe ser como un tambor, un tambor que no deja de latir.
Esa es una enseñanza que me llevo conmigo, siempre vamos a aprender algo nuevo, ya sea del éxito o del fracaso, a encontrar la belleza en el otro, porque el amor es una fortaleza, a dar lo mejor que tengo hasta el final, y que la razón y el corazón pueden ir de la mano, que podamos irradiar amor y esperanza siempre que nos sea posible. Si tu corazón late de amor, por favor, dile que nunca deje de latir.
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